Venezuela y Paraguay

Dentro de la puta manía que tiene el sucio capitalismo de que la forma de vida de un jornalero de una ciudad europea, generalmente fría y desafortunada, tiene que vivir exactamente igual un llanero venezolano o un paraguayo de aquellas riberas de aguas cantarinas de los grandes y luminosos ríos Paraná y Paraguay, el resto ya lo sabemos los que nos preocupamos: el genocidio es un gran negocio para sus autores.

La propaganda capitalista, días tras día, año tras año, siglo tras siglo, en monopolio, no descansa de repetir que no va a tener más remedio que intervenir, porque se le parte el corazón cuando intuye que hay miseria de gentes de por medio.

Y así, cuando el liberalismo cristiano, con plena ayuda del capitalismo católico vaticano, en apariencia antagónicos, pero más amigos que cochinillas haciendo el tren, entendió que Inglaterra necesitaba el algodón de la región del Chaco, y que la América resultante después de echar al imperio español al servicio clerical, debería de ser una América neoliberal cristiana sajona, sin más autonomía de dignidad que la que el capitalismo sajón le viniera en gana darle, el genocidio del Paraguay, fue algo que se quiere olvidar, pero que algunos queremos que esté presente para que sepamos con quienes nos jugamos la vida.

El clero católico romano, en apariencia enemigo acérrimo del clero denominado protestante, pero que, como dueño y poseedor de la mayoría de las tierras de las nuevas repúblicas sudamericanas, a la vista del negocio de arrendar sus tierras a los rubios y guapos neoliberales, no dudó ni un segundo en guardar un santo silencio cuando el capitalismo inglés y de EE.UU, armaron a los ejércitos de Brasil, Argentina, Uruguay, y mercenarios, para aniquilar uno a uno, dos a dos, a los paraguayos, hasta llevarlos chulesca y despiadadamente al borde de la desaparición total.

Y si no desparecieron totalmente, fue por la identidad geográfica territorial individual del gauchaje correntino entrerriano argentino, con el paraguayo, que le ayudó posteriormente a supervivir y renacer, cuando el pueblo paraguayo cometió el delito de querer vivir a su modo y manera, y se adelantó en calidad de vida a toda la América, tanto del Sur como la del Norte y del Centro, y demostró que el capitalismo de un barrio de cualquier ciudad europea, nunca da buen resultado en países que tienen una geografía y una forma de pensar diferentes. Y así claramente lo demostró por años el Paraguay.

España, para el caso paraguayo, lo mismo que ahora para el venezolano, en vez de intervenir en la línea de, como primer escalón, decirle al capitalismo que se quede allí y donde lo aplaudan y lo quieran y no se impongan con armas de fuego y suciedad en otros lugares que ni lo necesitan ni lo quieren, la católica España, según su estilo tradicional, si abre la boca es para ayudar a que el capitalismo haga lo que le venga en gana, porque, en el fondo, España dejó de pertenecer a los españoles hace ya varios siglos.

El genocidio, la masacre del Paraguay, está oculta y olvidada, nada publicitada; y si sale algún renglón indicando algo, es para decir que el Paraguay no quería saber nada de la santa solidaridad que el capitalismo tiene más que demostrada no solamente en Haití, sino en cada palmo del terreno donde está enquistando haciendo un cáncer mortal; pero contentos la gente por morir democráticamente.

Como vemos, todo sigue igual. Los autores son los mismos.

Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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