Aseguran que las fuerzas del orden tardaron tres horas en entrar en el club Pulse. Y, en definitiva, fueron los SWAT los que a última hora irrumpieron en el local mediante una explosión controlada
Parece que temían que el terrorista tuviera un cinturón o un chaleco con explosivos. Y total no llevaba ninguna bomba suicida. Más aún, si la hubiese llevado seguramente la hubiera hecho explotar desde el minuto uno. De modo que la indecisión policial fue inútil y contraproducente.
Lo que tenía el yihadista era un fusil AR-15 que por cierto sabía usar muy bien. Según relatan, era capaz de recargarlo con toda rapidez mientras al mismo tiempo blandía una pistola, que también usaba con destreza mortal. Además de poseer varias licencias que le permitían comprar armas de todo tipo, incluyendo el letal fusil semiautomático, al tipo no le faltaba entrenamiento en el manejo de las armas de fuego.
Duele leer los últimos mensajes dirigidos a su pareja por el joven de 21 años, Alejandro Barrios Martínez, uno de los dos cubanos que murieron en la trampa fatal de Pulse:
«No tengo tiempo de decirte. Estoy en un tiroteo y no puedo salir. Asustado, con sangre… Mi amor, tengo miedo de morir. La policía no llega y estoy en el baño encerrado».
En realidad, la policía había llegado con tiempo pero no se decidía a entrar en la discoteca. ¿Fallos de liderazgo en la implementación de los protocolos de actuación en situaciones de emergencia como esta? Yo estoy persuadido de que la gestión de la crisis por parte de las autoridades locales, e incluso federales, dejó mucho que desear. Una demora que, a mi modo de ver, hizo aumentar dramáticamente el número de víctimas mortales.
Ni en el combate más encarnizado de la guerra más cruenta la proporción de muertos en relación con la cantidad de heridos suele resultar tan alta e igualada como en la matanza de Pulse: casi 50/50, o más exactamente 53 heridos frente a 49 muertos (50 si se incluye al hp islamista, que es preferible obviar en esta cuenta).
Al parecer, el joven Alejandro —el de los mensajes in extremis citado más arriba—, lúcido hasta su último aliento desesperado, acabó muriendo por desangramiento. Y como él, tal vez, varias decenas de heridos más que no pudieron contar con los primeros auxilios y se desangraron hasta morir.
Si con razón se han señalado graves errores en la política antiterrorista de la actual Administración, debe también señalarse que la policía y las fuerzas de seguridad no hicieron gala de un buen desempeño ante la mayor masacre en toda la historia de los Estados Unidos de América.