Rubalcaba, príncipe de las tinieblas socialistas

Listo como el hambre que nunca padeció, hizo de fontanero antiguerrista al servicio de Felipe, cuando el distanciamiento entre el dúo dinámico de la socialdemocracia española dividió al PSOE en dos grandes tendencias y varias corrientes.

En su haber: asumir las riendas del partido tras el defecto Zapatero y los aciertos de 40 años de servicio público. En el debe: el 11-M, Faisán y Majadahonda.

En el primero, lideró la movilización de la izquierda contra el PP y los violentos acabaron quemando dos sedes del Partido Popular y el PSOE volvió a Moncloa.

En el segundo, un alto cargo policial, en su etapa como Ministro del Interior, avisó a ETA de una operación antiterrorista que preparaban las fuerzas de seguridad contra la banda terrorista. El chivatazo llegó al dueño del bar Faisán, en la frontera entre España y Francia.

En ambos casos se fue de rositas.

Siendo yo alcalde de Aldeacentenera, apareció un sábado (sin aviso institucional de cortesía previo) a reanimar a los suyos. Nunca entendí aquel gesto; salvo su lógica solidaridad con compañeros de partido derrotados, pero excesiva en un municipio pequeño y ajeno a Madrid, donde fue llevado por un amanuense al que el guerrismo y su torpeza cerraron las puertas de la FSM.

Quizá nunca pudo superar su pelusilla contra el grupo del PP que lideró el cambio en Majadahonda, con el que colaboré; y siempre se quedó con la espina clavada, de ahí su animadversión a Ricardo y demás compañeros.

Pero hoy he visto que, salvo excepciones, la prensa está llena de parabienes, incluido el panegírico de Rajoy, al que combatió por tierra, mar y aire.

Pero el propio Alfredo se encargó de avisar: en España enterramos bien.

Que en paz descanse.

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