Con su mensualidad, un jubilado sólo puede adquirir menos de tres kilogramos de cebolla
LA HABANA, Cuba. -Existen regímenes que valoran, por sobre todas las cosas, la integridad de las teorías políticas que los informan. Bajo ellos, la propaganda y la agitación en pro de los objetivos declarados de manera oficial, suelen gozar de preeminencia sobre los hechos concretos. Con frecuencia los eslóganes y consignas usurpan el lugar de las realidades.
Desde hace más de medio siglo, ése ha sido el caso de la Cuba castrista. En los últimos años, tales tretas las han copiado también los chavistas de Venezuela, los seguidores de Evo Morales y Rafael Correa en Bolivia y Ecuador, y otros personajes análogos que enarbolan los carteles del llamado “socialismo del siglo XXI”.
En todas esas partes “cuecen habas”, pero las palmas las ganan el ex guagüero Nicolás Maduro y sus incondicionales. El desgobierno entronizado por esos individuos ha conducido a que la Patria de Bolívar, a pesar del río de petrodólares que recibió durante lustros (y que todavía se mantiene, aunque con un nivel más bajo debido a la depresión de los precios del crudo), se hunde cada vez más en un insondable pantano de escasez, colas interminables y necesidades de todo tipo.
Para esas calamidades, cuentan con un fácil pretexto: la hostilidad de potencias extranjeras —ante todo, el “gran totí”: Estados Unidos— y la “guerra económica” desatada por los desafectos al régimen y “la burguesía vendepatria”. En el caso de Cuba, estos argumentos también fueron empleados de inicio, pero desde hace varios decenios se prefiere al “criminal bloqueo yanqui”, al cual se culpa de todos los males.
Los que tenemos más edad recordamos que, en 1958, el salario mínimo en Cuba ascendía a sesenta pesos mensuales, y después fue aumentado a ochenta y cinco. Esa suma equivalía a igual cantidad de dólares norteamericanos. Si tenemos en cuenta que el poder adquisitivo de esa divisa era en aquella época unas ocho veces mayor que ahora, constataremos que el ingreso mínimo de entonces equivalía a unos ochocientos dólares de hoy: ¡en la actualidad, una verdadera fortuna para cualquier cubano de a pie!
Frente a esa irrebatible realidad, lo único que atina a hacer la propaganda castrista es insistir en el aumento que los ingresos nominales de trabajadores y jubilados han experimentado durante este medio siglo. Por supuesto, que si convertimos el salario promedio oficial a la tasa fijada en las casas de cambio autorizadas, obtendremos la suma de unos veinte pesos convertibles, que equivalen aproximadamente a igual número de dólares al mes. Es decir: menos de uno al día, límite internacional de la pobreza extrema.
Hace unos meses, un amigo retirado me llamaba la atención sobre la cuantía de la prestación de seguridad social que recibe: 300 pesos. Aunque ella sólo equivale a poco más de una docena de dólares, no es de las más escuálidas. Incluso es mayor que muchos salarios. Por aquellas fechas, un alimento tan humilde como la cebolla llegó a costar cincuenta pesos la libra.
Se trata de un vegetal tan modesto, que incluso en la literatura se le ha citado como ejemplo de comida para los indigentes. Pues bien: con su mensualidad de jubilado (que —insisto— no es de las menores, mi amigo sólo podía adquirir menos de tres kilogramos del aromático bulbo.
Frente a esa realidad contundente, ¿qué valor pueden tener las proclamas de los agitadores gobiernistas o las invocaciones al “bloqueo genocida”? ¿No sería preferible que reconocieran de una vez por todas que han hundido a nuestra Cuba —y también a Venezuela, si al caso vamos— en el más grande desastre de toda su historia independiente?
Desde hace más de medio siglo, ése ha sido el caso de la Cuba castrista. En los últimos años, tales tretas las han copiado también los chavistas de Venezuela, los seguidores de Evo Morales y Rafael Correa en Bolivia y Ecuador, y otros personajes análogos que enarbolan los carteles del llamado “socialismo del siglo XXI”.
En todas esas partes “cuecen habas”, pero las palmas las ganan el ex guagüero Nicolás Maduro y sus incondicionales. El desgobierno entronizado por esos individuos ha conducido a que la Patria de Bolívar, a pesar del río de petrodólares que recibió durante lustros (y que todavía se mantiene, aunque con un nivel más bajo debido a la depresión de los precios del crudo), se hunde cada vez más en un insondable pantano de escasez, colas interminables y necesidades de todo tipo.
Para esas calamidades, cuentan con un fácil pretexto: la hostilidad de potencias extranjeras —ante todo, el “gran totí”: Estados Unidos— y la “guerra económica” desatada por los desafectos al régimen y “la burguesía vendepatria”. En el caso de Cuba, estos argumentos también fueron empleados de inicio, pero desde hace varios decenios se prefiere al “criminal bloqueo yanqui”, al cual se culpa de todos los males.
Los que tenemos más edad recordamos que, en 1958, el salario mínimo en Cuba ascendía a sesenta pesos mensuales, y después fue aumentado a ochenta y cinco. Esa suma equivalía a igual cantidad de dólares norteamericanos. Si tenemos en cuenta que el poder adquisitivo de esa divisa era en aquella época unas ocho veces mayor que ahora, constataremos que el ingreso mínimo de entonces equivalía a unos ochocientos dólares de hoy: ¡en la actualidad, una verdadera fortuna para cualquier cubano de a pie!
Frente a esa irrebatible realidad, lo único que atina a hacer la propaganda castrista es insistir en el aumento que los ingresos nominales de trabajadores y jubilados han experimentado durante este medio siglo. Por supuesto, que si convertimos el salario promedio oficial a la tasa fijada en las casas de cambio autorizadas, obtendremos la suma de unos veinte pesos convertibles, que equivalen aproximadamente a igual número de dólares al mes. Es decir: menos de uno al día, límite internacional de la pobreza extrema.
Hace unos meses, un amigo retirado me llamaba la atención sobre la cuantía de la prestación de seguridad social que recibe: 300 pesos. Aunque ella sólo equivale a poco más de una docena de dólares, no es de las más escuálidas. Incluso es mayor que muchos salarios. Por aquellas fechas, un alimento tan humilde como la cebolla llegó a costar cincuenta pesos la libra.
Se trata de un vegetal tan modesto, que incluso en la literatura se le ha citado como ejemplo de comida para los indigentes. Pues bien: con su mensualidad de jubilado (que —insisto— no es de las menores, mi amigo sólo podía adquirir menos de tres kilogramos del aromático bulbo.
Frente a esa realidad contundente, ¿qué valor pueden tener las proclamas de los agitadores gobiernistas o las invocaciones al “bloqueo genocida”? ¿No sería preferible que reconocieran de una vez por todas que han hundido a nuestra Cuba —y también a Venezuela, si al caso vamos— en el más grande desastre de toda su historia independiente?