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Una artista sin decálogo

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Decía el escritor y filósofo Umberto Eco: “La definición del arte es el problema de la definición del arte.” Comencemos…
El arte no tiene límites, que no te engañen. Arte eres tú, soy yo y todo lo que nos rodea. Arte es lo que inventas con las circunstancias; arte es el ritual que haces cada mañana. Arte es mirarte a los ojos y no musitar palabra, porque no hace falta. Arte es la acción y la inacción, la vida y la muerte, cuando sientes que vuelas sin moverte. Arte es convertir lo que tocas en agradecimiento, es ofrecer al prójimo el cobijo de tus brazos, es darte y entregarte sin esperar nada a cambio porque recibes, precisamente, lo que tanto habías anhelado. Arte es recluirte, construir una jaula y encerrarte en ella hasta que la tempestad cese. El arte es ese aroma, ese suspiro, ese aire, que se escapa finamente… y aun así, lo intuimos. Es la lágrima que busca su cauce perfecto para desembocar en tu boca, en tu pecho, en un pañuelo. Arte es ese leve batir de tus pestañas y esas mejillas que se sonrojan debido a determinadas causas y efectos. Porque el arte es eso, causa y efecto, sangre, corazón empuñado, mirada presente… cuando descubres una dimensión diferente. Arte es impulso, atrevimiento, por azar, por suerte o por desgracia. Arte es mirar y creer, creer y crear, sentir y, justo entonces, estar seguro. Pese a la fragilidad del destino, a la inestabilidad de la cuerda que te transporta, pese al futuro cargado de tormentas… el arte es ese lienzo en blanco que espera que dejes tu huella.
Yo me levanto un día y no decido ser quién soy. No es algo que yo elija; es más bien una especie de energía que corre por mis venas. No lo decido yo; me eligió a mí. El arte es eso: sangre. El proceso creativo, el tiempo que discurre mientras me concentro en cómo quiero manejar ese influjo artístico, es un momento de confrontación directa conmigo misma. Cuando doy el primer paso en ese acto atrevido de aceptar un nuevo desafío, un nuevo proyecto, lo que espero es emocionarme, sorprenderme… en definitiva, vivir. Quizás sea un transcurso egoísta pero si en ese arte, en ese medio de expresión, no hay nada de mí, no va mi sangre, entonces no hay vida, no hay movimiento, no hay verdad.
He comprobado en mi propia carne que si eres capaz de vivir un solo día sin atormentarte dejando de hacer aquello por lo que piensas que tu vida tiene sentido, tu pasión o como quieras llamarlo, si eres capaz de no sentirte deprimido, si puedes vivir con normalidad como si no te hubieran arrancado de cuajo el alma, tu esencia, tu espíritu, y tu aliento sigue intacto, entonces mejor vete, abandónalo, déjalo para siempre. Me he dado cuando que tras tantas caídas y tropiezos, al final lo que la vida me mostraba era la danza infinita, armonía por la que los segundos del día bailan a su antojo pero con un por qué: fluir con el ritmo celestial del universo y propagarse en ondas que discurren por este mundo tan incierto; propagarme, sí, convertirme en la magnitud impetuosa capacitadora de ser luz en plena oscuridad.
Desde niña siempre he sido una persona muy tímida. De hecho, la gente me sigue preguntando cómo he sido capaz de lanzarme a esta carrera. Actualmente estoy formándome en la Escuela Superior de Arte Dramático de Córdoba, donde cada día encuentro cómo se abre una nueva puerta hacia este mundo tan fascinante e indescriptible que es la interpretación.
Siempre he vivido con muchos miedos, y aún sigo siendo una niña muy asustadiza. Me sorprendo y me asusto de una forma fugaz. Son sentimientos que van con mi naturaleza de ser y que realmente forman parte de mi motor, de mi pulsión, de esa sangre de la que antes hablaba. Es indiscutible: el miedo mueve, aunque normalmente nos hayan querido inculcar lo contrario. El miedo es un sentimiento que por impulso, inconscientemente, te hace crear alternativas y deseos para que tu mundo funcione, a veces, de inmediato. Siempre me ha atormentado el futuro. He vivido rodeada de gente con unos planes perfectamente organizados. Mi vida, en cambio, gira en torno al caos. No hay una sola idea que defina el universo de sensaciones que puedo experimentar al oler, simplemente, una flor. ¿Cómo pueden conformarse con la palabra limitante?
Nunca he encontrado vocablos suficientes y precisos que se adecúen a lo que siento, a lo que pienso, a lo que ciertamente quiero transmitir. Me cuesta bastante comunicarme a través de ese lenguaje establecido por la sociedad cuando éste en su mayoría se vuelve rutinario y banal, donde realmente el decir te limita todo lo que de verdad eres interiormente. Me he dado cuenta de que a las personas también les ocurre esto. Las personas somos mundos, somos historia, somos libertad, naturaleza, polvo de estrella; estamos hechos del material de los sueños, somos oportunidad, puerta y regalo entre nosotros mismos y, mutuamente, somos abrazo, consuelo, ese gesto necesario, esa pieza que forma parte de este gran engranaje que se nos ha otorgado. A veces, decir “te quiero” es insuficiente e inexacto; a veces, el impulso directamente te lleva a un abrazo y, sin decir nada, sé que estás a mi lado.
Con los años he ido descubriendo que no me reconocía en ese lenguaje, así que dejé de hablar. Y fue cuando mis manos y mis pies comenzaron a dejarse llevar. La inspiración nace de lo más profundo de los huesos y desde allí emerge con destellos luminosos para bañar a todo el mundo, a todo el universo, e impregnarlos de magia, de autenticidad, porque expreso lo que me dictan las entrañas, aquello de lo que me hablan mis raíces, mis orígenes, mi leyenda, mi sangre. Y es ahí cuando uno tiene que librarse de ataduras, de leyes establecidas, salirse de sí mismo, y desde lo más íntimo del ser irá surgiendo la expresión más pura. Es un momento para renacer, donde el juicio y el odio no tienen cabida porque no te puedes separar de la vida. El teatro, la danza, la expresión corporal en sí, se aparecen ante mí como un gran medio de voz donde realmente encuentro mi libertad personal. La vergüenza al desnudo no se olvida, pero es ahí donde el receptor decide si aceptar o no el reto. Es un acto de verdad, íntimamente ligado a ese cuerpo que, situado justo en frente de mí, me observa y ha decidido formar parte consciente de ese instante: transmitir un mensaje con una finalidad precisa, tal vez con un efecto abstracto y tardío, pero que se guarda para siempre en las retinas para llegar directo al corazón, procurando, además, que dicho mensaje, efímero como todo lo que se vuelve real, provoque un cambio para siempre en la vida, tanto en la de ese espectador como en la mía. Decía la tan admirada coreógrafa y bailarina Pina Bausch: “No me interesa cómo se mueve el ser humano, sino aquello que lo conmueve.”
Ser creativo es amar la vida, porque el arte es un reflejo exacto de la vida. Por tanto, para ser humano, debes ser artista.
Miriam Urbano Zafra

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