Los anarquistas en La Habana predicaban la destrucción del Estado en presencia de las autoridades

El anarquismo, que es la negación absoluta de todo orden y de toda armonía y la afirmación del caos reinando en la sociedad, en la familia y en el individuo, llevó también a Cuba su hálito ponzoñoso sin nungún problema.
Los salones de la famosa casa llamada Marte y Belona, situada muy cerca del no menos famoso palacio de Aldama, son testigos de las estupendas peroratas que con permiso de la autoridad largaban muchísimas noches un anarquista catalán y otros á los tabaqueros y mozos de fondas y cafés principalmente.
Nosotros, que conocíamos al honradísimo y pundonoroso jefe de policía de la Habana D. Aquilino Lunar, teniente coronel de la Guardia civil, compadecíamosle por el penoso deber que tenía de asistir á aquellas veladas como delegado de la superioridad para presenciar cómo se iba organizando y acrecentando una agrupación que por principios y por fines profesa la idea ordenada y sistemática de barrenar todo orden legítimo y destruir a fundamentis toda sociedad que no sea la sociedad de la anarquía y del desorden.
El obediente jefe militar debía limitarse á cumplir la consigna recibida, apuntando en su cartera los absurdos y disparates más descabellados que allí se proferían sin faltar, por supuesto, á la ley cuya letra conocen muy bien tales oradores para burlarse de ella, diciendo lo que se les antoja sin incurrir en los artículos de la misma. Ignoramos dónde residirá el citado señor coronel que si por fortuna viviese, podría suministrar el extracto de los discursos de aquellos nuevos Ríos Rosas y Capdevilas; entonces se extraviaron y caldearon muchas cabezas, materia apta para servir á toda clase de trastornadores.
En las fábricas de tabaco ejércese una activa propaganda maléfica, leyéndose en ellas libros, novelas, discursos y periódicos socialistas, anarquistas, corruptores que perturban el cerebro y envenenan el corazón de los infelices operarios. ¡Qué lástima tan grande causa la contemplación de las salas de aquellas fábricas, donde trabajan muchos individuos, á veces varios centenares de ellos! Reina allí dentro un silencio sepulcral, sólo perturbado por el suave rozamiento que en los dedos producen el papel para envolver y la hoja ya en rama, ya picada del tabaco.
Sólo se oye la voz campanuda y clara del apóstol del socialismo y de la anarquía, que aparece erguido en lugar prominente para que le oigan todos, con su apostura arrogante, con luenga barba un si es no es cultivada, y de continente magistral y con aires de pensador profundo que domínala cuestión y lanza las ideas á manera de saeta ígnea que conmueve y subleva las pasiones de los oyentes, los cuales concluyen, claro está, por revolverse airados contra todo orden, toda autoridad y toda propiedad. ¡Infelices! Réstan de las necesarias atenciones y pagan de su sudof la cuota señalada para comprar los libros y los periódicos y aquella voz que los trastorna y mata.
Alguna vez advertimos á los dueños el daño que originan esas lecturas á los trabajadores y los perjuicios que ellos mismos se acarrearán con esa práctica, y nos respondieron que no podían impedirla, pues suspenderían sus tareas y abandonarían la fábrica: temores vanos é infundados, porque si se uniesen los fabricantes y adoptasen los recursos que enseña la Religión católica, evitarían tales inconvenientes con la formación de operarios sanos y honrados.
Fuente: La guerra separatista en Cuba, JB Casas
 

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