La viudas peperas de España

Desde que un aventajado politólogo me lo hizo ver, no hago nada más que tomar nota al respecto de su afirmación; y, hasta el momento, en el espacio social en el que me desenvuelvo, tengo que reconocer que la contundente afirmación del politólogo en cuestión resulta una realidad triunfante: Las viudas españolas, de pensiones que es muy difícil que alguna alcance, y ninguna supera los quinientos euros, son las votantes más fieles de la derecha, y con sus cinco millones estimados de votos, son el cimiento político del partido popular y de los curas de España.
Si a ellas, a las viudas, le sumamos otros milloncejos de votos de los masculinos jubilados, con pensiones semejantes a las de las viudas, aunque en virtud del machismo ibérico un poco mejoradas, nos dará un cuerpo electoral fiel y fijo, para el que nada valen robos, cuentas en el extranjero ni desmanes de nuestros políticos, porque al ser un grupo social sometido día, noche y madrugada al bombardeo del miedo por parte de los medios de comunicación al servicio directos de la miseria nacional, el resultado da algo tan espeluznante como que en España esté gobernando una banda de ladrones reconocidos judicialmente y todos son unos santos varones y hembras.
Simplemente con analizar el cotarro un poco, uno se percata rápidamente que de nada nos sirve, salvo para aumentar la tensión arterial, de que algunos se desgalillen denunciando tal o cual robo, si al final, con toda la solemnidad de este mundo hipócrita, el delito está prescrito, el dinero no lo devuelve, y la categoría de señor no la pierde en España nadie que roba por encima de diez millones de euros. Por lo tanto, como la inmensa mayoría han robado centenas y miles de millones, son señores y señoras hasta la cepa para nuestros medios de comunicación cuando los nombran y ladinamente los alaban.
Ahora, con el internet, todos y cuantos somos usuarios de las nuevas tecnologías, nuevas para nosotros el pueblo, pero con hartura de haber servido para matar y descuartizar a los malos, los pobres de la tierra, todos los que tenemos cuentas abiertas on-line, hemos alcanzado la inmortalidad, y cuando nos vayamos al carajo del éter a revolotear buscando un apaño atómico para nuestras partículas, desde allí, desde esa nube galáctica es de suponer que no nos demos cuenta que sobrevolando a nuestro lado estarán otros elementos que constituyen las famosas nubes que nos contendrán a todos con imagen y recuerdo de lo que dijimos y lo que fuimos en el planeta tierra.
Todo un algo muy técnico, muy avanzado, pero que cuanto más tarde se presente, mucho mejor, porque vemos que así, en esa línea, están los que defiende, generalmente infectados de ácido úrico, la gran vidorra que nos espera si en está somos obedientes y sumisos.
Pero, el hecho en sí de la inmortalidad, el hecho de pasar a la historia por el que tanta sangre se ha derramado, ya, con las nubes electrónicas (o como coño se llamen), todo esas vanidades deberían de estar vencidas, pasadas, y pasar una página con la esperanza de que otras páginas que están inmaculadas, que las religiones ayudan, y mucho, a que ni se toquen, están ahí; y se llaman utopías porque es más cómodo tirar la comida a las ramblas que repartirla entre los que llevan hambre vieja a cuestas.
Existen territorios, que sus tierras son como cotos, como reservas, en las que ciertas especies de animales les gusta vivir y retozar. En España, en esta España, que ya va a empezar a derrochar el dinero público en pos de desfiles de puras añoranzas inquisitoriales, los señoritos, los señores, pueden pulular perfecta y tranquilamente porque toda la ibérica que la toca a España, siempre de mal humor por no disponer de la parte lusitana, y aunque cuando el viento refrescante y vivificante que significó la República abolió de golpe, y no se generó trauma popular alguno, la existencia y manteniendo en vigor de la Ordenes de Caballería o Monásticas, su suspensión duró lo que tardó el cuartelazo- sacristiazo del treinta y seis del siglo pasado de imponerse y fomentar el señoritismo.
Como muchas cosas de esta España, coto señorial donde los haya, ya nos está pasado como a los gringos, que si en los EE.UU. se suprimiera la droga de golpe, el solaje poblacional que dejaría superaría los ocho millones de locos por abstinencia, cifra demasiado elevada para que un país, por muy extenso que sea, no se vaya al carajo. En España, si de golpe, ahora mismo, se pusieran en marcha tribunales de verdad que castigaran sin maulas el robo y el desaguisado de lo público, nos encontraríamos sin capacidad carcelaria para meter en chirona a tanto aspirante de señorito, porque han visto, se han percatado, que la impunidad en España va por la vía de la llamada clase alta, y la del dinero.
De ahí que no exista nada más genuino español que un concejal de la llamada izquierda española, desfilando con una vara de mando o de poder, detrás de lo que pomposamente se llama, mal llamado, trono, y no carroza.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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