La Sevilla decadentista

Probablemente, Sevilla entró en decadencia cuando se llevaron la Casa de la Contratación a Cádiz. La que había sido puerto y puerta de Indias desde finales del siglo XV hasta principios del siglo XVIII hubo de replegarse, y ello se vio, paradójicamente, en la bonanza de los pueblos/haciendas del Aljarafe, cuando muchos nobles invirtieron más directamente en sus propiedades. 

La que fue Nueva York o Sao Paulo atravesó la época borbónica con cierta comodidad/tranquilidad, pero desde que entró el hijo de perra de Napoleón, parece haber entrado en un sueño de mala digestiones dizque casticistas/románticas y hasta hoy. Y digo «dizque» porque ese «casticismo/romanticismo» es, en su mayoría, la imitación de la imagen que proyectaron extranjeros que estaban de paso y no se enteraban de la misa la mitad. Sea como fuere, no se puede negar la belleza espectacular. Ahora bien, ¿hacia dónde llega? A mí, como aljarafeño irredento, me llega desde Triana al espectacular Casco Antiguo (el más grande de Europa); y por supuesto, incluyendo el Nervión de mi queridísimo estadio Ramón Sánchez-Pizjuán, mi templo del fútbol. Lo demás… Pues que conozco poco y tampoco es que me despierte mucho interés. Como a tantos otros de pueblo. 

Sevilla tiene su parte bella, sin duda, y más se aprecia cuando te llevas años fuera. Bella no, bellísima. Deslumbrante. Pero tiene una parte cutre de cojones. Y esa parte es tela de grande. Negar esto es negar la realidad. Como si no quisiéramos ver al gorrilla en cada esquina. 

Empero, el decadentismo sevillano ya no se ha ido por el «romanticismo», sino por el turismo. El que parecía el maná del progreso (a falta de petróleo) no es sino la soga al cuello que nos atenaza a fuer de chabacanerías careras. Porque ya no sólo se busca la propina del guiri, sino del guiri que tiene pasta, pero pasta para parar un barco me refiero. 

Los hijos de la… Revolución Gloriosa derribaron las murallas por ser «símbolos de oscurantismo» (cráneos privilegiados los progres de todos los tiempos). El «desarrollismo franquista» se llevó por delante las casas de vecinos para poner bloques de pisos horrorosos, y esto continuó hasta hace tres días. Ahora, la moda es derribarlo todo para construir hoteles u hostales, que lo mismo da que da lo mismo. Todo el que venga a dormir, a pasearse, a comer, a beber y a lo que se escantille. Total, si nuestro país es anunciado como despedida de soltero ideal para ingleses y demás ralea, Sevilla no se iba a quedar atrás. Pero eso sí, que venga gente de pasta. Que al igual que pasa en Roma o en Cusco, te suban hasta los precios de las botellitas de agua, que para algo el turista las paga; que en el norte se cobran más euros que en el sur y les seguirá pareciendo barato. Bueno, y los asiáticos también traen lo suyo. 

Me dicen muchos amigos y paisanos que en cuestión de tres/cuatro años se ha notado mucho este «nuevo modelo turístico». Nos creíamos que ya estábamos acostumbrados, pero ya vemos que todo puede empeorar. Y así, el largo sueño en el que entró esta ciudad que encandila a pesar de los pesares parece que se va haciendo pesadilla. 

Y a pesar de los pesares, qué bonita se sigue viendo Sevilla, joder. Ciudad culta y friki, capaz de lo peor y lo mejor al mismo tiempo. 

¡Y qué feísima es la Torre Pelli, coño! 

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