Todo aquel que haya leído mínimamente sobre política habrá bicheado en nuestro tiempo aquello de “Eurasia” como geopolítica asociada a Rusia. A día de hoy, podemos pensar en Alexander Duguin y su “Cuarta Teoría Política” ipso facto. Sin embargo, “Eurasia” no es un invento de Duguin, sino que surge entre el exilio ruso blanco como ideal geopolítico para recuperar la territorialidad del imperio de los zares, habida cuenta del desastre geopolítico de Lenin en primera instancia, regalando territorio del Imperio Ruso a sus financiadores alemanes, entre otros.
Sin embargo, a Solzhenitsyn, aquel gran intelectual testigo del siglo XX que dio a conocer la barbarie de los campos de concentración soviéticos, no le gustaba tal término, pues decía que por un lado era impreciso y que por otro, parecía alejar a Rusia de Europa.
En puridad, son disyuntivas que acompañan a los pensadores rusos desde el siglo XIX. Eslavófilos, paneslavistas, occidentalistas/liberales… Y hasta que llegaron anarquistas y comunistas. Otrosí, setenta años de brutalidad criminal comunista no son moco de pavo, y con todas las consideraciones que se podrían hacer (yo haría muchas, y no positivas precisamente); parece que en Rusia, ni tirios ni troyanos están mendigando ser europeos, o que Europa les reconozca como tales. No van lloriqueando tal cosa. El que más y el que menos es consciente de su situación tanto geográfica como cultural y de sus posibilidades. Y eso, mal que bien, es una ventaja, una ventaja de pensamiento, e incluso una ventaja psicológica; por más fallos y surrealismos que podamos hallar.
En España (y también en Portugal), desde el siglo XVIII, sin embargo, estamos pidiendo permiso para ser europeos, especialmente a franceses y británicos. Y así seguimos. No somos conscientes de nuestro papel como herencia máxima del occidente romano en Europa. Apenas conocemos nada de pensadores italianos, griegos o incluso rumanos; y sin embargo, todo lo enfocamos hacia países del centro o del norte del continente, con una situación geográfica y cultural bien distinta de la nuestra; que como Rusia, no dejamos de ser tierra de frontera. Y no es que no seamos europeos: Es que sin España (y sin Rusia), Europa no existiría. Pero con ese complejo de inferioridad, con esa falta de conocimiento de nuestro potencial y de nuestros países más próximos por la vía romana, y asimismo, insertados en la asfixiante dictadura progre como país-llave para continuar experimentos de ingeniería social en Hispanoamérica, estamos que no levantamos cabeza. Y en Hispanoamérica, a pesar del peso de la Leyenda Negra, siempre se espera a ver qué hacer España; y si España encabezara una resistencia cultural hispanista, percibiríamos que tendríamos muchos más partidarios de lo que pensamos. Sin embargo, lo que exporta España hacia América no es más que “marxismo cultural” empachado de pijotadas burguesas.
¿Por qué no exportamos más que pseudovalores antifamiliares, antihistóricos y anticulturales?
¿Por qué tenemos que ir con la cabeza agachada en/ante Europa?
¿Por qué tenemos que compararnos siempre con los mismos?
¿Por qué tenemos que aceptar como un dogma de fe los embusteros estereotipos que otros nos han impuesto para castrarnos?
¿Y por qué tenemos que soportar a una clase político-económica que no son más que cipayos que trabajan para intereses extraños?
Partimos con demasiadas desventajas, y buena parte de ello gravita sobre la propia psique. Pues bien, ya es hora de jugar con ventaja, porque legado y posibilidades tenemos de sobra. Conozcámonos, tengamos amor propio y para adelante, que como afirmaba Ramiro de Maeztu en “Defensa de la Hispanidad”, el camino hispánico no tiene pérdida posible.