Por el Escambray, después del combate de Michelena

París, 13 de octubre de 2015.
Querida Ofelia:
Te envío otro testimonio del viejo amigo Miguel García, ex guerrillero del Escambray en los años cincuenta contra la dictadura de Fulgencio Batista. Te ruego que lo hagas conocer entre los amigos allá en San Cristóbal de La Habana. El objetivo de estos testimonios es hacer conocer la verdad histórica sobre lo que sucedió en aquella sierra villaclareña, ya que ha sido deformada u ocultada por los censores e “historiadores” oficiales el régimen
“Para los guerrilleros, aquel combate en los Montes de Michilena resultó exitoso en todos los aspectos. A pesar de sus inexperiencias, quedaba demostrado que se podían enfrentar a un ejército bien preparado, como era El Tercio Táctico de Santa Clara y derrotarlo. Esa era la convicción en medio de la euforia.
Aquel día transcurría en medio del sobresalto y la agitación. Luego se supo que la misma tensión se vivió aquel día, en la otra columna del II Frente que encabezaba Darío Pedrosa.
Ellos acamparon en la Finca de Caballete de Casas y desde allí, sin poder hacer nada, ni saber el resultado de lo ocurrido, escucharon, por la proximidad, los nutridos tiroteos de los encuentros en La Diana y en Los Montes de Michilena.
La situación de la columna que llevaba Darío no era muy halagüeña, al igual que el primer grupo guerrillero, ellos divisaron soldados por todas partes, viéndose obligados a permanecer alertas y listos para combatir. Quizás el combate de Michelena, despistó al ejército, haciéndole creer que se trataba de una sola columna a la que debían seguir el rastro, por lo que el grupo bajo el mando de Pedrosa no fue acosado.
En aquellos momentos, Darío Pedrosa valoró todas las alternativas posibles, y decidió acertadamente, permanecer acampado y al acecho de los acontecimientos. Darío envió a Roger Redondo y Evelio Martínez a una misión exploratoria de regreso al campamento del Cacahual, con el objetivo de buscar información y comprobar si las armas que dejamos ocultas fueron o no, encontradas por el ejército.
El recorrido de Roger y Evelio al antiguo campamento, estuvo lleno de peligros y tensiones; iban zigzagueando, tratando de ocultarse de los grupos de soldados que descubrían por el camino. Ya caída la noche, observaron el trasiego de camiones y jeeps del ejército, conduciendo tropas de refuerzo.
Finalmente, llegaron al viejo ‘varaentierra’, que fue construido, frente al campamento. Para sorpresa de los dos, se encontraron en el lugar a Banguela, uno de los guerrilleros asignados a la columna de Menoyo, quien por alguna razón se quedó allí, sin que nadie notara su ausencia.
Banguela estaba tranquilo y campante, preparándose para cocinar unas malangas. Al ver a sus compañeros les invitó al “festín”, mientras les informó que el despliegue del ejército fue enorme, pero que los soldados ya se habían ido. Roger y Evelio saborearon las malangas y luego se llegaron al antiguo campamento del Cacahual sin que tuviesen que sufrir una mala digestión.
Los exploradores enviados por Darío pudieron comprobar que todas las armas permanecían en su escondite, tal y como fueron dejadas. Por las huellas encontradas, supieron que los soldados del ejército permanecieron en El Cacahual haciendo una fogata y registrando el lugar exhaustivamente, sin que diesen con el armamento: al parecer, ninguno supuso que deslizándose por aquel pequeño hueco, ubicado cerca del campamento, encontrarían algo.
Junto con Roger y Evelio regresó, al lugar donde permanecía el resto de la columna, Banguela. Los tres realizaron el viaje, cómodamente, porque la zona ya estaba despejada de soldados y la operación del ejército se concentraba en perseguir a la columna de Menoyo y Artola.
Cuando los tres llegaron hasta Darío Pedrosa para darle las buenas noticias que alegraron a todos, el propio Darío los envió de regreso para que permanecieran en El Cacahual, limpiando y engrasando las armas almacenadas.
Rolando Cubela, uno de los expedicionarios que se sumó a los guerrilleros del Escambray, se ofreció de voluntario para acompañarlos. Darío accedió y de inmediato partieron los cuatro de regreso al Cacahual.
Mientras tanto, la columna, que marchaba para Guanayara en tres días de marcha, desorientó al ejército, logrando que perdieran la referencia exacta de su ubicación. Fueron sorteando obstáculos, realizando marchas forzadas, recorriendo grandes trechos, por riachuelos de poca profundidad para no dejar rastros, transitando por zonas montañosas totalmente despobladas, en la que no encontraron ni un bohío campesino y por consecuencia ni una sola siembra que les diera de comer.
Vivieron días de hambre y esfuerzos, de agotamiento total; pero los prácticos que los guiaban lograron que todos permanecieran sanos y salvos, y ya a gran distancia del último combate en los Montes de Michilena.
Los guerrilleros avanzaban por inercia, ya depauperados, pero con la moral bien en alto. Los prácticos, como si se tratara de la “Tierra Prometida”, los alentaban, asegurándonos que una vez rebasadas las cimas más altas, llegaríamos al centro de la Cordillera de Guamuhaya, donde abundaba la población campesina y desde donde podríamos movernos en todas direcciones para buscar estratégicamente un lugar que nos permitiera una buena defensa.
A pesar de las promesas de los guías, el debilitamiento de la columna nos demoraba el andar, haciéndose más frecuentes y necesarias las pausas para descansar. Nunca se le olvidará el estado del Gallego Blanco, uno de los expedicionarios, que en medio de su agotamiento, fue aligerando su pesada carga, suponiendo que así andaría mejor. Después de los descansos, el práctico de retaguardia se le acercaba a Menoyo sonriendo y mostrándome algún objeto.
– ‘Esto se le cayó a alguien’ -. le repetía el guía, cada vez. La primera, fue una cartuchera con balas, después, un cuchillo comando, hasta que finalmente le mostró a Menoyo una pistola, todos objetos pertenecientes a Blanco.
Parecía increíble, sólo que las jornadas de los últimos días fueron tan brutales que le hicieron comprender que Alberto Blanco, de llevar dentadura postiza, también la hubiese abandonado en medio del monte.
No obstante y a modo de consuelo para Alberto, no fue el único que soltó alguna que otra pertenencia, hubo varios que optaron por esa decisión, pero sin llegar al extremo de soltar hasta el arma.
Como la ilusión que sentían cuando comenzaron el ascenso de la loma de La Pimienta, sabían que cuando alcanzaran la cima, por empinada que fuera, después vendría el descenso y con él, la aparición de los bohíos campesinos donde vivían familias que cultivaban cosechas, de las que podrían disponer.
Como en un desierto, donde los caminantes extraviados y sedientos, pierden la noción de la realidad y en su delirio, imaginan algún un oasis salvador, así mismo en esa guerrilla hambrienta, cualquiera de sus miembros al subir la loma de La Pimienta, pudo tener el espejismo de ver frente a sí, una siembra de boniatos, yuca, malanga, plátanos, y todo tipo de viandas.
Aquella loma de La Pimienta me resulta inolvidable hasta el punto de odiarla, porque subías y subías…y cuando creías llegar a la cima, te encontrabas una planicie y de nuevo comenzaba el ascenso que parecía interminable.
Luego de varias horas de ascenso, el norteamericano William Morgan de complexión fuerte y resistente, sorprendió a todos dejándose caer sobre la yerba y sin poderse aguantar, le dijo a Menoyo:
– ‘Gaego, tu querer matarme. Yo no ser miulo’ -.
Esta salida de Morgan, provocó risa entre todos los guerrilleros y como en nuestra guerrilla, por supuesto, nadie era mulo y todos andábamos tan agotados como él, nos fuimos dejando caer por el desmadejamiento general.
Allí permanecimos largo rato, dejando que la brisa nos permitiera recuperar el aliento.
La loma de la pimienta fue una graduación para los guerrilleros, aprendimos que las fuerzas del ser humano se regeneran ante el peligro, aunque uno carezca de alimentos o agua”. Miguel García Delgado.
Un gran abrazo desde La Ciudad Luz,
Félix José Hernández.
Foto: El Escambray, Cuba.

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