Portal oficialista cubano califica la batalla de Santiago de Cuba de "acontecimiento trágico de nuestra historia"

Como testigos imperecederos de las primeras andadas norteamericanas en tierras cubanas descansan, desde la entrada de la Bahía de Santiago de Cuba hasta la desembocadura del Río Turquino, los residuos maltratados por el tiempo de lo que fuera parte de una de las flotas más prestigiosas de la España del siglo de XIX.
Los centenarios restos, ubicados en el Parque Arqueológico Batalla Naval de Santiago de Cuba, declarado Monumento Nacional desde el 2015, yacen en aguas antillanas no solo como recuerdo de un trágico acontecimiento que a la historia le dio por llamar Batalla Naval, sino también como latente homenaje a aquellos hombres que -aunque defensores de un régimen usurpador- supieron encarar a la muerte con la satisfacción de perecer en el estricto cumplimiento de su deber.
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Era la mañana del 3 de julio de 1898 y el Sol se asomaba de a poco por entre los resquicios del Castillo San Pedro de la Roca, por aquel entonces celoso guardián de las costas santiagueras. Sin embargo, esta vez el acostumbrado recorrido del astro rey por las galerías, todavía húmedas por el paso de la noche, estaría marcado por el ir y venir apresurado de los soldados que ultimaban los detalles de lo que sería un verdadero desastre. Tras varios meses de incertidumbres, las tropas marítimas españolas enfrentarían finalmente a la flota norteamericana que bloqueaba la Bahía de Santiago de Cuba.
Al frente de la escuadra europea se encontraba el Almirante Pascual Cervera y Tapete, un viejo y corajudo lobo de mar que desde la intromisión de Estados Unidos en el conflicto cubano-español consideró mucho más coherente reforzar las defensas de la nación ibérica. Así lo hizo constatar en una carta secreta enviada desde Cabo Verde el 19 de abril de 1898 al ministro Segismundo Bermejo, luego de finalizar una reunión con los oficiales que lo acompañarían al Caribe:
“El natural impulso de marchar decididamente al enemigo, entregando la vida en holocausto de la Patria, era la primera nota que se dibujaba en todos; pero al mismo tiempo, el espectro de la Patria abandonada, insultada y pisoteada por el enemigo, orgulloso con nuestra derrota, que no otra cosa puede obtenerse en definitiva, yendo a buscarlos a su propio terreno con fuerzas tan inferiores, les hacía ver que tal sacrificio no sólo sería inútil, sino contraproducente, puesto que entregaban la Patria a un enemigo procaz y orgulloso, y Dios sólo sabe las funestas consecuencias que esto podría traer”.

El Almirante Pascual Cervera peleó en la guerra carlista, contra los rebeldes malayos y durante la proclamación del Cantón de Cádiz (Foto:Getty Images).
Pese a los intentos de Cervera, su alto mando mantuvo firme la decisión de reñir a los de las barras y las estrellas con el mar como campo de batalla. Fue así como tras fuertes presiones para que combatiera a un enemigo mejor posicionado, el Almirante recibió la indicación de romper el cerco y dirigirse a Filipinas.
El resultado de la increíble orden de precipitarse sobre el contrario era imaginada por todos: la muerte estaba asegurada. Cervera, hundido emocionalmente, no podía creer tal barbaridad. No obstante, textos españoles sobre el acontecimiento relatan que en el funesto amanecer del 3 de julio el veterano marinero regaló a las cuadrillas su arenga más épica:
“Dotaciones de mi escuadra: Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España y el honor de su bandera gloriosa (…) He querido que asistáis conmigo a esta cita con el enemigo luciendo el uniforme de gala. Sé que os extraña esta orden porque es impropia en combate, pero es la ropa que vestimos los marinos de España en las grandes solemnidades, y no creo que haya momento más solemne en la vida de un soldado que aquel que se muere por la Patria”.
A las 9:30 a.m comenzaba el movimiento en fila india (porque las características de la bahía no permitían hacerlo de otra forma) de los cuatro cruceros acorazados y los dos destructores hispanos con el “Infanta María Teresa” a la cabeza. A las 9:35 a.m ya los buques recibían el fuego de la marina norteamericana dirigida por el también AlmiranteWilliam Thomas Sampson. Tal y como se esperaba, la ofensiva hispánica, si se le puede llamar ofensiva, terminó siendo un verdadero tiro al blanco para los navíos estadounidenses.
De muy poco le sirvió al Teresa, con Pascual Cervera a bordo, abalanzarse contra el USS Brooklyn para ofrecer a las demás embarcaciones la oportunidad de huir hacia el oeste, pues todos fueron alcanzados por los proyectiles de la potente armada.
Aunque el número de bajas nunca se ha considerado muy exacta, se estima que el bando español sufrió la pérdida de poco más de 300 soldados mientras que los de América del Norte lamentaron la pérdida de un solo marino.

El Infanta Maria Teresa, buque insignia de Pascual Cervera, fue construido en Bilbao en 1893 (Foto: vidamaritima.com).
Mucho se ha escrito en los últimos años para tratar de explicar lo sucedido. Para algunos, la escuadra española se enfrentó a una fuerza infinitamente superior que contaba con barcos nuevos y bien equipados. Para otros, el fallo estuvo en la incomprendida orden de entregarse prácticamente, debido a que los españoles contaban también con una flota moderna aunque construida con una concepción distinta.
Jamás sabremos cuál hubiera sido el desenlace de aquella situación si en vez de abandonar la seguridad que brindaba el puerto oriental, el armamento de las naves se hubiese desmontado y empleado en la defensa de la zona.

A lo largo del tiempo, los restos de la batalla naval han sido lugar de interes para historiadores de todo el mundo (Foto: Guillermo Cervera).
Como por burla del destino, ni siquiera la más fuerte de las metrallas pudo ultimar a Pascual Cervera, quien fue hecho prisionero y recibido por los infantes yanquis con los más altos honores. Según su bisnieto Guillermo Cervera, cuando regresó a España en septiembre de ese mismo año tras el cese de las hostilidades, uno de los primeros en pedir audiencia con el héroe de guerra fue el Ministro de Marina. Este encuentro quedaría en los vestigios del tiempo gracias a unas de las palabras más grandes que de seguro pronunció aquel valeroso Almirante:
-Siento mucho lo sucedido, supongo que habrá usted perdido todo lo suyo en el naufragio.
-Así es. Todo menos el honor.
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