Montilla del Inca

Es probable que estas letras sean consecuencia de que vengo borracho de agradables trajines por Montilla de Córdoba, y no se me ocurra otro tema para escribir que no sea sobre el resacón que suelen dejar las horas felices que uno puede pasar; y que, en mi particular caso, me acaban de acontecer tras una pequeña, breve y muy agradable estancia por Montilla.
Para mi entendimiento queda muy claro que la localidad andaluza enclavada en la hermosa campiña cordobesa, Montilla, debería de adjetivarse como Montilla del Inca, porque el Inca Mestizo Austral, el formidable Garcilaso de la Vega, se siente y se nota por Montilla, y Montilla es Andalucía, y es en mucho España. Y España, su lengua, nuestra lengua y escritura actual, se la debemos en parejo a Cervantes, y en la misma medida, exactamente igual de parejo, al citado montillano que asomó un día por Montilla procedente de las tierras orientales a nosotros del planeta tierra.
Y si en un tanto monta, monta tanto le debemos a Cervantes como al Inca Garcilaso de la Vega que en nuestra actualidad digamos las cosas, escribamos las cosas, como las escribimos para dolor de barriga de escribanos del pin pan pún, que se apoderaron de la fe pública siendo ellos privados y con bolsas particulares, o los que vestidos de puñetas se siguen refugiando dentro de un lenguaje en la escritura que cuando recibes una carta del juzgado, necesitas leerla y releerla más de siete veces para llegar a entender que te van a emparedar si no acudes a sus urgencias de llamadas, entonces aprecias el tremendo poder y valor que tuvieron, en especial el Inca Montillano por iniciar con vida y coleando una forma concreta, simple y novedosa de aplicar la lengua que nació en Córdoba para toda España.
Y si Cervantes, don Miguel, tuvo “papeles” de español, y como tal, por la osadía de escribir solo se llevó el desdén y el desprecio de los franquistas del momento sin un solo gramo de reconocimiento por su labor a lo largo de los siglos, el Inca de Montilla, teniendo a la añorada actualmente por el santo Vaticano a la santísima inquisición, que lo vigilaba hasta en la cama, merece un mayor valor en su reconocimiento social de convicción y culturización hacia las gentes, supuesto que estaba viviendo pisando la intransigente pira de leña de una secta despiadada y siempre involutiva, manteniendo el ritmo de hambre y analfabetismo social que los motiva como fin de su existencia para poder cuajar con efectividad los miedos que otorgan diezmos y primicias a gogó.
Por tanto, se puede afirmar que puestos en los platillos de una balanza, en uno al manco de Cervantes y en el otro a mi admirado Inca Garcilaso de Montilla, la balanza, a lo más, se puede mover un poco, pero de inmediato se queda pareja, paralela, y ningún platillo vence al otro, aunque una figura, la de Cervantes, esté potenciada a tope, publicitada a tope, especialmente al final de la etapa del franquismo profundo para acá, por aquello de que toda incultura, todo monocolor que por no tener no tiene ni tenía ideología, suele adoptar una apariencia, como la de ahora, que intente despistar el mal olor a un país, a una sociedad, la española, que lo que realmente le mola son los titulares de las cosas; pero no pasar del titular.
Cervantes, como español profundo, como no podía ser de otra manera, se fue con su muerte sin saber lo que era comer tres veces en el día, ni dos tampoco, porque el pan diario que había se lo comía el clero, y, con el que les sobraba se hacía migas de pan, porque la gula, siempre ha sido, y lo sigue siendo, el comer de los poderosos, en contrario del no hacerlo por los muchos más países que los que comen arrollados a las banderas de su intransigencia más que demostrada.
Y si don Miguel de Cervantes, desde aquel mes de abril del año que corrió con el número del mil seiscientos dieciséis, para la inmensa mayoría de nosotros los españoles, después de la porrada de dinero que ha gastado en publicidad el sistema, no ha pasado, que no es poco, del Quijote, que suele darle cierta ojeriza y repelús a todo aquel que no está subido en un ribazo lo suficiente de alto en el campo de la intelectualidad para admirarlo y que, sencillamente, le guste, porque ya se vigila desde el altar del catolicismo que así sea, de mi admirado Inca Garcilaso de Montilla, al que el listillo de google cataloga en su sintetización simplemente, que tampoco es poco, como poeta, por el hecho de ser mestizo e indiano austral y no ser una persona perteneciente a la granujería al norte del Rio Bravo, poco se puede conocer, por fuera del empuje montillano, por fuera del empuje cordobés, de alguien tan singular y fundamental para el desarrollo de la lengua española que se cuajó y se condensó en la sabiduría intelectual cordobesa.
Y como el intelecto del Inca Montillano, sirvió para que los que nos expresamos en el idioma español lo podamos hacer con claridad y simplicidad, de no ser por el interés de Montilla y de Andalucía en el asunto, sería un completo desconocido, máxime cuando fue en vida una especie de asignatura pendiente por no quemarlo en la pira para aquella santísima institución que se llamó la Inquisición, que tanto añoran en el Vaticano actualmente para que vuelva a países con la tremenda necesidad de ella que tiene, por ejemplo, España, donde todavía hay algunos puestos de dirección terrenal que no controla del todo el opus deis.
Por muchas menos pelusillas a la hora de adjetivar a una localidad, la secta vaticana ha adjetivado con el nombre de un santo que, por regla general, ni pasó por la localidad ni nunca se le está esperando para que pase. Y como mi admirado Inca Garcilaso de Montilla se puede ver aún hoy en día visitando la ciudad andaluza dicha de Montilla, porque en sus calles, en su ambiente callejero perfectamente se puede ver al inca caminando sobriamente sobre ella, atento a no perder el ritmo, porque aquella España inquisitorial, sigue viva y disfrutando de ver lo poderosos y lo bien que vivimos cuando los pobres de la tierra se ahogan por venir a vivir en este formidable mundo nuestro.
Montilla del Inca puede ser así nombrada para potenciar la formidable figura de un indiano que adaptó la forma de escribir de todo un pueblo, crisol de razas, no las razas que la crónica oficial insiste en ellas, y lenguas, tampoco las lenguas que la crónica oficial insiste en ellas, que siempre se ha dormido en dar laureles si no hay sobre de por medio.
En el caso de Cervantes, editando a escote de los españolitos, el Quijote. Y caso del Inca Garcilaso de la Vega, como no hay sisa, de no ser por los montillanos  no sabríamos absolutamente nada de él.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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