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Sin Derechos Civiles y Políticos no hay Diálogo posible

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José Gabriel Barrenechea.

¿De qué diálogo habla el Estado Cubano, cuando hace referencia a uno que da la impresión tuviera él la voluntad de asumir, pero la otra parte, no? Partamos de que es difícil dialogar con quien no considera los argumentos en sí mismos, sino únicamente los intereses o motivos de aquel que los sostiene. Pero se vuelve imposible si además se considera que la única posición correcta o desinteresada es la suya. Desde semejante posición de pretendida superioridad moral solo cabe desacreditar a todas las demás posiciones y argumentos como motivados por intereses equivocados o malévolos. Cual es lo acostumbrado por la altruista jerarquía del Estado Cubano, supuesto depositario místico de una voluntad general.

Sin embargo, hay algo de cierto en las acusaciones de los voceros de ese Estado, del viceministro Fernando Rojas, de que quienes pedimos dialogar no lo deseamos realmente.

¿Pedimos diálogo? No, no pedimos dialogar con las instituciones según sus términos concebidos para convertir diálogo en monólogo estatal, sino que buscamos primero imponerle limitaciones al Estado para que en nuestra sociedad pueda darse un diálogo real.

Por tanto no digamos más que pedimos diálogo, porque no es así. Exigimos, repito, exigimos, como se hace con todo derecho, del Estado las condiciones mínimas para luego poder sentarnos a dialogar al interior de nuestra sociedad no sólo sobre banalidades y asuntos sin mayor trascendencia, sino también sobre lo importante, lo central, lo que determina nuestra vida social. Todo lo cual es hoy privilegio reservado a la decisión incuestionable de la élite de un régimen que conserva mucho de la estructura totalitaria, y para el cual el totalitarismo es todavía su ideal.

No pedimos dialogar, porque simplemente en la asimetría casi total entre el Estado Cubano y el ciudadano es ello imposible. Exigimos, y hacemos todo lo que está a nuestro alcance, para crear las condiciones para el diálogo posterior. En esencia al presionar para que el Estado reconozca los derechos civiles y políticos de la ciudadanía, imprescindibles para ese diálogo.

Dicho esto cabe agregar que hay que ser muy malintencionado, muy manipulador, o muy estúpido y ajeno a la realidad cubana, si ante esa asimetría entre Estado y ciudadano se crítica a este último por intentar hacer un “show mediático”, un perfomance, de sus llamados a un diálogo que se sabe bien por ahora imposible. A fin de cuentas, no hay al presente posibilidad abierta en Cuba, a quien no coincide exactamente con el Estado, para socializar sus no coincidencias. Existen, eso sí, mecanismos más que suficientes de control social para evitar que la ciudadanía se movilice en la realización de objetivos contrastantes con los de la élite gobernante, y por tanto solo queda intentar movilizar en nuestro apoyo a esa opinión pública internacional de la cual depende en alguna medida la estabilidad del régimen cubano.

Así que es absolutamente justo plantarse frente a una institución como el Ministerio de Cultura, para transparentarle al mundo cómo actúa el régimen ante todo aquel que exige sus derechos civiles y políticos a participar, no ya a que se le reciba de favor un memorial de pequeñas quejas que nunca cuestionan lo esencial. Y si de paso el compañero Ministro de Cultura, con su mirada de loco,  tiene la gentileza de hacer más gráfico ese actuar gubernamental al atacar a quienes exigen, pues no cabe desaprovechar la oportunidad de hacerlo público por todos los medios a nuestro alcance, y convertir la causa de su destitución en bandera de movilización de la opinión pública.

A fin de cuentas el que reclama derechos ante el poderoso no puede hacer ascos ante ninguno de los escasos medios a su alcance. Sobre todo si ha admitido cual principio de su lucha no hacer uso de la violencia.

Por demás, en boca del Estado Cubano, con la intención de descalificar ese apelar nuestro a la opinión de audiencias foráneas, es de un cinismo grosero sostener que los problemas de Cuba se resuelven entre nosotros, los cubanos (residentes a tiempo completo en la Isla, se entiende). Suena del mismo modo que si el dueño de una hacienda esclavista le dijese a sus esclavos: “los problemas de la finca los resolvemos entre nosotros”, para intentar desacreditar así las esperanzas de algunos de sus negros, de aprovechar los intereses abolicionistas del dueño de la fábrica al otro lado del pueblo para mejorar su situación.

También es justo echar mano de argumentos ad hominem para replicarle a muchos de los que salen en defensa del MINCULT, no ya por motivos ideológicos (que los hay, y merecen nuestro respeto), sino simplemente por defender las prebendas obtenidas en el marco del régimen sociolista, o por el interés del Estado en fabricarse una “vanguardia artístico-literaria”. Desgraciadamente para nuestros escrúpulos, ante los tales que parten de la descalificación no cabe más que mostrarles que esa espada tiene dos filos: quien cuestiona ad hominem, no puede más que ser cuestionado de la misma manera.

Voy más lejos. No podemos abstenernos, en la lucha por alcanzar lo imprescindible para el diálogo, de hacerle entender a muchos que, en medio del conflicto, prestarse para legitimar las instituciones del régimen que restringen nuestros derechos comunes, ipso facto los convierte en alguien a quién es lícito explorarle, y hacer públicos, los motivos de ese apoyo a lo que, en esencia, le restringe sus derechos también a ellos.

A fin de cuentas no puede perderse de vista que han sido en esencia solo argumentos ad hominem los presentados por el Estado, a través del viceministro Rojas, para rechazar el diálogo.

A estos argumentos basta con replicárseles que el que en una sociedad hipercontrolada por el Estado se me niegue el derecho a expresar mis opiniones contratantes con las de ese mismo Estado, nada menos que a consecuencia de que para hacer públicas esas opiniones he tenido que ir a buscar afuera lo necesario, ya que aquí se me niega incluso la posibilidad de trabajar, es el colmo de la desfachatez de parte del Estado que me niega tal derecho, y de la estupidez de la de los “neutrales” que no llegan a ver esa paradoja de silenciamientos, en que pone al ciudadano tal control total. En Cuba necesariamente hay que buscar en el afuera, sea de la Nación o no -que a ratos olvidamos que el Exilio es también parte de la Nación, y tiene todo su derecho a participar en la vida política nacional como el Raúl Castro que más, o el Díaz-Canel que menos- los espacios o los recursos para hacer sentir nuestra opinión, porque simplemente todo el tinglado interno está concebido para silenciar cualquier opinión discordante, incluso ligeramente contestataria.

Y es que en esencia es esa una de las condiciones del diálogo que aspiramos a construir: La de que en Cuba la opinión de cada cual no condicione absolutamente su acceso a los recursos para hacerla escuchar, y por tanto no se vea obligado a buscar apoyos para expresarla más allá de los límites de la Nación; y claro, que en un futuro el país recupere la prosperidad necesaria para sostener sobre sí el diálogo de una variedad cada vez mayor de opinantes.

Nunca se destacará lo suficiente la importancia para una sociedad de su riqueza, cuantitativa y cualitativa, en opiniones.

Le señalo a los críticos “neutrales” que hay detalles trascendentales que no pueden perder de vista al formarse un juicio sobre quienes pedimos dialogar, o más bien exigimos las condiciones necesarias para después llegar a un diálogo real, y quienes se niegan a aceptar ese condicionamiento desde una cultura política que les impide practicar la transacción.

No puede, por ejemplo, hablarse de voluntad del Estado de dialogar cuando su ideal evidente es el convertirse en el canal a través del cual todas las interacciones entre individuos se realizan obligatoriamente. No puede hablarse de esa voluntad de diálogo de parte del Estado cuando mantiene una policía política mucho más nutrida que la Gestapo que en 1944 controlaba Alemania y toda Europa (30 000 miembros), una policía política encargada de interactuar con todo aquel que no acepta entrar en el monólogo de las instituciones.

No, no se puede dialogar a través de las instituciones estatales o paraestatales, porque así solo recaemos invariablemente en el monólogo que imponen quienes controlan la máquina estatal. Es imposible dialogar con quien se abroga además de la condición de parte la de juez, Divinidad otorgadora del Derecho y ejecutor de lo “acordado”.

Se impone en consecuencia primero obligar al Estado Cubano a reconocer nuestros derechos civiles y políticos, y después a respetarlos, para que entonces en Cuba pueda hablarse de Diálogo. Por eso los que lo queremos realmente estamos ahora empeñados en lograr las condiciones que lo permitan en un futuro.

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