Mis tres imanes de ida y vuelta (II): El eterno retorno

Y volvió a ocurrir. Da igual en qué parte del mundo esté, que ocurrir, ocurre: Tengo un imán potentísimo para la gente, digamos, peculiar. Naturalmente, asumo que el más peculiar de los peculiares puedo ser yo.

Ocurrió ayer, día 18 de septiembre del Año de Nuestro Señor de 2019. Caminaba yo por la extensa y céntrica calle, cerca de donde radica mi humilde morada, para recoger a mi niña en el colegio. A lo lejos, había visto un chaval rubio, más bien alto, con los ojos saltones, y creo recordar que claros. Hasta ahí nada fuera de lo común. Pero ese mismo chaval, cuando me disponía a doblar la esquina, me dio un manotazo en el pecho y exclamó:

-¡Campeón!

En milésimas de segundo, me dio tiempo a tener dos reacciones a la vez:

1)-Intentar descifrar al sujeto.

2)-Cerrar el puño.

En cuanto a la primera, resulta que por la mañana me había encontrado a una antigua compañera de clase que, a su vez, me había hablado de otros compañeros; ya todos casados (o separados) y con sus respectivos hijos en el mismo colegio donde estudiamos. En un santiamén, intenté bichear basándome en el recuerdo mañanero, pero nada me salió a relucir.

En cuanto a la segunda, fue una reacción natural para, acto seguido, alargar el antebrazo y darle en los hocicos.

Sin embargo, el tipo, al ver que se me había puesto la cara cuyo nerviosismo se acercaba al de un pavo escuchando villancicos, me señaló un reloj con el escudo del glorioso Sevilla F.C., al tiempo que exclamaba:

-¡Alavés 0-Sevilla 1! ¡Alavés 0-Sevilla 1!

Que es el resultado del último partido de liga del equipo -según me enteré en ese instante- de nuestros amores.

Y bueno, comoquiera que yo llevaba una camiseta alusiva a la mítica UEFA de Glasgow con el escudo del Sevilla en el pecho, el muchacho extendió su mano sobre aquellos cuarteles corazonados que embuten tres santos, las siglas del club, un balón y las barras rojiblancas como quien extiende sus manos ante un talismán o un tótem. Y como seguía exclamando el resultado del último partido triunfante para nuestro equipo, yo me limité a exclamarle:

-¡Ahí, ahí!

Y seguí mi pronto camino para el colegio.

Así las cosas, estos imanes, lejos de desaparecer, se alimentan para mayor gloria de mi surrealista anecdotario como un eterno retorno (1).

Que Dios me coja confesado.

Antonio Moreno Ruiz

NOTAS

(1) Recuérdese:

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