Para hacer un poco más justificable el Embargo

José Gabriel Barrenechea.

Si en una Transnación como la cubana, con una considerable población emigrada, se priva a esta de los derechos políticos que por lo general, en el Occidente de hoy, se les reconoce a los nacionales que viven más allá de las fronteras geográficas del Estado asociado a esa comunidad transnacional, es evidente que sólo se les deja a esos nacionales un recurso para recuperar sus derechos políticos: El usar la política exterior de su país de acogida para presionar al gobierno de su país de origen, con el loable fin de que este se vea obligado a devolverles esos derechos pisoteados.

Precisamente es eso lo que hoy ocurre con el Embargo, aunque el mismo siga sin embargo supeditado a condiciones para su levantamiento que se remontan a 1992, cuando los EEUU eran sin lugar a duda el poder incontrastable a nivel mundial, no este país de ahora, en repliegue hacia otro período de Aislacionismo, y en que impera el nacionalismo antiglobalista.

Si en otros tiempos el Embargo era un arma de los EEUU en medio de la Guerra Fría, para enfrentar al enclave pro-soviético a la vista de sus costas, hace ya mucho el sostenimiento del Embargo es cosa del sector cubano emigrado en ese país, y en última instancia de nadie más. Sector emigrado en ese país que ha sabido, y ha contado con los recursos, para utilizar la política interna del vecino con el fin de sostener lo que ya en EEUU a poquísimos les importa sostener.

Permítaseme explicarme: Los cubanos de acá, si somos honestos, no podemos más que encontrar justificable la posición de los cubanos emigrados, privados de sus derechos políticos, al apoyar el Embargo, pero a su vez no podemos aceptar la imposición de una potencia extranjera.

Como en el caso de cualquier huelguista, es legítimo que los emigrados nos presionen a todos aquí adentro, no sólo al gobierno, para recuperar sus derechos políticos. Al gobierno para que por fin acceda a devolvérselos, a nosotros para que nos unamos en las presiones al gobierno para que se les devuelva lo que es universalmente reconocido en Occidente como un derecho.

Mas ya no nos es legítimo que el gobierno americano venga a presionarnos a todos para que cambiemos las pautas según las cuales nos gobernamos (no importa que en realidad sean las pautas según las cuales otros cubanos nos gobiernan), y sobre todo que sea él el juez último de la legitimidad o no de esos cambios, y por tanto el decisor real de nuestro Futuro. Eso es Plattismo mondo y lirondo y es precisamente aquí donde el gobierno aprovecha para legitimarse y monopolizar un discurso nacionalista que no puede ser más que el de los cubanos a quienes no nos gusta que el vecino venga a querer mandarnos en casa.

Hasta aquí todo claro entonces: Es plenamente justificable que los emigrados usen la política exterior de su país de acogida para intentar recuperar lo que es suyo, pero no que el gobierno americano quiera imponernos cuál será el régimen político que nos daremos cuando la ciudadanía recupere la soberanía que por ahora secuestra una élite, con el supuesto propósito de evitar esa pretensión americana…

Aunque parezca un tanto complicado, es sin embargo relativamente sencillo legitimar el Embargo a los ojos de todos.

Basta con condicionar su levantamiento no a que una Comisión del Congreso de los EEUU halle que los cubanos cumplimos con los preceptos que ellos nos imponen, sino a que el gobierno de La Habana les reconozca a los cubanos emigrados, a quienes  incluso obliga a sacarse pasaporte cubano para visitar la Isla, su derecho a tener en la Asamblea Nacional del Poder Popular una representación proporcional a su número dentro de la comunidad cubana transnacional.

Si se quiere legitimar el Embargo ante nosotros, los cubanos de adentro y de afuera que no comulgamos con el Plattismo, sólo hay que cambiar las condiciones para su abrogación: Ya no puede ser que el Parlamento de una potencia extranjera decida que vamos por el “camino correcto”, y en base a ello decida eliminarlo tras comprobar que somos alumnos aventajados, y sobre todo, dóciles. La única condición aceptable para todos deberá ser el que el gobierno de La Habana acepte devolverle su derecho a la participación política a los cubanos emigrados. A que envíen una representación proporcional a la Asamblea Nacional, y a que ejerzan esa participación según las formas que encuentren más apropiadas, según el principio copiado de China de: Una Transnación, dos Sistemas.

Esta es una forma legítima de empujarnos a la Democracia, ya que sin lugar a dudas, de aceptar, el régimen creado sobre el principio del unanimismo más absoluto no conseguiría digerir ese entre un 10 y un 15% de diputados independientes. En primer lugar esa concesión de derechos políticos a una parte de la ciudadanía no podría más que dejar sin razones válidas el propósito de mantener a la otra privada de esos derechos, e impulsaría dentro de ese sector el deseo de recuperarlos.

En caso de no aceptar, que es lo más probable dado el régimen de que hablamos, al menos el Embargo serviría para dejar en evidencia a un régimen que ya no es que no acepte que una potencia extranjera venga a mandarle cómo deberá vivir su Futuro, sino un régimen con una parte considerable de la población a la que priva de sus derechos políticos, mientras a un mismo tiempo le cobra los pasaportes más caros del Mundo.

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