Las fechas de los fechos

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Los viajes de Colón, que la crónica nos ha querido vender como algo así que estaba en el ánimo del saber y conocimiento de todos los españoles, no se publicaron hasta 1922

Si no se dice nada al respecto de cuando acontecieron los fechos, y al sistema mandamás español le interesa que cada cual le ponga su granico de arena particular al asunto, nos podemos llevar algunas sorpresas cuando barajando fechas y fechos nos encontramos con la verdad y el hecho lacerante que en una España analfabeta en un porcentaje que rozaba casi el completo social, no había necesidad ninguna de editar libro alguno por la sencilla razón de que tampoco había posibles lectores.
Ahora bien, se ha querido dar la apariencia que en España cuando algo aconteció que sobresalía de lo cotidiano, tal como ahora, de inmediato se escribía un libro con más o menos éxito editorial, y de aquel libro bebían unos lectores, eruditos o no, que en el caso de España, ni aún en los sobados monasterios de frailes, según, centro del saber patrio, lo que más abundaban eran los legos totalmente analfabetos.
En el tema colombino, una de las grandes novelas de carabelas que nos hemos zampado todos, la Historia oficial se pone y habla y relaciona a Colón y a su novelado viaje según lo escrito por un humanista conocido en ese mundo de la crónica, que se llamó Pedro Mártir de Anglería, italiano de nación; pero, las socorridas y afamadas para ciertos lectores, Décadas de Mártir, y para la historia oficial, resulta que hasta el año de 1.892, es decir, para la crónica ayer mismo, no se publicaron en castellano, según una traducción  que hizo un presbítero llamado Torres Asensio con motivo de la celebración del IV Centenario del tropezón indiano con los Castilla.
Y lo que tradujo el citado presbítero Joaquín Torres Asensio fue un folleto de 29 páginas, escrito en latín y publicado en Venecia en 1.504 con el nada popular título de Navegaciones del Rey de España. Así es, que no es de esperar que llegara al conocimiento de muchos españoles la existencia de tales escritos que no fuera a partir de 1.892, y solo a aquellos que pudieran saber leer, supuesto que no llevaba estampas, nombre genérico que se le daba a los libros, libros de estampa, ante la tremenda escasez de lectores de renglones.
Otro de los basamentos de la popularizada novela colombina, fue lo que escribió en su día el prolífero y bastante conocido el sevillano Bartolomé de Las Casas, que como nació en 1.484, cuando el regreso del viaje colombino tenía nueve años de edad, y es de suponer que estuviera jugando a matar moros y judíos, y, hasta el año de 1.530, es decir hasta que no tuvo cuarenta y seis años de edad, no empezó a escribir. Y el manuscrito que nos concierne de los más utilizados para darle forma a la novela colombina, lo legó en 1.559 al Colegio de San Gregorio de Madrid, con el compromiso de que no se publicara hasta, como muy pronto, el año de 1.600. Y, para no pillarse los dedos el clero, no le dieron publicidad hasta 1.875, de cara, como casi todo lo escrito sobre Las Indias, a la celebración del socorrido IV Centenario del letal tropezón indiano-español.
El también conocido, pero menos que Bartolomé, cronista de Indias, el madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo, comienza a editar algo de su obra, pero muy poco, escasamente, sin repercusión alguna, allá para el año de 1.535, y tendrá que llegar mediado el siglo XIX para que su obra y los estudiosos del tema la puedan manejar.
Los fundamentales Pleitos Colombino para conocer mucho sobre aquellos avatares habidos entre los navegantes del viaje colombino y la Corona de Castilla, se publicaron en 1.892. Por tanto, tanta fecha tardía en la publicación de los hechos nos pone en la cruda realidad de la incultura española y refleja claramente que la preocupación popular por Las Indias o lo Americano, no existió, más allá de lo que pudo despertar al respecto de esos conocimientos el riojano don Fernando de Navarrete, que trabajó prácticamente hasta su muerte en 1.844, en dar publicidad a estos asuntos. Pero que su trabajo, Viajes y Descubrimientos de los Españoles, no se publicará hasta 1.837, cuando España ya había avanzado un poco en cultura y solo tenía un ochenta por ciento de analfabetos totales y un veinte restante que en un día, acompañando la lengua el trazo de la mano, eran capaces de estampar su firma de puño y letra.
Los viajes de Colón, que la crónica nos ha querido vender como algo así que estaba en el ánimo del saber y conocimiento de todos los españoles, no se publicaron hasta 1.922. Por tanto, al no haber testigos vivos de la mayoría de aquello que aconteció, ha habido tiempo más que de sobra para adornarlo todo al posible gusto nacional, con el objetivo claro que todo se llevó a cabo en función del inmenso apoyo del clero vaticano, y en la contra de los malvados portugueses, que durante las santas cruzadas no quisieron mandar tropas a pelear contra el infiel, y dejaron al pobre papado a pique de que le diera un repente.
Produce cierta risa amarga de reírse a los que con independencia hemos brujuleado en todos estos asuntos, cuando la Historial oficial española acepta como algo que está ahí y lo da por bueno y fehaciente que los dos mapas perdidos, cuyos originales no aparecieron hasta 1.901 en un castillo de Württemberg, ambos mapas dirigido su dibujo por el alemán Martín Waldseemüller, uno confeccionado en 1.507, donde aparece, según, por primera vez la palabra América, y el otro segundo, confeccionado en 1.513, donde desaparece la palabra América y aparece la de Terra Nova, tuvieron una enorme difusión en su momento de ser grafiados, y no hubo europeo, incluido los españoles, que aunque no supieran leer podían ver estampicas, que no se los llevaran a la cama para contemplarlos tranquilamente y empaparse de tan excitante asunto.
Hay que coger con seriedad la historia. Deben los historiadores modernos ir dejando en la cuneta tanta mentira acumulada para encubrir el hecho de que en España, para la mayoría de la gente española, del mismo modo que en cierta ocasión un nativo de aquellas tierras indianas me preguntó cuántas hora de camioneta había yo gastado para llegar desde España hasta allí, en la llamada pomposamente metrópolis española, el conocimiento popular del mundo, abarcaba geográficamente hasta donde alcanzaba el sonido de las campanas de los campanarios de las iglesias.
Por fuera de eso, todo era mundo popularmente ignoto.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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