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Maruja y su familia lograron regresar a Sagunto, España

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Foto: Las Murallas Sagunto, Valencia.

París, 25 de agosto de 2019.

Querida Ofelia:

Para tomar el tren hacia Sagunto desde Valencia, nos dirigimos hasta La Estación del Norte. Es una bella estación de ferrocarriles que fue construida entre 1909 y 1917 con el estilo del modernismo austriaco. La fachada está decorada con guirnaldas de naranjas en alto relieve. Sobre las taquillas de maderas preciosas y hasta el techo, todo está cubierto por azulejos que representan escenas de la huerta valenciana. En la cafetería los azulejos representan escenas de la albufera valenciana.

Los treinta minutos de recorrido del tren desde Valencia hasta Sagunto, me hicieron recordar a mi vieja amiga de adolescencia Maruja. Era como si fuera a su encuentro. Sus padres eran emigrantes pobres que habían llegado muy jóvenes a la Perla de las Antillas, cargados de esperanzas. Prosperaron, llegaron a tener una tienda de ultramarinos y un café en la calle Neptuno de Centro Habana. En la pared del bar, sobre aquella nevera larguísima de muchas puertas, tronaba un altarcito con la Virgen de los Desamparados y una gran foto de las ruinas de Sagunto. Descubrí la existencia de ese importantísimo sitio arqueológico gracias a aquella foto y a las historias del glorioso pasado que me contaba la madre de Maruja, después de hacer las tareas de matemáticas, que yo iba a hacer con su hija, pues esa materia nunca fue mi punto fuerte, todo lo contrario, junto con la química, eran mi Talón de Aquiles.

Los padres de Maruja tuvieron tres hijos: María de los Desamparados, Jesús y Maruja, pero no se les ocurrió inscribirlos como ciudadanos españoles en el consulado de nuestra Madre Patria en San Cristóbal de La Habana. ¡Eran cubanos! Cuando llegó la “gloriosa revolución”, les expoliaron, perdieron la bodega, el café y el camión que tantos años de sacrificio habían costado. A los padres y a las dos hijas les daban la salida del país, pero no a Jesús, él era cubano y tenía que esperar a tener 27 años para poder irse. Los padres movieron el mundo entero. Maruja fue expulsada del Instituto José Martí por “gusana”, se descubrió que estaba haciendo gestiones para irse del país.

Al perder todo el fruto de una vida entera de trabajo, el padre de Maruja falleció a causa de un infarto. Su madre comenzó a marchitarse y terminó por enfermarse también del corazón, por eso a Maruja le permitieron quedarse para cuidarla, mientras que su hermana fue “ubicada” en una convertidora de mármoles, a lijar esas piedras durante ocho horas al día, hasta que le llegara la salida hacia la Libertad.

Jesús fue enviado a la U.M.A.P. por “gusano”. El sueño de prosperidad y las esperanzas de una vida mejor que llevaron a los padres de Maruja desde Sagunto a la Perla de las Antillas, se convirtieron en una pesadilla en la Isla del Dr. Castro. La madre de Maruja se cerró de negro al morir el hombre de su vida. Cuando pasaba por la acera de mi casa, entraba un rato a conversar con mi madre, la cual siempre le regalaba algo de comida: patatas, tomates, plátanos, latas de leche condensada, etc. Ella decía que la Virgen de los Desamparados no la podía abandonar. En 1968, Maruja y su hermana lograron salir hacia Madrid, yo fui a despedirlas al aeropuerto José Martí junto a otros amigos. Al terminar en la U.M.A.P, Jesús logró escapársele al Coma-Andante en Jefe en una lancha hacia los EE.UU. Su madre se había quedado con él. Aquella señora vino a casa llorando de alegría a decirle a mi madre que su hijo había logrado hacerle saber por medio de la Embajada de España que estaba vivo, había logrado llegar a tierras de Libertad. Pero ella no se quería ir, no quería abandonar a su esposo en la modesta sepultura del Cementerio de Colón. Mi madre la convenció de que debía irse a reunir con sus hijos. Cuando le llegó la salida en plena “Zafra de los 10 Millones” (¡Los 10 millones-se-van!), vino a despedirse de nosotros. EL C.D.R. la estuvo humillando hasta el último momento. Ella imploró al policía de la aduana para que la dejaran llevarse su Virgencita de los Desamparados, era el único objeto de valor sentimental que le quedaba de los que había traído treinta años antes desde su lejana Sagunto, pero el “compañero” policía, fue inflexible, se la quitó y le dijo: “¡Ya te comprarás otra estatua de mierda como ésta cuando llegues a España!” Esa historia la supimos gracias a una carta que nos llegó meses después gracias a la valija diplomática española.

No sé dónde estarán ahora Maruja y sus dos hermanos.

Desde que bajé del tren en la pequeña estación de Sagunto, no dejé de pensar en Maruja y su familia. Ellos me acompañaron espiritualmente durante toda la tarde que estuvimos recorriendo ese pueblo. Subimos por calles que no poseen ningún interés especial, hasta que llegamos a la judería. Este antiguo barrio está lleno de bellas casas medievales, cuyas fachadas impresionantes se pueden admirar a lo largo de las estrechas y empinadas calles que conducen a la colina sobre la cual se alzan las ruinas del castillo y el teatro romano. El teatro fue construido por los romanos en la falda de la colina, pero lo han restaurado tan bien que parece nuevo de paquete, te da la impresión de que estás en Disneyland.

La enorme acrópolis amurallada comprende templos, plazas, foros, casas, etc., de orígenes: ibérico, fenicio, cartaginés, romano, visigodo, árabe, etc. Al oeste del extenso sitio arqueológico, que recuerda en muchos aspectos a la itálica Pompeya, hay ruinas de construcciones de la Guerra de Independencia contra Francia, durante la cual Sagunto fue sitiada por el general galo Suchet.

Desde lo alto de las murallas se contempla un magnífico paisaje hacia el norte de la huerta y el mar, sin embargo el horrible paisaje industrial que se puede observar hacia el sur es mejor olvidarlo.

La historia de Sagunto está escrita con letras de sangre, al igual que la de Numancia. A pesar de estar en la zona de influencia cartaginesa, Sagunto era aliada de los romanos. La Segunda Guerra Púnica se desencadenó por su posesión en el año 218 antes de Cristo, al ser sitiada por Aníbal. Sin la ayuda prometida por Roma, los saguntinos soportaron durante ocho largos meses. Pero antes de rendirse incendiaron la ciudad y sacrificaron a las mujeres, niños y ancianos, para que no fueran asesinados o esclavos de los cartagineses, mientras que todos los hombres cayeron combatiendo.

Al lograr pasar las murallas y tomar la ciudad, las tropas cartaginesas sólo encontraron cenizas. Cinco años las tarde Escipión comenzó la reconstrucción de Sagunto y con ella, una nueva etapa de esplendor romano.

Regresamos a Valencia y al salir de la bella Estación del Norte, encontramos que había una fiesta estudiantil en la Plaza de la Catedral. Los estudiantes servían paellas acompañadas por un vaso de vino por tres euros, mientras que muchas señoras paseaban con sus hijas vestidas con el traje típico valenciano.

Cómo me gustaría volver a encontrarme con mi amiga de adolescencia Maruja de Sagunto. Si algún día logras saber algo de Maruja me lo comunicas.

Un gran abrazo desde esta vieja pero bella Europa,

Félix José Hernández.

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