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No rendirnos al miedo

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Autoengañarse no conduce más que a la desilusión, tarde o temprano, y en ciertas situaciones, como la presente, al pánico. La única actitud correcta es no dejarnos arrastrar al hueco a que nos llevan el miedo y el egoísmo.

Si lo que hasta ahora sabemos de la enfermedad es cierto, de su curso epidémico; si la vacuna nunca estará en las cantidades necesarias antes del próximo año, antes de que una considerable parte de nosotros haya enfermado… pues tenemos que hacernos a la idea de que morirán decenas de millones. Es más, debemos hacernos a la idea de que quizás le toque a usted, o a mí, y que ante ese destino solo cabe que lo asumamos con la suficiente sangre fría. Que como Marco Aurelio estemos plenamente conscientes de que la muerte nos sonríe a todos, y que lo único que podemos hacer cuando el momento llega es devolverle la sonrisa.

Hoy nuestro principal enemigo no es el virus, sino ese miedo que mora en lo profundo de toda alma humana; y que siempre nos acompañara, por cierto, para que el poder manifestar nuestras otras grandezas nunca sea un asunto fácil.

No podemos dejarnos arrastrar por el pánico, porque en la presente situación es lo que más debemos temer. Tengamos presente que una sociedad global en caos significará ya no las decenas de millones de muertes que traerá si asumimos el reto con cabeza fría, sin egoísmos, con ánimo de servir, sino cientos, quizás miles de millones.

Ya en la India se ha apaleado a alguien por estornudar en público, ya en Cuba se han escrito frases xenófobas en algún elevador habanero. No olvidemos las turbas que durante la Peste Negra mataban a los extraños y a los diferentes, y en consecuencia a los milicos, a los políticos, a los tiranos y pretendidos profetas o apóstoles que ya salen a pescar en las aguas revueltas, a los que prometen seguridad a cambio de que les entreguemos nuestras libertades. Una seguridad que a la larga no pueden asegurarnos, sin embargo, porque sin libertad, sin esos extraños, sin los diferentes que los tiranos y profetas permiten que las masas homogéneas asesinen para asentar su poder sobre el miedo y el crimen, la Humanidad pierde su principal capital: el de tener múltiples posibles respuestas a los desafíos que sin falta nos saldrán al paso, múltiples posibles respuestas que entre ellas se contrasten, en definitiva el capital de la diversidad, de la Libertad.

Hay que asumir nuestro destino sin pánico, porque esa es la única manera de intentar cambiarlo y de evitar las peores posibilidades. Y hay que hacerlo en común: Es la hora de servir, de ayudar. Sea poniéndome un trapo en la cara para que si estoy enfermo, sin yo saberlo, resulte menos probable que contagie a otros; sea aceptando que yo no puedo controlar mi destino y el de mis seres queridos a mi entera voluntad, que mis recursos son limitados, que solo puedo intentar evitar lo peor, y que en consecuencia de todo ello no hay manera 100% efectiva de evitar la infección; que, por ejemplo, el pedir el cierre total del comercio mundial destruye la cadena productiva y retrasa por lo tanto el proceso de creación, y posterior producción, de la futura vacuna; que debo dar el paso al frente cuando sea llamado, porque en una situación de caos total entonces si no habrá posibilidades -si yo no ocupó mi lugar en la trinchera es seguro que el enemigo hundirá su bayoneta en mi cuerpo, no importa donde me esconda; que si los países ricos no ayudan a los pobres estos se convertirán en reservorios desde los que constantemente les llegan nuevas olas de la enfermedad…

La única confianza creíble que podemos tener ahora es la que construyamos juntos. En nuestra capacidad de cooperar para evitar dejarnos arrastrar por el egoísmo, por el pánico, por la histeria, está nuestra única apuesta posible, la que evitará que aquellos monstruos que moran en nuestras almas tomen el mando.

Hace ahora 80 años un pueblo asumió su destino. Era el único obstáculo que, a partir de junio de 1940, se levantaba ante los totalitarismos alemán, soviético, italiano, japonés: el pueblo británico. Sabían que hicieran lo que hicieran morirían muchos, pero también sabían que de rendirse al miedo, y los tiranos o falsos profetas que se alimentan de él, todo siempre será peor, y por eso entre todos sus políticos optaron por seguir al que con más energía les señalaba el camino: “Nosotros nunca nos rendiremos”.

Asumamos nuestro destino de mujeres y hombres libres, o sea, de mujeres y hombres libres que son capaces de sobreponerse a sus miedos para hacer lo que tiene que hacerse ante lo inevitable, para evitar lo peor. No entreguemos nuestra libertad ante aquellos, a la derecha o la izquierda, en Pekín, Moscú o Washington, desde el púlpito o desde la sede del Partido, que falsamente nos prometen una seguridad que nunca estará en sus manos darnos. Con Winston Churchill y los británicos de 1940  impongámonos: No rendirnos al miedo jamás, enfrentar nuestro destino humano, en conjunto, sin dejar a nadie atrás.

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