Los pobres de Cuba perdieron a una gran protectora con la llamada de Dinorah a la Casa del Señor

Date:

La hermana Carmelita Dinorah de Santa Teresita. Convento de las Carmelitas Descalzas. El Vedado, La Habana, Cuba.

París, 29 de mayo de 2020.

Mi querida Ofelia:

¡Qué gran tristeza siento en estos momentos! Acabo de recibir lo que sigue desde San Cristóbal de La Habana:

“Querido Félix José:

Hoy viernes a las 5 de la mañana, falleció la hermana Dinorah. Dios se la llevó después de 3 días de martirio. Se mezclaron la alegría y la tristeza. No te puedo decir. Alegría porque dejó de sufrir y tristeza porque se nos fue definitivamente.

A la una de la tarde abrieron las puertas de la iglesia del convento para que pudieran verla. Estaba en el salón grande, al lado de la iglesia, donde ellas oran, cantan durante las misas y toman su comunión diaria. Allá estaba ella, cerca de la reja para que todas la vieran, muy linda, con un crucifijo en la mano y su túnica de religiosa. Tenía lirios blancos a su alrededor así como en todo el altar. En el fondo estaban las monjitas orando. Ella se veía completa. Al parecer estaba encima del ataúd para que se viera el cuerpo completo.

A las dos y cuarto se dio una misa preciosa de difuntos. Asistió la máxima autoridad de la orden de las Teresas o Teresianas que casualmente estaba en Cuba. Él presidió la misa. Junto con él asistieron otros sacerdotes de distintas iglesias, dos monaguillos y un auxiliar. Fue una misa muy bonita dedicada a ella. Cuando se terminó todos pasaron a donde estaba ella y le rezaron y le pusieron mucho incienso. La pusieron luego en el ataúd. Esto no lo pudimos ver pero si oímos la ceremonia final. Hubo muchos cantos.

Eran las cuatro cuando  vino el carro fúnebre y salió por un portón que queda por la calle 20. Había unos 20 carros en el cortejo que la llevó al cementerio. Había diferentes órdenes religiosas. Salió también la Hermana María, la superiora, y la hermana Onelia, ya mayor que era la que siempre estaba con ella, era la más allegada, la que hacía las ostias con Dinorah. Llegó un sobrino de ella que vino de Santa Clara. Yo no lo conocía.

Media hora más tarde se llevó a la capilla del cementerio y le dieron la última despedida religiosa. También le cantaron las monjitas. De ahí salimos y fuimos al panteón que está destinado para las carmelitas. Ahí también le cantaron las monjitas hasta que le pusieron la tapa. La madre superiora dio las gracias a todos.

Hubo un fotógrafo que me dijeron que lo había enviado Eusebio Leal. En unos días yo llamaré al convento para ver si logro que me den algunas digital para podértelas mandar. Realmente yo tengo mi cámara pero no la llevé porque me parecía que en un acto tan solemne no se sacaban fotos, pero había hasta una monjita de Costa Rica que sacó muchas. Yo me acerqué a ella para pedírselas y me dijo que esa misma tarde se iba para Costa Rica.

Recibe un fuerte abrazo querido Félix José. Te lo explique con detalles porque yo sé lo que ella significó para ti.”

Un gran abrazo,

María Teresa.”

Recuerdo cuando llegamos  a la capital cubana en febrero de 1959 procedentes de Camajuaní, dejando atrás tantas  humillaciones y con sólo 45 pesos en los bolsillos y dos cajas de cartón. Mis padres no tenían trabajo y sólo la solidaridad familiar y la de buenos amigos nos permitía sobrevivir. Mi hermano tenía seis años y yo diez.

En aquel momento apareció una muchacha que había nacido en Camajuaní, era prima de Graciela, la esposa de mi tío Renato. Ella se interesó mucho por nosotros. Comenzó por llevarme al catecismo a la Iglesia de Monserrate que estaba situada en Galiano y Concordia. Yo había crecido rápidamente y mis padres no tenían dinero para comprarme: la elegante chaqueta, rosario, misal de nácar, cirio, lirios, cordones, etc. Toda esa ostentación que aún veo en las vidrieras de las ciudades españolas cuando las visito. Las niñas parecían que se iban a casar o que eran Cenicientas antes de las 12 p.m. Aquí en la rica Francia la Iglesia lo prohibe, todos llevan una simple toga blanca de algodón y un cordón al cuello con una cruz de madera.

Dinorah me compró una camisa blanca de mangas largas, un pantalón largo de algodón blanco y unos “tenis” blancos. El cirio era sencillo, no llevaba lirios, el rosario era de plástico y el misal tenía cubierta de cartón (éstos dos últimos los conservo aquí en París). Cuando ella se dio cuenta de que me sentía pobre o ridículo rodeado de tantos niños lujosamente ataviados, me dijo unas palabras que recuerdo perfectamente: “Para Dios todos los niños son iguales, no hay ricos ni pobres, lo importante es que vayan vestidos de blanco, símbolo de la pureza. Que el corazón esté lleno de paz y amor y el tuyo lo está”.

Así fue como gracias a ella tomé mi Primera Comunión de manos del padre Lobato.

Posteriormente ella habló con el Padre Clemente (Teodoro Becerril), de la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, que era director de la escuela primaria católica Carmelo y Praga, aledaña a la iglesia y a la cual se entraba por la calle Concordia entre Infanta y San Francisco. Mi hermano y yo pudimos estudiar casi gratis en esa escuela e incluso Dinorah se encargó de nuestros uniformes, maletines, libros, lápices, etc.

Poco a poco ella vendió todo lo que poseía y se dedicó a ayudar a los niños pobres. Hasta que un día decidió entrar como novicia en el Convento de las Carmelitas Descalzas que está aún hoy día en El Vedado. Proclamó que se iba a dedicar a la oración para que Dios nos perdonara a nosotros los pecadores. Pero su corazón era digno de San Francisco de Asís y desde aquel convento no dejó nunca de ayudar y pedir ayuda para los pobres y sobre todo para los niños pobres.

Cada mes iba con mi esposa y nuestro hijo a verla, le llevaba chocolate, que era su “pecado gourmet”. Un día al ver a un grupo de monjas tras la reja, mi hijo de cuatro años les preguntó: ¿Por qué ustedes están en esa jaula? Lo cual levantó un ataque de risas entre todas las monjitas. El día de Nuestra Sra. del Carmen ellas organizaban en el claustro del Convento una fiesta infantil. Nosotros llevábamos a nuestro niño y lo dejábamos en la puerta. Lo recogíamos un par de horas más tarde, ya que por la Regla de las Carmelitas, a los adultos nos estaba vedado el ingreso al Convento.

En 1980, mi familia quedo apestada al no poder irnos por el puerto del Mariel, al negarnos la salida en la lancha que había enviado mi suegro. EL C.D.R. nos había hecho mítines de repudio y nos acosaba. Mi esposa y yo fuimos expulsados de los trabajos y el niño del círculo infantil. Cuando logré entrevistarme con el cónsul francés para solicitar visas de refugiados, éste me entregó unos formularios en donde se pedía adjuntar cartas de personas que pudieran dar fe de nuestra moral, de nuestra honestidad. A mí se me vino el mundo abajo, no sabía qué hacer. Decidí ir al convento y no sólo logré el testimonio favorable de Dinorah, sino también el del Padre Clemente. Éste último nos había casado y también bautizado a nuestro hijo.

A lo largo de estos casi 39 años, desde que logramos salir de Cuba el 21 de mayo de 1981, siempre he estado en contacto con ella por medio de: pilotos, azafatas, diplomáticos de tres países europeos, amigos y colegas franceses que han ido a Cuba como turistas, empleados de empresas españolas, francesas e italianas residentes en Cuba, etc. Por medio de ellos Dinorah me enviaba cartas y recetas de medicinas, de espejuelos, tallas de ropas y zapatos de niños, etc. Y yo – es la primera vez que lo cuento-, gracias a la generosidad de una red de amigos, colegas y de mis estudiantes, le he enviado decenas de valijas cada año llenas de medicinas, juguetes, ropas y zapatos sobre todo de niños. Ella llamaba por teléfono a las monjas de La Caridad, para que repartieran todo entre los pobres. A veces ella misma le daba las ropas a familias pobres que iban a verla al Convento a pedir ayuda.

Cada año para poder celebrar la Fiesta de Nuestra Señora del Carmen en el Convento y en la parroquia de la calle Infanta, desde Francia recibía los caramelos, globos, plumones, libros de colorear, bolígrafos y dinero para poder comprar los dulces, gracias a la misma red de amigos de la cual te escribí más arriba.

Conservo la carta donde me anunciaba que el Panteón de las Carmelitas en el Cementerio de Colón había sido profanado, habían roto todas las tapas de mármol, tirado los restos de las monjas al piso y se habían robado sólo los cráneos. Ella no comprendía cómo tal cosa pudiera ocurrir en Cuba. Aún no sé si los causantes de tal fechoría fueron arrestados.

Hace dos años su prima Graciela murió. Dejó a su esposo- mi tío Renato, inválido en un sillón de ruedas que yo había logrado hacerle llegar a un joven minusválido desde Francia gracias a una azafata. Al fallecer el joven, su madre que es prima mía, se lo prestó. Pero Renato comenzó a sufrir todo tipo de humillaciones, abusos inadmisibles e intimidaciones. Dinorah movió cielo y tierra y logró conseguirle una habitación en un asilo de ancianos que administra la Iglesia, donde Renato iba cada tarde a la misa a rogar a Dios que lo llamara para reunirse con sus once hermanos, sus padres y Graciela cerca del Señor. Hace sólo unos meses esto ocurrió. Unos días antes él me dijo por teléfono: – “Dinorah me salvó y ahora puedo vivir en paz y sin miedo hasta que Dios me llame”. Y así fue.

Cuando supe que Dinorah había sido operada y que le sería muy difícil caminar, comencé a buscar cómo conseguir un sillón de ruedas y cómo enviarlo. Los padres de un estudiante que trabajan en una compañía de aviación me aseguraron que lo podrían embarcar en París y que lo entregarían en el Convento. Hice un llamado a amigos, colegas y estudiantes para saber si alguien podía donar uno que tuviera en casa, de una persona que hubiera fallecido y… aquí te cuento la reacción de una colega :

-“Pero querido Félix, en el Tercer Mundo eso es muy fácil de resolver, no es necesario mandar un sillón de ruedas desde aquí. Se cogen dos ruedas de bicicletas, se unen por una barra de hierro y se les atornilla arriba una silla de madera y ya está”.

Yo me quedé estupefacto ante esa pija que vive en un apartamento de lujo de París y le contesté irónicamente: “Es cierto, no lo había pensado, entonces por favor, consígueme dos ruedas de bicicleta, una barra de hierro y una silla de madera para mandarlo a la monja a Cuba”.

Lógicamente ella se dio cuenta de mi ironía y nuestras relaciones se han enfriado.

Cuando recibí la noticia de que Dinorah había sido llamada por Dios, estaba autorizado por la dirección a pedir a mis estudiantes que cada cual ofreciera por lo menos un euro, para comprar un sillón de ruedas simple y sólido, cuyo precio de catálogo es de 386 euros.

Querida e inolvidable Dinorah:

Extrañaré tus bellas cartas, tus postales hechas por ti misma ; mi corazón está triste ; siempre te he querido, porque formas parte de mi vida. Tu vida es un ejemplo verdadero de dedicación a la oración y de ayuda a los pobres y a los desamparados. Estoy seguro de que en estos momentos estás muy cerca de Dios. Ruega por nosotros, te lo pido de todo corazón, aunque sé que ya lo debes de estar haciendo.

Mientras escribo la presente te tengo una vela encendida sobre el escritorio.

Un gran abrazo  desde La Ciudad Luz con todo el cariño del mundo,

Félix José Hernández.

Nota bene: Esta crónica aparece en mi libro «Memorias de Exilio». 370 páginas. Les Éditions du Net, 2019.  ISBN: 978-2-312-06902-9

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