Perú, más de 100 años de guerra

Perú, estuvo disfrutando de  guerras intestinas por más de cien años

No solo los ingleses se quedaron con la corona real hecha a la medida de la testa de alguno comisionado por su reino, sino que en Perú, en el mítico lugar de las “grandes ovejas”, las espadas y los puñales, y aún las sogas de ahorcar –muerte menos honorable, hasta la muerte tiene clase- hicieron de lo suyo y dejaron en el baúl de alguno de aquellos conquistadores procedentes de los varios reinos españoles a recaudo la aurea corona que a hurtadillas se había hecho construir, para, oficialmente, no desdecirse de aquellas lealtades inquebrantables que la crónica, siglo tras siglo, ha publicitado de tal modo que, en conjunto, quiere da la mentirosa apariencia de que en Las Indias todo el mundo era monárquico, y en eso iban a una.
Hasta llegar a Gaunajuato, Mexico, a Dolores y a su cura Morelos corriendo el año de mil ochocientos diez, por miles se pueden etiquetar los caudillos que por Las Indias tenían claro y diáfano lo que puede valer un rey distante, tan distante como el dios cristiano, que ambos lo único que sabían hacer era desollar a los nativos, y cuando la manteca de los naturales de color estaba escurrida, acudían hasta por la de los criollos blancos, en un insaciable afán, que se podrá, como ahora, si se tienen los medios de comunicación comprados, publicitar aquello que convenga, pero, que se sepa, de momento a todo el campo no se le pueden poner puertas y completarlo al cien por cien con alambradas y evitar flecos informativos que se deslizan.
Aquellos albores violentos de establecerse los castilla, donde los Pizarros ahogaban a los Almagro, donde Diego de Almagro hijo, mataba a Francisco Pizarro. Vaca de Castro mataba al Almagro hijo. Blasco Núñez de Vela prendía a Vaca de Castro, Gonzalo Pizarro mataba a Blasco Núñez de Vela, y Pedro La Gasca ajusticiaba a Gonzalo Pizarro, son intercambios de muertes de apellidos y gentes más o menos conocidas para la opinión pública y la crónica. Pero será necesario tener en cuenta, que por un personaje de aquellos más o menos conocido que cayó acuchillado, se puede contar, solo en venganzas, más de cien desconocidos de los que fueron con ellos de viaje al mítico Perú, y por miles los naturales que los llevaban de acá para que entregaran su vida  a su amo o señor, o a su jefe inmediato.
La Gasca, hizo como punta hilo de un final de una  cadena habitual en Indias de intercambios de cuchilladas, y cuando regresó cargado de chismes y, sobre todo de oro y plata de aquella ley metálica de desuello que imperó en las Indias, tantos muertos por peso de oro o marco de plata en todos los metales que denominamos nobles, el rey lo hizo obispo de Palencia, los dos poderes de tanto monta, de monta tanto, donde don Pedro Gasca o La Gasca se sentía encantado especialmente porque la santísima inquisición, caso de Palencia y demás Castilla, había logrado a pulso que la sola mirada de un santo inquisidor, llevaba al retrete al más pintado y valiente, cosa que en Las Indias hubo temor, pero no tan sumamente tremendo.
Perú, por aquello de ser un lugar que lo hicieron mítico en riqueza, cuando en verdad la miseria campeo al mismo nivel que en casi todos los corregimientos de las demás Indias, estuvo disfrutando de  guerras intestinas por más de cien años. Y algo así, para acabar con algo así con las raíces tan largas y profundas, se necesita mucha cultura, mucha educación cívica que por desgracia ni la tiene Perú ni se encuentra en parte alguna del orbe, excepción de algunos países fríos como los escandinavos, donde están llegando a la paz casi verdadera por la vía de la cultura, la única vía que la posibilita, porque la del respeto y los valores patrios, no pasa de ser más de lo mismo.
En Perú, desde aquel lejano mil quinientos cuarenta y dos, hay toda una desobediencia al rey, escrita documentalmente, que en eso difiere de las demás desobediencias de otros lugares, personas y territorios, y porque Gonzalo Pizarro se hizo, sin ambages, llamarse rey del Perú no iniciando nada, sino expresando algo que conllevó el mal gobierno, no porque lo dijera la leyenda negra, sino porque la sangre española no predominará en el color en relación con la negra, y será vencida en el color, pero está más que demostrado que cada uno que porte sangre española, se siente más rey que su rey, y lo trasmite genéticamente por encima de cual otro flujo songuíneo.
Las Indias no fueron, ni por asomo, lo que se ha querido publicitar de unos blancos monárquicos a tope, que ni se les pasaba por la cabeza mandar al carajo al rey; que no fue así, ni mucho menos. Y entre las muchas cosas más dolorosas, que más duelen por fuera del fuerte dolor de las vidas y la sangre indiana originaria, es que por Puerto Viejo, por aquel Perú mítico, los socios del rey, el clero, hicieron añicos unas  estatuas gigantes que algunas parecían llevar como un libro en la mano.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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