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¡Viva la Constitución!

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Los seres humanos, salvo excepciones, no somos dados al reconocimiento ni al agradecimiento. Somos más seres de novedad, seres encaprichados del último argumento o de la rareza más reciente. Sobre todo, los hombres, que tenemos verdaderos tesoros en la casa sin atender y se nos van los ojos y alguna otra cosa más hacia cualquier fantasía verbenera.

La Constitución no iba a ser una excepción y, como si fuese un mueble más, demasiado visto, hay que inventarse otra sin planteamientos serios y realistas previos.


Solo cuando se ha vivido en un régimen carente de libertades y se ha luchado por conseguirlas se sabe todo lo que costó aprobar, por unanimidad casi absoluta, nuestro actual código de convivencia.


Como, además de desagradecidos, los seres humanos buscamos chivos expiatorios y somos bastante acusicas, echamos la culpa a nuestra joven Constitución de todos los males presentes, sin tener en cuenta los servicios prestados o los que pueda garantizar en el futuro.


Claro que nuestra Constitución es mejorable, como todo en botica. También nosotros y la sociedad somos mejorables, pues no les llegamos a nuestros padres y abuelos a la altura del betún de los zapatos, y nadie pedimos que nos cambien, nos consideramos cada vez más listos.


Pero, puestos a cambiar, lo primero que habría que tocar es el modelo territorial. Pues hemos fragmentado España, una nación de siglos, reconocida por la comunidad internacional y por la historia, en diecisiete naciones, como si viviéramos una nueva Reconquista y hubiera que luchar en diecisiete frentes distintos. Y la mayoría de esas nuevas naciones o ducados, después de un fracaso estrepitoso, se creen el ombligo del mundo, ¡se lo han creído!, se creen que han gestionado bien y quieren seguir despilfarrando a lo grande, o saben en su fuero interno que lo han hecho tan mal que tenían que estar bajo las piedras y piden la independencia, como si ya no la tuvieran, para justificar los pecados y huir de la justicia del resto.


España no es un país cohesionado y preparado para lo que se nos viene encima, sino un territorio y una sociedad fragmentada y enfrentada, un conjunto de reinos de taifas más propio de la Edad Media que de la sociedad del conocimiento. Aquí cualquier gobierno regional puede ir por libre en temas tan importantes como la Hacienda común, la Educación, la Sanidad, etc.


Pero eso no es culpa de la Constitución que si en algo pecó es en ser cándida, sino del analfabetismo funcional, de la miseria intelectual y de la miopía personal y general. Por supuesto que unos tenemos más responsabilidad que otros, en función del poder que detentamos.


Ojo a los vacíos constitucionales, que puede haberlos aunque haya teóricamente una constitución escrita. Y ojalá hubiese el consenso necesario para mejorarla con la misma generosidad que hubo en esta.


Mientras tanto, ¡Viva la Constitución!

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