Llegada de Fidel Castro a La Habana el 8 de enero de 1959

Foto: Campamento Militar de Columbia. La Habana, enero de 1959.

París, 6 de mayo de 2021.

Querida Ofelia,

Esta narración de Eloy Gutiérrez Menoyo me fue enviada desde Miami por nuestro viejo y querido amigo Miguel García, exguerrillero del II Frente de Escambray durante la lucha contra el régimen de Fulgencio Batista.

Un gran abrazo desde estas lejanas tierras allende los mares,

Félix José Hernández.


 “El 8 de enero de 1959, nos encontramos en el Campamento de Columbia esperando a Fidel Castro y uno de los presentes, le grito a Fidel, ¡Fidel aquí esta Menoyo! En esta foto se puede aprecia en primer plano a Fidel siguiendo hacia arriba la sonrisa de Menoyo y hacia la derecha con espejuelos al expresidente Carlos Prío Socarras. Fidel, se había convertido en la figura cimera.

Como líder, indiscutible de aquel proceso, se dirigía a La Habana, parando, de pueblo en pueblo, en una especie de marcha triunfal; en la que lo acompañaban por igual, barbudos de la Sierra Maestra y soldados que habían servido, a la dictadura.

 El espectáculo, a lo largo de todo el recorrido, era impresionante. Los medios de difusión, difundían de un extremo a otro de la isla, las imágenes de aquellas muchedumbres compactas, que se desbordaban y enronquecían, vitoreando el paso de aquella figura mítica. Era un pueblo, que se volcaba entusiasta, hacia quien representaba una esperanza.

Su primer discurso, pronunciado en la ciudad de Santa Clara, se trasmitía en vivo y en directo, por televisión para toda la isla. El pueblo, seguía con expectación cada una de sus palabras, como si de un oráculo se tratara. Era, su momento de gloria, su merecido reconocimiento, tras las duras jornadas en las que no se había dejado vencer, ni siquiera por el agotamiento.

Concluido el improvisado, e impactante discurso Fidel, comenzó a ser acosado por aquellos dirigentes provinciales, que en vez de velar por su descanso necesario, lo hacían descender momentáneamente de la cumbre, para utilizar su prestigio, en cuestiones de poca monta.

¿Qué le dirían?

No sé, en aquel momento lo desconocía. Pero para lograr que Fidel, se hiciera eco y se desplazara apartándose de su itinerario, hasta la ciudad de Cienfuegos, en la Costa Sur, tuvo que tejerse, como después pudimos comprobar, una intriga bien planificada y amplificada, cuya responsabilidad compartían por igual la dirigencia provincial, del Movimiento 26 de Julio y la del Partido Socialista Popular.

Ambas, en su desmedido afán, de controlarlo todo. Inventaban peligros inexistentes, desconociendo que el comandante William Morgan, tenía instrucciones mías muy precisas, de entregar el mando de la plaza y reunirse conmigo, tan pronto fuera designado quien lo relevara, de dicha responsabilidad. Fidel, con su agudeza y percepción, para lidiar con politiqueros, tuvo que percatarse de la patraña manipuladora, de que había sido objeto.

 El terrible Morgan, que le habían pintado, nada tenía que ver con el pirata de antaño, que recorría los mares. Era todo lo contrario, un hombre sencillo, cordial, simpático, que con el entusiasmo de un niño ingenuo, dejaba sellado aquel encuentro, en el que ambos se estrecharon, en un fuerte abrazo. Fidel, una vez más y aprovechando la oportunidad, hizo uso de la palabra, interrumpida frecuentemente, por los aplausos de aprobación, que le otorgaban por igual, los policías, marinos, soldados y barbudos, que lo escuchaban.

Concluida, la fugaz e inesperada visita William, continuó al mando de dicha plaza en espera, del relevo que lo substituyera. Fidel, por su parte regresó al punto de partida, en el que tras un breve descanso reanudaría, la marcha que lo llevaría a la capital, en su entrada triunfal, del 8 de enero y cuyas imágenes de aquella multitud enloquecida, recorrieron el mundo simbolizando para muchos, la llama de una esperanza nueva.

Fidel, había tomado plena conciencia de la avidez con que el pueblo, esperaba sus palabras. Las condiciones para tal ocasión, habían sido preparadas en el campamento militar de Columbia, más tarde rebautizado con el nombre de, Ciudad Libertad.

Allí se había preparado una pequeña tribuna, desde la cual Fidel, improvisaría su discurso. Personalidades políticas y representativas, de todos los sectores de la nación, incluyendo al expresidente nacional, Dr. Carlos Prío Socarrás, se encontraban presentes para congratular al nuevo líder, tan pronto hiciera su aparición. Yo, me encontraba a un costado de la tribuna, junto a un grupo de mis allegados, cuando de pronto, la gritería que se escuchaba en la calle, indicaba por lo claro, la llegada del primer soldado de la revolución, el cual, tras franquear la entrada principal, encaminó sus pasos hacia la tribuna, deteniéndose ante ella.

Yo, no conocía a Fidel Castro, era la primera vez que lo veía y ahora, que lo observaba a escasos metros de distancia, en medio de aquellos que lo rodeaban, bloqueando el impetuoso asedio de la gente, comprendí que el momento, no era el apropiado, para intentar estrechar su mano por lo cual, desistí del intento y opté por reservar el saludo, para un momento más propicio.

“¡Fidel, Fidel, aquí está el gallego Menoyo!”

 Más sin embargo, inesperadamente, bien por pura casualidad, o porque previamente le hubiesen encomendado dicha tarea, alguien gritó, señalando hacia mí ―¡Fidel, Fidel, aquí está el gallego Menoyo!–. Y éste, siguiendo el índice, de aquel que insistentemente apuntaba hacia mí, ubicó mi presencia. Y me llamó, para que me acercara a la tribuna.

Sonrientes ambos, salimos al encuentro el uno del otro, fundiéndonos en un fraternal abrazo.

«¡–Contra–! –comentó como sorprendido—

 –Qué jovencito eres. Yo te hacía mucho mayor–. ―E insistiendo sobre el tema, pareció indagar con curiosidad: «¿–Qué edad tienes?–«

 «Cumplí veinticuatro, hace unos días».

 Y dejando escapar otro contra, añadió:

Fidel «–Pues tremenda tarea has hecho con tan corta edad–«.

Luego, cambiando el tema, soltó de sopetón:

 Fidel¿–Que tú crees de esa gente del Directorio, ocupando la Universidad y el Palacio Presidencial?–?

Eloy―Bueno, según la versión que yo tengo, ellos pactaron con el 26, y se pusieron bajo las órdenes, del Che y éste partió para La Habana, sin contar con ellos para nada. El Directorio, considera que el pacto ha sido incumplido y se les ha desconocido totalmente–. Fidel, me escuchaba con atención y puntualizó: Fidel «–Puede que sea así, pero esa no es la vía para buscar soluciones–«. Y anticipó: ―¿– Sabes lo que yo voy a decirles ahora, cuando yo hable? Pues ya verás–. ―–O salen de ahí, o les mando a todas las viudas, vestidas de negro para que retomen esas posiciones–.

Lo decía sin asomo visible de molestia, más bien, como si se tratara de una broma.

 Acto seguido, cambió de tono y sus palabras se tornaron críticas. Parecía decirlas con sinceridad, como un libro abierto cuya lectura no le preocupaba, que fuera escuchada por todos los oídos atentos, que había a nuestro alrededor:

«–Todo este problema del Directorio, se deriva del error del Che, que al llegar a Las Villas y pactar con ellos, revivió un muerto, que apenas contaba con un centenar de hombres. Con quien tenía que haber pactado, es con Uds., que abrieron ese frente y controlaban, casi toda la provincia–«.

 Fidel, parecía hablar convencido de lo que estaba diciendo y al mismo tiempo, también parecía haber olvidado, que tenía que subir a la tribuna, para pronunciar su discurso. Pero como buen observador, que sin duda era, es posible que estuviera ganando tiempo, intencionalmente, en espera de mayor afluencia de público, ya que comentó acerca de la organización del acto y la gran asistencia, de personalidades. Pero, indagó no sin cierta extrañeza, acerca de la poca concurrencia que se había reunido allí, en tan histórico día.

El teniente Miguel García, uno de los escoltas que me acompañaba y que de hecho era muy buen observador, le dio la sabia respuesta:

 «–Comandante, frente al campamento militar, la calle está abarrotada de gente, confiado en que desde allí, podrán escuchar sus palabras. No se atreven a entrar, porque están viendo a los mismos soldados de la dictadura, con sus cascos, armas largas y marcialidad, cubriendo en todas las postas–«.

Fidel, que había entrado por la puerta principal, parecía no haberse percatado de ese detalle. Pero Fidel encontró tan lógica la observación, que dirigiéndose a Camilo le ordenó:

 ―–Oye Camilo, quítame inmediatamente todas esas postas y las sustituyes con barbudos, en cada una de ellas–.

 Camilo partió presuroso a cumplir la encomienda y en efecto, a los pocos minutos el resultado, no se hizo esperar. La avalancha, de gente que penetraba en el campamento militar, era incontenible, a tal extremo que frente a la tribuna, no había ni un sólo espacio por cubrir. Fidel, me echó el brazo por arriba, e invitándome a subir con él, me dijo:

 «–Menoyo, no te vayas a ir, porque cuando termine quiero reunirme con Uds.» –

Su discurso, dijera lo que dijera, resultaba impactante en aquellos momentos. Sus frases, de “¿Armas para qué?», refiriéndose al Directorio y aquella, de ―¿Voy bien Camilo?– quedaban acuñadas para siempre en la mente, de todos los que lo escuchaban.” 

 Eloy Gutiérrez Menoyo.

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