Todos fuimos conquistados

Todos todos, no; pero una parte importante de gente fuimos conquistados por Castilla, que luego resultó no ser Castilla, sino la curia romana camuflada la que utilizó como brazo armado a la ruda gente de las frías parameras castellanas, gentes que preferían la empuñadura de la espada a la del arado, para que le hicieran de brazo ejecutor a resultas, a destajo y a soldada mercenaria de un credo religioso incomprensible para la generalidad de la gente, para que campeara por encima de todo el poder terrenal, porque la tierra a cultivar y los frutos eran de ellos, y los rudos castellanos de las espadas comían en las blancas manos muertas eclesiales.
Con una expectativa de vida de que a los cuarenta años por regla general se sacaba en capazos al sol al que tenía la suerte de llegar a tan avanzada edad perteneciendo a los pecheros, clero y señorío, alto clero y grandes homes que podían arrimarse a ser centenarios, fueron ellos los que utilizaron la fórmula y costumbre de celebrar los matrimonios, juntadores de minifundios en muchos casos, a muy temprana edad en las mujeres niñas, alegando con la habitual hipocresía de los fueros castellanos, de la obligatoriedad de cumplir en el tema de la reproducción, una de las grandes responsabilidades del género humano.
En esta España donde todo emanaba y sigue emanando de la sacristía revestida con tapetes blancos con puntillas para presumir de limpieza e inocencia, según aquellas clases sociales, no era cuestión de dejar que se “pasara el arroz” a las mujeres niñas. Y, al margen de tiempos anteriores, en la España profunda franquista, nada más salir de la escuela las zagalicas que conseguían poder ir a ella, al poco o al rato era una costumbre que llevaba emparejado el escape en la bicicleta o andando hasta el pueblo de al lado, que se quedaran preñadas por el novio “que se las llevaba” según se decía.
El clero trinitario vaticano, entre barraqueras de curas párrocos, cuando vieron semejante respuesta social popular nada más mojársele el haz de leña inquisitorial, apretaron muy fuerte obligando a que se legislaran leyes que todos aquellos “que se llevaran a la novia” si no se casaba por la iglesia, poco más que eran como un sin papeles en nuestra actualidad.
Echando cuentas, si ahora la esperanza de vida puede superar y duplicar casi la que había en aquellos años, la hipócrita sociedad en la que vivimos que se rasga las vestiduras, se arranca mechones de cabellos y trata de bárbaros a gentes que han seguido con la tradición de los casamientos a temprana edad en función de su pobreza y esperanza de vida, en oposición a tal hecho del que se están beneficiando mucha gente con esperanza de vida normal, lo que tendríamos que trabajar en primer lugar es procurar que la calidad de vida de una mayor posibilidad de prolongar la existencia porque no se nos vayan todas las mantecas en conseguir los recursos para el puchero diario.
De esta manera se evitaría que ricos, gente que va a durar y durar, no se aprovechen de una costumbre que se aplicó, que estuvo vigente, la de contraer o apalabrar los matrimonios a temprana edad, principalmente entre los dueños de fincas para hacerlas más grandes; porque el que antes de la quincena de años muchas mozas estuvieran ya casadas en los primeros años del pasado siglo, no ha sido ninguna novedad en la España vaticana ni tuvo inquietud o preocupación social ni religiosa.
Y exponía al principio que todos hemos sido conquistados por Castilla, porque España, sin amor patrio de ninguna clase, Castilla, ni antes ni ahora nos ha representado a la Ibérica aunque haya sido el reino de la espada conquistador al empuje ladino del clero agazapado de los reinos sucesivos que constituían estas tierras levantinas, sureñas y ribereñas de algunos ríos que dejan sus aguas en el Mediterráneo. Unas tierras de atracción para muchas gentes europeas y orientales que de siempre las consideraron muy aptas para la vida y procurarse el alimento; y, menos castellanizarse, se adaptaron y aclimataron a todo viviendo por aquí.
Lo que aconteció aquí en algunas partes de la Ibérica, que se fue para la otra orilla del poniente de mar oceana, no solo es que el “castellano” nunca ha sonado ni suena su acento en el hablar por ningún territorio actual indiano, sino porque en cuanto el de castilla soltó la espada porque se lo mandó el cura y la tuvo que envainar, al no gozar de espejear nada que sea atractivo como para que su lengua o deje de pronunciación progrese entre las gentes, lo meramente castellano, lo triste de sus costumbres, duró en la otra orilla en el habla coloquial, lo que un caramelo en la puerta de un colegio. Y hasta es probable que suene hasta mal si en una de aquellas hermosuras geográficas sonara una voz castellana carente de la “sinuosidad” de los distintos acentos que por allí, a la mayor gloria de la adaptación al terreno y a la existencia se han desarrollado.
Allí como aquí, nos han dejado los castellanos a fuerza de espada las absurdas tristezas de una llamada moralidad cristiana, de unos códigos de conducta católicos que nos está costando mucho desterrar de nuestras costumbres; y menos mal que las jóvenes repúblicas de la América Morena han desterrado de todas ellas aquella tristeza castellana que está volviendo a España, y nos la están dejando enterita para nosotros, que, en muchas ciudades, están volviendo en procesiones, viacrucis, sectas religiosas derivadas de la secta madre del tres por uno, que tanto nos frenó en calidad y alegría de vida, por culpa de unos conquistadores que mucho castillo y mucha Castilla; pero en cuantico se lo podían permitir, instalaban sus reales posaderas por las tierras andaluzas o levantinas, sin soltar ni una lagrimica de nostalgia por sus frías parameras donde una religión triste como es la católica puede entonar; pero en modo alguno en tierras donde el azul del cielo es una constante y un hermoso regalo de la meteorología.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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