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Nunca he llegado a entender la docilidad humana hacia las religiones, especialmente cuando la mayoría, por no decir absolutamente todas, han tratado y tratan a las mujeres como seres menores; como si los hombres que viven a salud y cuenta de las religiones fueran dioses humanos mayores.

Estoy disfrutando, al tiempo que asombrado, en la medida que estoy profundizando en mi actual trabajo novelesco con basamento histórico, que he titulado “Aziza, la Mora”, porque la admiración que siempre he sentido hacia la valía social y familiar de la mujer marroquí (la islámica más próxima a mi lugar de residencia) intuía que no les había caído de la guagua de un día de lluvia.

Al silencio al que han sometido a las mujeres en las religiones del tronco monoteísta Abraánica, produce escalofríos cuando se analizan. Y si la hipoteca social que han generado y siguen generando las religiones nos perjudica a todos, a las mujeres en particular las deja jugando en la sociedad con un balón cuadrado o desinflado, y con más árbitros con pitos de todo sonido y estruendo que jugadores.

La mujer islámica, que por Jibuti, ciudad capital de la actual República Independiente de Jibuti, fueron las primeras en alzarse con voz; crear asociaciones y obtener el poder social necesario frente al monopolio de los hombres, siempre han dado un ejemplo olvidado y obviado en la llamada sociedad occidental, en la cual todo, absolutamente todo, arranca de los EE.UU. o de esa gran sociedad que se intitula piadosa, creadora de la madre cristiana vaticana sin más derechos que el silencio, el luto, el rosario, o el velo.

Muchos siglos antes que una mujer española o europea, o perteneciente al grupo denominado de mujeres blancas, pisara una universidad, ya las mujeres islámicas, en su profunda inquietud particular y privada de ser agentes activas del bienestar económico familiar y social, entraron a estudiar a las universidades, por ejemplo en Fez, Marruecos, mientras que entre sus hombres, tanto blancos cristianos de Europa como de África o de otros continentes su actividad favorita aún teniendo medios para el estudio, era la vida contemplativa de tocarse las pelotas al sol en las diferentes solanas.

En la actualidad, por lo menos en esta España de sacristías sin wifi y sin internet, y si lo hay es para pedir ayuda económica on-line para lo que ellos llaman el “Tercer Mundo”, que en realidad es el cuento de los “negritos” porque el de los “chinitos” se les ha acabado, donde la mujer ha podido pintarse los labios hace cuatro días escasos, al tiempo que hacer una carrera o tomar el sol en las solanas, nunca es con el visto bueno de los “asesores sociales religiosos” que, como gatos callejeros, están prestos camuflados para saltar sobre cualquier pajarillo que pie.

Desde este lado del mundo neoliberal-cristiano, donde la mujer aún no ha salido por la puerta principal de la casa a la calle sin las previas precauciones, precisamente los que acabamos de indicar que no pasan de ser gatos callejeros al acecho, son los que vociferan y dicen lo adelantado que tienen ellos a sus mujeres, mientras las otras religiones, todas equivocadas hasta de dios, las tienen mal, muy mal, tirando a no respetarlas.

Y, claro está, si “sus mujeres”, juegan con el balón pinchado o cuadrado, de las de sus siempre enemigos los herejes, ni las nombran para nada positivo, ni de ahora ni de nunca.

Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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