Marchar o no marchar…

Marchar o no marchar parece querer erigirse en la disyuntiva moral para políticos del futuro

Miriam Celaya

Uno de los mitos más connotados del imaginario cubano de todos los tiempos se basa en medir el valor de las personas por la disposición que tengan a «derramar su sangre», a ser apaleados en la vía pública o encerrados en calabozos. Marchar o no marchar parece querer erigirse en la disyuntiva moral para políticos del futuro. No importa si el hecho se repite una y otra vez, con idéntico resultado, sin que se haya movido un ápice el poder dictatorial, ni se haya sumado al martirologio ningún ciudadano de esos que llaman «de a pie», a los que se pretende emancipar del yugo castrista. Es sabido que ningún «líder» ha logrado atraer adeptos convirtiéndose en víctima propiciatoria de una dictadura que sabemos represiva y capaz de los mayores abusos.

Marchar o no marchar parece querer erigirse en la disyuntiva moral para políticos del futuro

Lo verdaderamente importante parece ser que mientras más marches y más palos recibas, más «valiente» eres, y obtendrás un lugar de privilegio en el selecto club de los titanes anticastristas.

Pero, en vista de que ningún cubano «del pueblo» se dispone a sufrir las ya tradicionales pateaduras dominicales, los organizadores de este vía crucis antillano no solo han convocado al resto de los disidentes –incluyendo a aquellos que han tildado de «ingenuos» y hasta de «traidores» por haberse manifestado de acuerdo con la política de distensión de la administración estadounidense– sino que se cuestionan la renuencia de quienes no acatan la convocatoria.

Y ven en esta negativa, no el derecho de los demás a decidir sus propios métodos de resistencia o sus vías para trabajar por la Cuba que queremos, sino una supuesta intención de dividir a la oposición o de «hacerle el juego» a la dictadura. Diríase que si los Castro no han caído es porque algunos, sea por majadería o por cobardía, nos negamos a marchar desde una iglesia. Que no creas en Dios, en los animadores de la iniciativa o en sus resultados, es secundario: un rebaño debe seguir al macho alfa, que –al más puro estilo castrista– asumirá que los que no lo siguen ciegamente son unos cobardes y están en su contra.

Así, el principal pecado de Eliécer Ávila fue el exceso de transparencia en un mundo de mascaradas, olvidando que ignorar las provocaciones es la estrategia más sabia y expedita que puede aplicar todo el que tenga aspiraciones a un liderazgo político. El animador de Somos+ perdió una magnífica oportunidad de guardar discreto silencio.

No hay que conquistar la libertad, basta con ser libres. Solo que habría que hacer esto con inteligencia

Por mi parte, disfrutando el privilegio que me otorga mi condición de periodista de opinión y mi total falta de compromiso con líderes o partidos de cualquier color político, aprovecho la ocasión para sumarme al comentario de un sabio lector: no hay que «luchar» por la democracia, basta con ejercerla; no hay que conquistar la libertad, basta con ser libres. Solo que habría que hacer esto con inteligencia. No es práctico continuar aplicando estrategias que conducen una y otra vez al mismo resultado… Salvo que lo que se persiga sea ese sello de pedigrí que tantas veces se ha repetido en nuestra historia.

En el futuro mediato de Cuba dejaremos de escuchar aquella manida frase que signó nuestras vidas y que legitimaba los derechos de algunos pocos privilegiados por sobre el resto de los cubanos: «¿Acaso tú tiraste tiros en la Sierra Maestra?». En su lugar se entronizaría esta otra: «¿Acaso tú marchaste los domingos por la Quinta Avenida?». ¡Dios nos libre!

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