Los penúltimos de Filipinas

Para que España abandonara Cuba, habrán pasado muchos años de lucha abierta, de la cruenta, y también muchos de la guerra incruenta, de la emocional, que en muchas ocasiones contiene matices muy dolorosos que perdurarán por el espacio de toda una vida. Y, al final de todo, el abandono generalizado a las tropas españolas que combatieron en la isla, será un acto vergonzoso y vergonzante de los mandamases españoles, que tratará de ocultar  la crónica, sin el descaro de lo que se mitificó como gesta imperial de buen hacer y de valor en Filipinas, con el destacamento de la localidad de Baler, con el mismo abandono institucional que en Cuba, pero de menos gente, porque hubieron menos combatientes españoles en Filipinas
En Filipinas la lucha va a ser de otra manera diferente a la que se realizó, desgraciadamente, en Cuba, menos épica, y poco o nada emocional, porque las Filipinas fue un dominio de frailes y curas al alimón, como dueños únicos de las fincas y recursos comerciales y mineros, y en modo alguno querían competencia laica en la propiedad, logrando que, en el mejor y mayor de los casos, nunca pasó de unos seis mil los españoles establecidos en un archipiélago de más de doce mil islas, y un lugar terrestre de los más ricos del planeta.
Los funcionarios públicos metropolitanos, establecidos todos mayoritariamente en Manila, fuera esa ciudad o no su destino asignado, solían presumir sus palmitos, si venía en moda, luciendo sudorosos trajes de grueso paño inglés aquellos caballeros imperiales, o abrigos de pieles las damas. Pero se le darán muy amplios vuelos divulgativos a ciertos hechos, entre los que destacarán por su divulgación, las grandes victorias pírricas, del  apodado el “general cristiano”, el madrileño y rico en dinero familiar, general Polavieja: un nuevo cruzado que llegará a las islas de las manos de los frailes, dueños imperiales de aquellos territorios, y armará la marimorena utilizando la vieja táctica cristiana del fusilamiento, con lo que no adelantará ni resolverá nada.
Utilizando despreciativamente la palabra insurrecto, por no decirles aquello más vulgar de escribir y nombrarlos como hijoseputa, cuando el cristiano señorito general piense que tiene basamento suficiente para pisar fuerte en Madrid, según una aureola de mentira que siempre ha dado resultado en sociedades donde abunde la cobardía, el chisme y la superstición, serán los mismos frailes los que temerosos del poder del general, los que piden a Madrid la presencia de Polavieja fuera de Filipinas: de la Capitanía General Manileña. Y claro, como todo se orquestaba entre buenos cristianos como dios manda, los clérigos logran que el ya menos cristiano general sea destinado en Madrid, y los deje a ellos campeando en su cortijo y cabaret privado, viviendo a su manera exquisita, no fuera que les sentara mal el habitual café a media mañana, cortado con leche de mujer lactante.
Como las islas Filipinas están lejos de Madrid, y el imperio español es un imperio con mucho presupuesto y gasto en asuntos clericales, y miseria para todo lo demás que queda secundario, el clero estará en todo momento atento y necesitará de la presencia en Madrid de gentes aupadas por ellos, de adjetivados por ellos, como lo del “general cristiano a Polavieja, porque a veces suele elevar la voz algún desaprensivo ateo, que quiere que los frailes se apliquen en dedicación exclusiva a sus misas, sus cantos corales, y darle enterramiento a los muertos. Y contra esa clase de gentes, desarraigados sociales, hijos de la maldad, hay que estar siempre prevenidos y fuertemente posicionados en todos los estamentos sociales, según las políticas irrenunciables del clero, que desde el minuto cero consideró a las ricas y hermosas islas Filipinas herencias celestiales para ellos, y donde se subieron y soltaron las sotanas como en ningún otra conquista española alguna.
Junto a los méritos militares del general Polavieja, que serán conocidos en España, porque en Filipinas a todos los efectos la actitud y el proceder del citado general todavía perdura como una de los partícipes e inductores del gran error y la brutalidad social que significó el fusilamiento a puro placer, sin necesidad ni utilidad política alguna, del nacionalista filipino José Rizal, se forjarán en su momento todos estos sinsentidos, envolviéndolos en papeles de regalo para tapar la vergüenza guerrera, la bajada de pantalones imperiales que significó el entregar con manos temblorosas, llenas de miedo, del archipiélago a todo aquel que lo hubiese demandado, fuese estadounidense, holandés, francés, inglés o chino, o de cualquier país que fuese, porque en Filipinas, ninguna fuerza armada española pensaba que estaba allí para sacrificios patrios. Y mitificando lo de Baler, lo que se conoce como los Últimos de Filipinas cuando en realidad fueron los penúltimos, supuesto que el clero no se fue: se quedó allí con todo atado y bien atado con sus amigos los gringos, porque entre imperialistas no se suelen pisar, como buenos bomberos, las mangueras, con eso, con Baler, ya estaba el cupo de heroísmo cubierto, y lo que políticamente podía denominarse la honra patria, en su alto lugar correspondiente puesta.
El sitio o cerco de los filipinos a la plaza de Baler ocupada por los españoles, analizado someramente, por si solo habla de la desorganización militar reinante, y la dejada de todo a la casualidad y al heroísmo particular y personal, nunca colectivo, de todo un estamento que habrá llegado al cómodo convencimiento que su misión en la isla no iba por aquella dura arista de defender el archipiélago hasta la muerte. Aunque algo así quede muy bien y muy épico a nivel de papeles y proclamas. Y Baler, por tanto, será  exhibido a la opinión pública como botón de muestra de algo que empezó y acabó en sí mismo, para que no se analice ni se investigue la vergüenza nacional que fue el dar, el entregar, el regalar, al sonido de la primera salva de cañón el archipiélago Filipino a otro país colonialista, Usa, que pensado llevaba sacarle más jugo económico a aquellos privilegiados territorios, donde el colonialismo español echó su más larga siesta colonial, que ya es echar, y lo único que fomentó en cantidad fue el mestizaje.
El resistir aquellos desdichados casi un año a la suerte de su esfuerzo y sufrimientos dejados cobardemente aislados en Baler, después sirvió, como suele suceder, su heroísmo para que otros hicieran el relato que más le interesa, al hecho inaceptable, en aras de la verdad, que al ser Baler zona marítima en el camino de ida y vuelta de los galeones utilizando el Estrecho de San Bernardino, un gobierno digno hubiese enviado un barco a salvarlos. Y no hace ni lo que se hizo en Cuba ni lo que se hizo en Filipinas.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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