Respuesta al camarada Triana y su 'opinión' sobre el Decreto 349, en Noticiero Cultural de este martes

Si se es marxista uno debe de aceptar que el consumo cultural de una sociedad depende de las condiciones y formas en que los individuos que la constituyen obtienen lo necesario para vivir ellos y sus familias

José Gabriel Barrenechea.

Una sociedad en dónde las formas legales de obtener lo necesario para reproducir las condiciones de vida no permiten hacerlo -sobre todo porque casi nada es legal, en que necesariamente hay que entrar en el área turbia de lo ilegal para conseguir sobrevivir; una sociedad en que en general las condiciones de vida caen en la precariedad, en que no funciona a derechas ningún servicio básico, ya que buscar el agua potable, una tubería o los medicamentos es una tarea que no puede hacerse con facilidad y automatismo; una sociedad en que la fealdad y el abandono se han constituido en una estética, o en que la aglomeración y la promiscuidad es la tónica de las viviendas para nada dignas en que vivimos… una sociedad así no escuchará a Bach o leerá a María Zambrano. Tal sociedad seguirá el modelo de otras sociedades semejantes a nivel global y consumirá acorde con los guetos afroamericanos o latinos que hoy proliferan en EE.UU., y en que un sector de la población sin esperanzas de revertir su situación dentro del establishment crean una subcultura de resistencia a la modernidad europea: Reggaetón, telenovelas de prisiones o documentales de Capos.

Géneros primitivos, monótonos, nada sutiles, lo admito, pero como no presumo de tener la verdad en el bolsillo de mi pantalón, como si parece creer el camarada Triana, no puedo profetizar si a partir de esos géneros algún día, en un siglo o dos, estos bárbaros de hoy crearán una nueva alta cultura que sustituya a la Occidental como en su momento hicieron aquellos que reemplazaron a la greco-latina.


Lo que sí puedo afirmar es que la Cuba de hoy es un gran gueto, no esa sociedad ideal de los ochentas con la que dicen soñar ciertos intelectuales nuestros, quienes por cierto, tampoco escuchan a Bach o leen a María Zambrano.

No me gusta el reggaetón, concuerdo con el camarada Triana; he escrito en contra de ese ritmo monótono que me marea por su uniformidad, no por sus letras, que peores las tienen algunos sosos trovadores nuestros que se limitan a usar del método surrealista del bombo para que la suerte cree por ellos muchas de sus canciones; mas nunca se me ocurriría pedirle al Estado que venga a eliminarlo mediante una cacería de brujas… perdón, de Chacales, Perritos de las Praderas, Guaricandillas Dayanas, Hienas del Reparto Eléctrico…

Creo que lo que debemos hacer quienes no lo soportamos es simplemente intentar convencer con argumentos a la población, o mejor aún, exigir que se nos permita participar con nuestras ideas en el mejoramiento de nuestra sociedad, sin que el Estado venga a coartarnos ese ejercicio que es un derecho. Si se es consecuente es esto lo que debemos hacer los intelectuales, lo otro es convertirnos en policías, o en algo peor, en esos comparsas de los policías que les justifican y ríen todos los excesos.

Si se es consecuente, si no se es un cobarde… camarada Triana.
A ningún Ministerio, o mucho menos a la Unión Nacional de Escritores y Artistas Castristas, le toca imponer gustos por decreto, o sea, violar el derecho ajeno a la libertad, que incluye el derecho a equivocarse (no hay verdadera libertad si no tenemos derecho a equivocarnos).

Es labor de la policía, sí, evitar que las personas pongan la música a todo volumen en cualquier parte. Si la policía no lo hace es porque no le da la gana, o porque no quiere buscarse problemas, porque si algo hay en este país es policías… más de la cuenta entre secretos, de uniforme e informantes oficiosos.

Cierto, nadie tiene el derecho a obligarme a escuchar lo que no me gusta en la guagua, o en mi casa, pero ojo, si no me gusta lo que ponen en un cierta institución recreativa simplemente no asisto allí. Lo que sucede en Cuba es que hay tan pocos lugares recreativos, y se los ha concebido en ese espíritu uniformador tan típico del Estado -de cualquier Estado, pero además con esa crónica suspicacia a todo lugar de reunión tan único del Estado Castrista, que quienes no soportamos el reggaetón debemos necesariamente terminar en dónde él impera. Porque da la casualidad que estos lugares han prosperado nada menos que porque el Estado Castrista ha tendido siempre a tenerle menos suspicacia, mucho menos miedo, a mil bárbaros seguidores de este género que a tres lectores de María Zambrano.

En todo caso la culpa, camarada Triana, es de esa institución adocenadora y preocupada antes que nada por su propia estabilidad eterna, el Estado Castrista, que algunos, paradójicamente, ahora invocan para que les saque las castañas del fuego en el adocenamiento general del país. Nada menos que mediante decretos.

La campaña contra la banalidad, camarada, si vamos a ser consecuentes, debe de empezar por ustedes mismos, la intelectualidad castrista: Destiérrense esos actos político-culturales llenos de danzantes en botas que son un verdadero monumento a ella –en una de las últimas una chiquita estuvo a punto sacar de la tribuna a Machado Ventura de una patada; o esas canciones “patrióticas”, ridículas, en que un señor en una manera no muy viril contrastantemente le canta “a un ejército tan fuerte”; o impídase la publicación de ese 90% de banalidad letrada que publican nuestras editoriales, en ese idioma muy pobre verbalmente que pusiera de moda el señor Eusebio Tracatán; pero sobre todo, esos discursos triviales de los Alipios Alonsos, los camaradas Trianas, los Abeles Oscuros, o los señores Barniz… y luego exíjase a los reggeatoneros, o los artistas plásticos independientes que hagan lo mismo.

Y esos discursos son banales porque quienes nos los empujan no creen para nada en ellos y saben muy bien que la cuestión es de fondo, culpa de esta vida de marginales que llevamos, y que nada lograrán con los mismo… excepto los fines reales que se esconden detrás del Decreto 349; ese lobo disfrazado con piel de oveja que se nos quiere hacer tragar a los que realmente estimamos por sobre todo nuestra independencia creativa, y no los abundantes pagos de las instituciones gubernamentales: Establecer al Estado como el supremo validador estético de la obra de arte, o como el único autorizado para determinar si alguien es o no un creador.

Porque quienes desde el poder nos imponen el Decreto 349, con la cooperación de los Alipios y Trianas oficiosos, saben muy bien que a la larga no puede prohibírsele a las mayorías que escuchen reggaetón no solo en sus casas, sino en los lugares recreativos y en cualquier parte, porque las “autoridades” (me refiero aquí lo mismo a policías que a autoridades intelectuales, en “lucha contra lo banal”, que para el caso demuestran ser lo mismo) ni tan siquiera han sido capaces de evitar la contaminación sonora, tras años de campañas continuadas. Pero en cambio sí que aprendieron que se puede utilizar una ley, “anti banalidad”, para que el Estado establezca por escrito su papel de supremo jerarquizador de la obra de arte, y supremo avalador de los títulos de escritor, músico, artista plástico, intelectual…
Es esa la realidad, y por ello es que nos oponemos al Decreto 349, no por esos motivos oscuros que usted nos achaca.

La otra realidad es que en su caso, camarada Triana, lo que sucede es que tiene miedo a la competencia, y por ello está dispuesto a pactar con el Estado Castrista y sus policías, para que sean ellos quienes le aseguren que mañana no pierda una posición intelectual jerárquica que en consecuencia ya no ha definido la libre competencia entre los talentos, sino un Estado con el cual usted ha pactado todas las infamias por tal de que el mismo le quite de enfrente a todos sus posibles competidores.

Permítame que se lo diga por lo claro: Usted me da lástima.

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