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Una historia olvidada: insurrectos franceses en Cuba

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Las expediciones que emigrados y exilados cubanos lograban organizar en el extranjero, fueron la principal vía empleada  para trasladarse a Cuba. En fe­brero de 1869, acompañando al general estadounidense Tho­mas Jor­dan, se enrolaba en la expedición del Henry Burbem el francés Eloy Beauvilliers, oficial del ejército regular de Francia.


Imbuidos por el influjo de la Revolución Francesa de 1789 y sus principios de libertad, igualdad y fraternidad, un nada despreciable número de franceses, se identificó con la causa de la independencia de Cuba desde el estallido revolucionario del 10 de Oc­tubre de 1868. Sumados a los insurrectos cubanos asumieron como propia la gesta libertaria de la Mayor de las Antillas. Algunos encontraron en la isla gloriosa muerte. Este recuento, es un modesto homenaje de sincero agradecimiento.
Cuando el 23 de noviembre de 1868 el Padre de la Patria cu­bana Carlos Manuel de Céspedes tomaba el poblado de El Co­bre, cerca de Santiago de Cuba, le acompañaba un grupo de combatientes franceses, entre los que sobresalían François Pa­vot, Jean Pierre, y Simón d’ Espagne. Formaban parte todos, de las colonias francesas asentadas en el oriente cubano, consolidadas tras el éxodo que provocara la Revolución Haitiana en 1791.
Quiso la historia, a manera de simbolismo, que al caer combatiendo en San Lorenzo el 27 de febrero de 1874, tuviera Cés­pedes por cocinero a Alberto Hatfge, hijo de franceses al igual que el prefecto del lugar,  José Lacret Morlot, años después ge­neral de División del Ejército Libertador. Fue el combatiente francés Simón d’ Espagne, quien personado en el lugar del si­niestro conoció la triste nueva y la comunicara al coronel mam­bí José Medina Pru­dente.
De aquella pléyade de franceses y sus descendientes establecidos en el oriente cubano formaron parte también León Ber­joto, y los combatientes de apellidos Cureau y Colombé, quienes en 1869 combatían como oficiales a las órdenes del brigadier José de Jesús Pérez. Cureau  murió en combate.
Las expediciones que emigrados y exilados cubanos lograban organizar en el extranjero, fueron la principal vía empleada  para trasladarse a Cuba. En fe­brero de 1869, acompañando al general estadounidense Tho­mas Jor­dan, se enrolaba en la expedición del Henry Burbem el francés Eloy Beauvilliers, oficial del ejército regular de Francia. Fracasada la misma en su intento de llegar a Cuba, se incorporó a la del vapor El Salvador, desembarcada en Estero Piloto, Nuevas Grandes, costa norte de la provincia de Camagüey, el 14 de mayo de 1869. Le acompañaba el corzo Aquiles Savalle. En agosto de 1869, Eloy fue nombrado Comandante General de la Artillería por el mayor general Ignacio Agramonte, con grado de brigadier. El 12 de mayo de 1871 murió en combate en Jagua, territorio camagüeyano.
Cuando el 10 de febrero de 1870 el general cubano Domingo Goicuría desembarcaba al norte de Camagüey la expedición de la goleta Herald of Nassau, lo acompañaba como expedicionario un arqueólogo de apellido Allier, quien pertenecía al cuerpo de húsares del Ejército francés.
El 23 de mayo de 1870, como expedicionario del vapor  Geor­ge W. Upton, desembarcaba en Punta Brava, cerca de Manatí, al este de Nuevitas en Camagüey, el francés Gustavo Ravelle, quien desde diciembre de 1869 gestionaba en Nueva York junto al mexicano Felipe Herreros, la vía de trasladarse a Cuba. El 12 de octubre caía combatiendo en Guadalupe, Camajuaní, región central del país, el vasco-francés Pedro Dartoyet, y un mes más tarde otro combatiente galo de apellido Wahi.
En 1871 fue detenido en Santiago de Cuba, acusado de estar en contacto con los insurrectos, el farmacéutico francés Fran­cisco Dufourg. El 7 de septiembre de ese año sería puesto en li­bertad tras gestiones del cónsul francés en dicha ciudad, y ex­pul­sado de la Isla mientras durara en ella la guerra.
Felipe Vacque había tomado parte activa en Francia en las luchas políticas, por lo que se vio precisado a emigrar, estableciéndose en la ciudad de Cienfuegos,  donde estrechó amistad con Federico Fer­nán­dez Cavada, tiempo después mayor ge­neral del Ejército Li­ber­tador, y a quien acompañó en la guerra. Murió el 30 de junio de 1871, en Cayo Cruz, Camagüey, tratando de defender la vida de su jefe.
El 11 de febrero de 1873, desde París, el mayor general del Ejército Libertador cubano Manuel de Quesada y Loynaz, en misión del presidente Carlos Manuel de Céspedes para tratar de lograr el apoyo del gobierno y pueblo francés a la causa independentista, escribía a Nueva York al vicepresidente cubano Fran­cisco Vicente Aguilera:
“…hay un coronel francés que ha hecho toda la campaña de África, de Francia y otros puntos, que en hoja de servicio se le ha presentado al Sr. José de Betancourt para que presente a Ud.
Este coronel desea ir a Cuba a seguir la campaña a favor de los cubanos.
Es joven, de treinta y cuatro años, y de arrogante figura, y su hoja de servicio le recomienda en alto grado, por su inteligencia en el arte militar”.
León Dediot, masón francés, desde su periódico El Silencio mantuvo encendida la llama de la independencia en la capital de la Isla hasta que el 19 de septiembre de 1874 fue encarcelado por las autoridades españolas.
La victoria cubana en la toma de la ciudad de Victoria de Las Tunas se debió, fundamentalmente, al trabajo de inteligencia desplegado por el comunero de París Charles Filiberto Peisó, reclutado para la causa de Cuba por el espionaje mambí, en momentos en que este fungía como secretario del gobernador militar de la plaza. Al respecto, escribiría el coronel mam­­bí Fernando Figueredo Socarrás en su obra La Revo­lu­ción de Yara:
“En octubre de 1876…, estaba ya el General Vicente García en posesión del secreto para asaltar la ciudad de Victoria de Las Tunas. Con una tenacidad paciente, sin igual en la Revolución, y que era el rasgo más sobresaliente del carácter de Vicente García, había entablado relaciones con dos individuos que ocupaban una posición de confianza en la plaza enemiga; uno, el Sr. Carlos (Mons. Carlos), francés al servicio de España, hombre de instrucción y capacidad, que desempeñaba el destino de Secretario del Gobernador de la ciudad; y el otro, el Sr. Ro­me­ro, bayamés, que ocupaba un destino en la administración militar”.
Citado por Socarrás como Mons. Carlos, Peisó había sido miembro del Comité de Salvación Pública, y gran sargento de la Comuna de París, alto grado de aquella revolución que abolió los grados de oficiales. Con el seudónimo de Aristipo, mantuvo un intenso intercambio de información con el general Vicente García. A las 12 de la noche del día 6 de octubre de 1876, el ma­yor general del Ejército Libertador, Vicente García González tomó su ciudad natal. Las tropas españolas sufrieron más de 100 bajas entre muertos y heridos, además de haberse rendido unos 150 hombres. Por los servicios prestados a la revolución, Char­les Filiberto Peisó fue ascendido a capitán del Ejército Li­ber­tador, al que se incorporó después de la histórica acción.
Cuando los españoles conocieron del importante papel de­sempeñado por Peisó en la toma de Las Tunas y de su partida con las fuerzas insurrectas, se propusieron su captura y ajusticiamiento. En carta enviada por el agente Remigio a Vicente García fechada el 16 de junio de 1877, le advertía, “al Francés lo buscan con mucho empeño”. Poco tiempo después, el 7 de julio de 1877, caía en combate. Los españoles al reconocer su cadáver, lo descuartizaron salvajemente, y llevaron su cuerpo a Las Tu­nas. Comune­ros como Peisó eran Francois Bon­ne­homme, Vicent Jean, y Clo­do­mir Parpillon, incorporados todos al Ejército Liber­tador en el año 1873 en Las Villas, bajo las órdenes del bri­gadier Marcos García.
En marzo de 1878, en los días de la Protesta de Baraguá, acompañaba como armero al general Antonio Maceo en Bija­rú, Holguín, un francés conocido como Monsieur José.
Durante el periodo de la tregua fecunda, el joven francés Armand Poirier Dandillecourt, formó parte de la expedición del Roncador junto al general mambí Ramón Leocadio Bo­nachea, desembarcando próximo a Calicito, jurisdicción de Man­zanillo, el 2 de diciembre de 1884. Hecho prisionero, el 11 de febrero de 1885 fue condenado a cadena perpetua, por el delito de rebelión y filibusterismo. Tenía entonces 28 años de edad.
Victor Dumas Chandeu se incorporó a la guerra el 27 de octubre de 1895. En enero de 1896 pasó a las órdenes del ge­neral Pedro Betancourt, quien le confirió el grado de teniente de sanidad. El 15 de junio de ese mismo año fue ascendido a capitán de ese cuerpo. El 5 de enero de 1897 resultó herido, y hecho prisionero, fue conducido a la ciudad de Matanzas siendo condenado a muerte en juicio sumarísimo, sentencia que no se cumplió por ser súbdito francés. Guardó prisión hasta el fin de la guerra.
El 30 de agosto de 1896 caía abatido de un balazo en la frente, el comandante artillero Joseph Napoleón Chapleaux, militar de profesión, quien con el grado de teniente desembarcó en Cuba como expedicionario del Horsa, el 16 de noviembre de 1895. An­tes de viajar a Cuba residía en Boston, Estados Unidos. El comandante puertorriqueño Modesto Tirado lo describió como “…un verdadero atleta, de mucho vigor físico, que demostró ser un valiente”.
Edgard Carbonne, ingeniero agrónomo francés que estudió en la Escuela Nacional de Agricultura de Grand-Jouan, Francia, en 1880 residía en la calle Concepción, número 31, del poblado  de Guanabacoa, muy cerca de la ciudad de La Habana. Allí es­cribió su libro Abonos producidos en los ingenios de Cuba y su valor correspondiente. El objetivo de esta obra era sugerir el establecimiento en cada finca azucarera, de una fábrica de abonos para las necesidades de la misma.
Simpatizante de la causa de Cuba, viajó a Estados Unidos y se enroló en la expedición del vapor Three Friends, que desembarcó en Boca del Río San Juan, Las Villas, el 19 de diciembre de 1896. Fue el inventor del explosivo conocido como carbonita. Ascendido a coronel por el Con­sejo de Gobierno de la República de Cuba en Armas, dirigió una escuela de ingeniería y explosivos en plena manigua cu­bana.
En marzo de 1897, un combatiente francés de apellido La­sage, fungía como secretario del mayor general Juan Rius Ri­vera, jefe del Sexto Cuerpo del Ejército Libertador. En junio de ese año se incorporaba al Primer Cuerpo Enrique Clave Tuduri, quien alcanzaría el grado de sargento de primera.
En enero de 1897 enviaba Ramón Emeterio Betances a Nue­va York al militar francés A. Migany. En su carta de recomendación, escribía:
“Mi honorable amigo; tengo el gusto de presentarle al Sr. A. Migany, que ha sido sucesivamente oficial instructor en el ejército francés, Capitán ayudante y mayor i capitán Comandante. Fue alumno de la Escuela de Chalons i conoce las tres armas: infantería, caballería, artillería. Me conformó a sus instrucciones de Ud. Enviándolo como artillero. Me ha venido recomendado de L’Intransigeant a quien le debemos tanta gratitud”.
En 1897 llegaba a New York, también recomendado por Be­tances para tomar parte en una expedición a la Isla, el francés René de Arc, quien a principios de 1898 trabajaba como profesor en el Berliztz School de Philadelphia, en espera de ser llamado por la delegación cubana para marchar a la guerra.
Alfonso Migaux, capitán del Ejército francés, desembarcaría a las órdenes del mayor general Carlos Roloff, en Banes, provincia de Oriente, el 14 de marzo de 1897, en la expedición del Laurada.
Cabo del Ejército Libertador cubano fue Félix Andux David, marino francés natural de Normandía, quien ingresó a las fuerzas cubanas el 28 de septiembre de 1895, concluyendo la contienda en la Plana Mayor del Regimiento de Infantería Hatuey Número 3, del Primer Cuerpo. Soldados fueron, en la Guerra del 95, Félix Beque, Eliberto Clave, Clemente Lahitte Arican, Miguel Mirason, el parisino Octavio Sorondo Legais, el marino Emilio Mortier, y León Mekin Sanderson, natural de Tolosa.
Durante toda la guerra, desde el poblado de Güines donde residía, el francés Juan Chardier, prestó muy valiosos auxilios al general insurrecto de origen canario Jacinto Hernández Vargas.
Toda una pléyade de valiosos franceses que vieron en los cam­­pos de Cuba y en la causa de nuestra independencia, un mo­tivo de orgullo para servir a la humanidad.
*Presidente del Instituto de Historia de Cuba

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