Los ricos mueven su dinero libre e insensiblemente según la conveniencia; los ricos no tienen patria
Es lógico y comprensible en una democracia joven como la nuestra que el afán de mejoras en todos los órdenes que perseguíamos desde el franquismo tenga aún un hilo reivindicativo sólido, máxime teniendo en cuenta las enormes injusticias y desigualdades que aún persisten. Progresar no es otra cosa que mejorar lo anterior.
Dicho esto, hay un principio elemental que todos los políticos y el pueblo debe conocer: Lo difícil no es realizar un proyecto, es conservarlo, mantenerlo. Construir una autovía, una piscina, un estadio, una biblioteca es siemprre responsabilidad de un gobierno superior y más solvente, mantenerlos es tarea de un ayuntamiento, una diputación…, es decir, de una administración con menos medios.
Por eso, cualquier servicio que se solicite o se prometa a los ciudadanos debe de ser bien medido y bien pesado.
Hemos llenado el País de comunicaciones, instalaciones deportivas, universidades, hospitales, etc, pero ahora hay que mantenerlos, y, además, surgen nuevas necesidades que han de hacerse compatibles con lo ya creado.
También hay que tener en cuenta que todo ese gasto que parece que viene del aire es sufragado en su casi totalidad por los autónomos, pequeños empresarios y trabajadores -cuando se argumenta que se subirán los impuestos a los ricos para crear más riqueza, se olvida que los ricos mueven su dinero libre e insensiblementere según la conveniencia; los ricos no tienen patria.
Son sólo los controlados por Hacienda quienes pagamos. Es la razón por la que deberíamos ser más estrictos todos, -yo me incluyo-, en lo que pedimos y cómo lo pedimos.