José Gabriel Barrenechea.
Las manifestaciones del 11 de julio pasado fueron algo inédito, pero hay algo que no debemos ignorar: el aparato represivo del régimen tardó pocas horas en contenerlas, y ahora mantiene el control de la situación. Sobrepasarlo se ha demostrado, una vez más, tarea no fácil, que difícilmente se logre con manifestaciones espontáneas. Se necesita todavía mucha más gente en la calle, que salga no a impulsos de la emoción simpática de ver a otros hacerlo, en las pantallas sus teléfonos móviles, sino según unos objetivos claros, y un plan de qué harán para alcanzarlos. Pero esto, entonces, choca de a lleno con la enorme capacidad de vigilancia que todavía conserva el régimen…
La probabilidad de que el 11 de julio haya marcado el fin de la Dictadura en lo inmediato, es baja. Pero menor aún es la probabilidad de que los Estados Unidos saquen del poder al régimen mediante una intervención “humanitaria”; y sin duda sería incluso menor, si en lugar de Joe Biden ahora estuviese en la Casa Blanca Donald Trump. Eso bien lo saben quienes le han hecho creer a las masas que tal intervención es posible. ¿Por qué lo hacen entonces? Algunos, sinceros, porque creen en la posibilidad de que manteniendo viva la esperanza de esa posibilidad, los cubanos en la Isla nos armaremos de valor para repetir de inmediato lo ocurrido el 11 de julio. Otros, sin embargo, lo hacen por demagogia, y no faltan quienes lo hacen porque en realidad su interés primario no es Cuba, sino hacer política republicana al desacreditar a la administración demócrata: “que no hace lo que los republicanos ya habrían terminado para estas alturas”.
Estamos por tanto ante dos realidades que debemos tener en cuenta, las cuales no van a cambiar por más perretas que armemos frente a ellas: el aparato de vigilancia, control y represión del régimen todavía es efectivo, como lo demostró el pasado 11 de julio; los cubanoamericanos, aunque pueden influir en la política de los Estados Unidos hacia Cuba, sobre todo en sentido negativo al levantar barreras ante cualquier iniciativa para mover el statu quo, no tienen control total sobre la misma, al punto de poder imponer nada semejante a una intervención.
Esto último es vital entenderlo por quienes apuestan a mantener las presiones económicas, con el fin de derribar estrepitosamente a la Dictadura, la única manera aceptable para ellos en que pueden ocurrir cambios en Cuba. Porque al comportarse como sí tuviesen ese control, lo que con mayor seguridad obtendrán es lo opuesto diametralmente a lo que desean. Llevada contra la pared, ante el peligro inminente de un éxodo migratorio, o incluso de una situación de inestabilidad política a 90 millas, que los obligue a una intervención, cualquier administración, sea demócrata o republicana, más bien se apresurará a hacer concesiones al régimen.
Es, por cierto, lo que podría ocurrir ahora.
En Cuba las masas por fin se han atrevido a intentar hacer mover al país del atasco castrista. Pero la magnitud de la protesta no ha sido suficiente para sobrepasar al aparato de vigilancia, control y represión del régimen. Los cubanos de nuevo se han dado de frente con ese muro, y siguiendo la lógica de buscar siempre la línea de la menor resistencia, ahora muchos intentarán emigrar a través del Estrecho de la Florida, para lograr lo que en Cuba nunca tendrán bajo este régimen: prosperidad, pero sobre todo libertad.
Ante este escenario muy probable, consciente de las inmejorables condiciones de navegación entre la Isla y el continente durante las próximas semanas, la actual administración americana se debate entre su compromiso con la promoción a nivel global de los valores liberales frente a la ola de autoritarismo, y el realismo político de mantener, y aumentar su mayoría en el poder legislativo de la nación, sin lo cual muy poco podría hacer. A qué dé prioridad, o más bien, a qué podrá dar prioridad, depende en gran medida del que los cubanos del Exilio tengan la voluntad de consensuar un acuerdo con esa administración, y no insistan en el clásico pedido a la cubana de: o todo, o nada.
En este sentido, llamar a la clase política americana a que no se deje chantajear por el régimen con la posibilidad de un éxodo, es de una inocencia política seguramente pocas veces vista en el Congreso. Muestra en esencia cómo hacemos política los cubanos, de cualquier bando: no negociamos con nuestros rivales, pero tampoco con nuestros aliados; simplemente exponemos nuestras razones, sobre todo nuestras cuitas, sostenidas en nuestros principios, y a partir de ello esperamos que todos se rindan a su “evidente” superioridad ética.
Aunque se crean insuficientes las medidas propuestas por la administración Biden, si nuestro interés final real es Cuba, y no desprestigiar al partido demócrata como parte de la política republicana, hay que tomar lo que Washington ahora nos brinda. Que por cierto, no es poco, ni tan inocuo para la Dictadura. Solo digamos que si esta administración lograra consensuar una declaración de condena internacional a la represión en la Isla, aun en los términos más moderados, sería algo sin precedentes, que golpearía con fuerza en los fundamentos de la política exterior del régimen. Cuyo principal cometido es presentar a la de los Estados Unidos hacia Cuba como de totalmente aislada.
La administración Biden, y la clase política americana toda, han demostrado con sus declaraciones y actitudes de estos días que más que proponerse atacar militarmente a Cuba, intención que le adjudica la Dictadura, su interés es más bien evitarla. Ante semejante realidad, solo quien no piense racionalmente puede admitir las acusaciones de la Dictadura, de que lo sucedido el 11 de julio no ha sido más que una provocación planificada por el imperialismo yanqui, para conseguir un pretexto conque intervenir en Cuba. ¿A qué armar la conspiración, si para cuando la gente está en la calle, bajo la granizada de palos de los matones del régimen, se echan para atrás?
Por ahora, mientras se organiza la considerable oposición que salió a la superficie el 11 de julio, lo más importante es restarle legitimidad, y consiguientemente apoyos internos y externos al régimen. De hecho, para lograr esa organización es imprescindible mostrar al régimen en su verdadera esencia, para que deba verse obligado a restarle parte de la absoluta libertad de acción con que hoy cuenta su aparato de vigilancia, control y represión. Y me pregunto: ¿qué mejor manera de demostrar que no son ciertas todas las razones que dan para justificar la existencia del modelo de “ciudad sitiada”, y las libertades de su aparato represivo, en este caso la inminente amenaza de invasión yanqui, que la actitud del gobierno y la clase política americanas en los últimos días?
Por el contrario, mantenerse enarbolando el esperpento ridículo de una intervención, que bien se sabe no va a ocurrir, es darle cierta credibilidad al régimen en su interpretación del papel de pobre víctima asediada, y por tanto ponerle zancadillas a lo que es más importante en este momento: mostrar al régimen en toda su desnudez, deslegitimarlo ante los que todavía lo apoyan en Cuba, y sobre todo ante la comunidad internacional.
En este sentido una Embajada con suficiente personal, tras los Estados Unidos conseguir la mencionada Declaración Internacional conjunta, sería una garantía mayor de que el régimen no logrará invisibilizar las actividades y protestas opositoras. También nos asegura un poco más de libertad de movimiento a los organizadores de esa amplia masa de inconformes y opositores que, este domingo 11 de julio, se demostraron dispuestos a expresar públicamente su opinión de la necesidad de cambios, no de continuidad. Lo cual es muy importante, porque la próxima vez que se vaya a las calles es vital que haya un núcleo organizado, consciente de lo que debe hacerse, que evite los desmandes de algunos, y las provocaciones de los paramilitares del régimen.
Incluso quienes se oponen a todo acercamiento entre nuestros dos países, deben entender que su oportunidad de oro estaría en poner a una Embajada activa en medio de esta nueva situación. Siempre será mejor que sea el régimen quien expulse al personal de la Embajada de un país que, evidentemente ha hecho lo imposible por no intervenir, a simplemente cerrarla y llevarse el personal.
Las medidas anunciadas por la Casa Blanca muy probablemente no derribarán al régimen en lo inmediato, es cierto. Pero resultan lo más allá que podemos esperar llegue, ya no esta administración, sino la clase política toda de los Estados Unidos. Ellas, no obstante, garantizan que se pueda hacer lo que es vital ahora para seguir escalando: deslegitimar al régimen, y organizarnos como oposición cada vez más numerosa. Para que la próxima vez que se salga a las calles, no puedan hacernos volver a nuestras casas sin obtener lo que nos hayamos propuesto antes.