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Separatismo y pandemia

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“Estimades amigues de Facebook hahaha les invito a leer este pequeño texto sacado de lo más profundo de mi estómago, que hace referencia a lo que hoy he vivido en Tarragona:

Bien, como muchos ya sabréis, el sujeto de la fotografía soy yo. Tarraconense de nacimiento, periodista y, como se puede apreciar, defensor de la Nación Española. Esta tarde tenía el deber de ir a comprar y, a falta de camisetas de manga corta limpias, he optado por hacer uso de esta, que lleva un dibujo del juez del Tribunal Supremo Manuel Marchena. Cualquiera me dirá que lo hice para provocar, pero se equivoca.

Bien: nada más salir de casa, me he cruzado con un padre y un hijo independentistas. No es que su raza sea distinta y esto sea perceptible al ojo humano como dijera Joaquín Torra hace meses en el Parlamento catalán, sino que lo sé porque el pequeñín llevaba una camiseta del 1 de Octubre, con un lema parecido a «Votarem», o algo así. Entonces, al verme, el niño, ojiplático, se ha visto amenazado al ver la realidad: las dos Cataluñas; una yuxtaposición de las dos Españas. El padre, bendito sea, ha hecho caso omiso y se ha llevado al niño, evitando insultarme o hacer cualquier comentario. Supongo, sin embargo, que me habrá puesto a la altura del betún al doblar la esquina. Hecho hipotético que me la trae al pairo.

Poco después he llegado al supermercado —Mercadona para quien le interese o trabaje en el INE— y al entrar una educada cajera me ha llamado la atención por entrar con una mochila, cosa que siempre hago y nunca se me advierte, después de, supongo, ver mi camiseta. No hace falta decir que la orden la ha ejecutado en catalán, lengua que hablo y domino hasta el punto de ser capaz de aprobar un examen del C2, y de la que, por supuesto, nada tengo en contra salvo su uso político.

Tras esto me he ido cruzando con una serie de dantescos personajes que, sin duda, mostraban ganas de querer romperme la cabeza o bien de agradecerme la «valentía»; virtud que en mi opinión no debe ser invocada aquí.

La intención, el objetivo de este texto no es más que hacer entender que ni en tiempos de pandemia los catalanes no separatistas podemos expresar lo que pensamos sin ser tachados de. Sin ser mirados con asco y rechazo. Sin ser realmente aceptados. Muchos me han invocado la paradoja de Popper sin haberla entendido; otros me han dicho que eso me «pasa por provocar». Nadie se atreve a tratar el hecho de que quizás —y digo quizás pudiendo enfatizarlo en mayúsculas— a mí y a los hotros nos molestan los símbolos y las proclamas de los hunos; simplemente, quien no comulga con ellos provoca. Como si el mundo se dividiera en provocadores y provocables. Sea como fuere, yo no estoy en el bando débil, ni lo estaré jamás.

A quienes lo lean, sean seguidores de la filosofía de Bueno, que tanto se ha dedicado a triturar el mito de la Izquierda y a defender España como Nación, o no, los invito a visitar mi ciudad y a ver qué ocurre realmente. Si es execrable desde Madrid, no se imaginan vivir aquí. No digo que sea difícil subsistir con una clara hegemonía —al menos ruidosa— separatista, pero les insto a enarbolar cualquier objeto relacionado con la Hispanidad y verán de qué hablo. En 1977 Noelle Neumann acuñaba la teoría de la espiral del silencio, que alude a la opinión pública y la parte acallada de ésta debido a la prevalencia/hegemonía (más bien) de otra, por el mero hecho de estar más extendida. Hoy, casi finalizando el primer cuarto —se dice pronto— del siglo XXI, cuando se promulga la libertad de expresión, la tolerancia, la convivencia y la democracia, quienes recriminan al Estado la coerción y las sentencias judiciales que van en contra de este no sólo chupan del bote y trabajan para él sino que jamás permiten, toleran y escuchan la voz dormida que al fin está despertando.

¡»Bendiciones» y Viva España!”

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