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Necesidad de la conformidad ante una Ley moribunda

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José Gabriel Barrenechea.

A la Ley de Ajuste Cubano parece no quedarle mucho. Es un hecho que la ola migratoria actual la está condenando a muerte, y nada indica que esta estampida vaya a detenerse por sí misma. Es más, da la impresión de que de alguna manera ha logrado convertirse en un proceso auto sostenido, en que no pocos recién llegados, incluso antes de pagar sus propias deudas, ya consiguen reunir los recursos para costearle el viaje a parejas, familiares, o amigos. En semejante escenario, ninguna administración americana podría permanecer por mucho más tiempo sin hacer algo, y sin duda derogar ese instrumento legal, que le garantiza a los cubanos la residencia permanente tras un año de estancia en los Estados Unidos, sería de gran ayuda para aminorar la avalancha, ya que en la total inseguridad de obtener la residencia permanente alguna vez, los que se animarán a emigrar hacia allí necesariamente serán muchos menos.

Hay que dar por hecho que la Ley de Ajuste Cubano está ya muerta, y no empeñarse en una de esas perretas contra la realidad a que tan aficionados somos los cubanos. Intentar mantenerla en pie, quijotescamente, sería darle más armas, y en este caso de destrucción masiva, a quienes están empeñados en convencer a la opinión pública americana de la existencia de un privilegio cubano. Lo cual amenazaría a corto plazo las relaciones y la privilegiada posición que la comunidad cubanoamericana ha alcanzado dentro del tejido de poder político de los Estados Unidos.

Esa cuota de poder alcanzado, por otra parte, no tiene por qué verse afectada en el corto y mediano plazo por la desaparición de esa Ley. Consideremos que hay por ahora una suficiente provisión de recién llegados a la espera de convertirse en ciudadanos, como para que la comunidad no pierda peso electoral en los próximos 6 años. También que la desaparición de la Ley de Ajuste Cubano no implica necesariamente el fin de toda emigración de cubanos hacia los Estados Unidos –se mantendrá la cuota de 20 000 visas anuales en la Embajada, y lo más probable es que la cantidad de personas que lograrán demostrar miedo creíble, y no ser deportados,  aumentará con el tiempo. En todo caso, el poder de la comunidad nunca ha sido dado por el número de votantes cubanoamericanos, sino por otra serie de factores que no deben verse afectados con la abrogación de la Ley de Ajuste Cubano.

Contrario a lo que muchos afirman de un tiempo a esta parte, lo que ocurre en Cuba es casi tan de interés interno para los Estados Unidos como hace 200 años, y claro, en esa política cubana de los Estados Unidos los cubanoamericanos continuarán siendo determinantes. Al menos mientras Cuba no cumpla su tendencia natural, y se anexione como un estado más de la Unión, en cuyo caso lo seremos los cubanos de la Isla, y los que a ella regresen. O… mientras el interés de la comunidad no vaya de manera demasiado evidente contra el nacional de los Estados Unidos, como ahora ocurre con esta avalancha migratoria. Así que sacar al drama cubano de la frontera mexicana, donde de una forma u otra pone al Exilio en una posición muy complicada, y devolverlo a Cuba, no puede más que empoderar todavía un poco más a la comunidad cubanoamericana, o por lo menos no contribuirá a su desempoderamiento.

En cambio, la desaparición de la Ley de Ajuste Cubano sí le planteará un grave problema al régimen castrista. Si el mismo ha alcanzado a durar tanto, en gran medida se explica por la facilidad de (y al) emigrar a los Estados Unidos. Otro pudo ser, por ejemplo, el resultado de la guerra civil durante el primer lustro de los sesenta, si los cubanos no hubieran encontrado tantas facilidades para (y al) llegar a los Estados Unidos. Incluso aunque hubiera podido imponerse en esa guerra civil, sin esas facilidades el régimen castrista habría tenido que instrumentar un Gulag, o elevar las ejecuciones de opositores hasta las decenas de miles. Lo cual habría afectado desde sus mismos inicios su credibilidad internacional. Porque si en definitiva el régimen pudo pretender ante la comunidad internacional tener unos niveles de represión menores a los de otros países del Campo Socialista, ser un socialismo “más humano”, “enamorar” a un sector importante de la intelectualidad occidental, se explica en gran medida en que las oposiciones cubanas prefirieron emigrar, y esperar a que los Estados Unidos, agotada su paciencia, se ocuparan del problema. Afirmar, por tanto, que el Exilio fue el Gulag del castrismo no es una broma. Un Gulag muy conveniente, que nos ha obligado a buscar un equivalente a esa aberración soviética en las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), una comparación que, como ha señalado más de un amigo defensor de la Revolución Cubana, en un análisis desapasionado nos hacía perder credibilidad, porque en realidad no caben paralelos entre los campos de Vorkuta, de donde volvían muy pocos, y los tres años de servicio militar en el norte de Camagüey, cortando cañas en las disparatadas zafras de la época, de los cuales, salvo uno o dos, todos regresaron.

La importancia de detener la hemorragia migratoria es evidente: las mayores manifestaciones antigubernamentales en Cuba, al menos a posteriori de la Huelga General de julio, agosto de 1933, se han dado cuando ha coincidido una profundización de la crisis estructural del castrismo con la imposibilidad de emigrar a los Estados Unidos. Esto es cierto tanto para los eventos de agosto de 1994, como para los del 11 y 12 de julio del 2021. Lo cual nos sugiere debe existir aquí una relación de causa-efecto. También es incuestionable que la combinación de una brutal y eficiente represión, con la apertura de las fronteras, ha logrado en ambos casos bajarle la intensidad a la protesta. Hay, en consecuencia, que detener o por lo menos aminorar la estampida migratoria, al eliminar las facilidades que brinda la Ley de Ajuste Cubano, y rogar que no haya sido demasiado tarde, que el drenaje de individuos inquietos socialmente, junto al envejecimiento en progreso desde hace décadas, no hayan llevado a la sociedad cubana más allá de esa línea en que estará dispuesta a aguantar estoicamente todo lo que venga, sin chistar.

Responder con la eliminación de la Ley de Ajuste Cubano es probablemente lo único efectivo que puede hacerse, sin caer en su juego, para replicarle a la jugada del castrismo de abrir un canal migratorio a través de Nicaragua. Porque sin duda lo que perseguía el régimen cubano, además de bajar la presión social que había hecho crisis durante las jornadas del 11 y 12 de julio de 2021, era obligar a la administración Biden a reasumir, al menos en parte, la política Obama hacia Cuba. Y es que en sus planes nunca estuvo la posibilidad de que la administración actual eliminara la Ley de Ajuste Cubano sin antes haber retomado mucho del acercamiento obamista. Su cálculo se basaba en que si para eliminar la Ley Pies Secos, Pies Mojados, la anterior administración demócrata había primero tratado de demostrar una cierta liberalización en Cuba, que permitiera presentarle al público americano esa eliminación no como una concesión a una dictadura, sino como un paso lógico ante el desmantelamiento de la misma, ahora no se atreverían con la Ley de Ajuste sin hacer lo mismo. Mas la realidad es que el flujo de inmigrantes ha llegado a tal magnitud, y en los Estados Unidos ha habido un cambio tal de la opinión ante la emigración en los últimos años, que ya cabe el eliminar esta otra Ley, sin que por ello la opinión pública, más allá del minúsculo sector cubanoamericano, se cuestione la moralidad de tal abrogación.

Por cierto, quizás algunos intereses dentro del Partido Republicano apoyen a la comunidad en su cuestionamiento –si la comunidad se decantara por no aceptar la realidad-, antes de que se concrete la anulación de la Ley, porque molestar a los demócratas será siempre de su interés, pero no hay que sobredimensionar la importancia de este gesto: una vez eliminada, no saldrán a protestar contra el hecho, porque eso sería ir en contra del interés de la mayoría de los votantes republicanos. Así que no, no hay que esperar mucho por ahí, si es que algo hubiera.

Solo debemos tener presente lo que significará para el régimen la desaparición de la Ley de Ajuste Cubano: el casi seguro final de su uso de la emigración como un recurso para bajar la presión interna en Cuba, y para chantajear al gobierno de los Estados Unidos con la posibilidad, o la realidad, como ahora, de una avalancha de inmigrantes. Si a esto sumáramos el que no necesariamente esa abrogación vendrá acompañada de un regreso completo a la política Obama, y el que a resultas de las nuevas condiciones migratorias los cubanos tendrán menos cuidado en no señalarse políticamente -para que no se les “regule” su derecho a dejar el país, como ahora ocurre, determinando el alto nivel de apatía política-, o mejor, que estarán cada vez más interesados en señalarse -al ser ese el único modo de asegurarse la residencia en los Estados Unidos, como refugiados-, habrá que decir entonces que la jugada del régimen, al abrir el canal nicaragüense, se habrá convertido en un revés, y en uno demasiado grave.

La verdad es que si no se hace algo para detener la hemorragia migratoria, en lo inmediato al anular Ley de Ajuste Cubano, se le está garantizando al régimen perdurar cuando menos otra generación más. No eliminarla solo tendría sentido si fuera posible apostar a trasplantar la cubanidad completa a la Florida, lo cual, dado el hecho de que gran parte de esa península probablemente quede bajo el mar en el próximo medio siglo, no tiene sentido. Más bien, al tener en cuenta los años por venir, y la constatable elevación del nivel del mar, habría que ir pensando en lo contrario, en pasar a los floridanos al archipiélago cubano, y en convertir a este en un nuevo estado de la Unión.

Definitivamente no cabe oponerse a la abrogación de la Ley de Ajuste Cubano, porque sin duda es un privilegio, del cual el régimen ha aprendido a hacer uso, incluso para desacreditar al Exilio ante el público americano, mediante sus agentes de influencia. En definitiva los cubanos seguiremos teniendo posibilidades privilegiadas para conseguir residir permanentemente en los Estados Unidos, aun cuando desaparezca la Ley de Ajuste, mientras ese país continúe reconociendo la existencia en Cuba de un régimen más que autoritario, totalitario. Pero claro, de ese privilegio solo podrán hacer uso quienes en verdad sean perseguidos, y teman por su vida, por enfrentar a dicho régimen.

Solo cabe, eso sí, oponerse a que los cubanos que hayan arribado a frontera antes de la abrogación de la Ley no puedan hacer uso de ella. Negarse a apoyar a quienes ya hayan llegado, para que puedan ser los últimos en disfrutar de las ventajas de la Ley de Ajuste Cubano, sería un grave error, que no se debe cometer. La comunidad deberá empeñar todo su poder para que los cubanos que hayan entrado antes de la abrogación de la Ley puedan obtener su residencia permanente al cabo de un año.

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