José Gabriel Barrenechea.
Hay un viejo refrán que dice: Cría fama y acuéstate a dormir. Expresa una tendencia conservadora a no cuestionar constantemente nuestra evaluación de las cosas, y la jerarquización consecuente. A aceptar cual todavía actuales viejas y ya incorrectas evaluaciones de las cosas que nos rodean.
Es el caso de la capacidades del sistema de salud cubano, y en específico de sus médicos. Al cual juzgamos de excelencia sin tener en cuenta las consecuencias que sobre esas capacidades ha tenido el brutal proceso de masificación del acceso a la carrera de medicina, o en general el aún más profundo retroceso cultural general de la sociedad cubana desde 1989 a la fecha.
Ambos procesos han traído como consecuencia ya no solo la desmotivación por la carrera de los nuevos graduados, sino también la radical caída en picado del coeficiente de inteligencia del médico cubano promedio. Y en consecuencia de sus habilidades y recursos mentales para enfrentar al paciente y su enfermedad con un espíritu indagador.
Hoy ese médico cubano promedio está infinitamente más lejos de parecerse a aquel Doctor House, de la popular serie de la cadena FOX, que al estereotipo del matasanos medieval, apegado al proceso de comparar síntomas con notas de clase. De hecho nuestro médico, con cada vez menos excepciones, es más y más sólo un mal estereotipo en sí mismo. Y si los cubanos que los sufrimos no lo vemos, es simplemente porque también nosotros somos parte en el colapso general de las habilidades mentales complejas en la sociedad cubana.
Pero si bien bajo un régimen que ha conseguido imponernos una cultura de adoración a la medianía, de “humildad” y “sencillez”, es poco probable que desde nuestra propia mediocridad seamos capaces alguna vez de ser convencidos de ese decaimiento, para quienes todavía los datos concretos se mantienen como el más importante criterio de verdad, estos los enfrentan a la evidencia de ese retroceso.
Tomemos los datos de mortalidad de la Pandemia actual. Estos manifiestan la capacidad ya no de evitar la infección mediante un eficiente sistema de vigilancia epidemiológica, sino de enfrentar satisfactoriamente al paciente grave por los médicos, y el complejo tecno-científico que los respalda. Habla por tanto no de una capacidad de vigilar, muy desarrollada en la continuista Cuba de Díaz Canel, sino de la habilidad real de nuestros médicos, como médicos en sí. Ya que en última instancia es de los médicos que depende el que su paciente sobreviva a la enfermedad o no.
Veamos ese parámetro que nos permite comparar la habilidad de nuestros médicos y su complejo de respaldo tecno-científico, con la de sus colegas en los países que mayor número de enfermos han tenido:
Cuba 3,54 con unos 2409 enfermos.
EEUU 4,44 con unos 3 millones.
Brasil 4,03 con 1,6 millones.
India 2,8 con 750 mil.
Rusia 1,53 con 700 mil.
Perú 3,52 con 300 mil.
Chile 2,14 con 300 mil.
O sea, Cuba, con 1500 veces menos pacientes que los EEUU, ha tenido un resultado inferior solo en un 0,88. Pero en cuanto a Chile, con 120 más pacientes en sus hospitales, ha estado en 1,42 por encima.
Sin duda en estos resultados incide el hecho del mayor envejecimiento de la población cubana que la de la India, o que la de Perú o Chile; aunque esa diferencia no sea ya tan grande con respecto a este último país. Pero sin embargo esa diferencia no justifica que el índice de mortalidad en Cuba sea comparable, o incluso superior, al de países que como mínimo han tenido ciento veinte veces más casos que Cuba.
No se explica si tenemos en cuenta que el sistema de salud cubano ha obtenido ese resultado a una fracción mínima de su supuesta capacidad máxima, mientras muchos de los países mencionados han estado al borde del colapso de la suya. Se explica menos aún que países como India y Perú, con sistemas de salud que no pueden compararse con el cubano, por lo menos según lo que estamos acostumbrados a dar por sentado, hayan tenido resultados comparables o menores.
Lo cierto es que los números son los números, y que mientras no se demuestre que la cepa del virus en Cuba ha sido más letal que en otros lugares, solo cabe cuestionarnos la superioridad de la medicina cubana, actual, que damos por sentada. Por sobre todo la calidad de esas nuevas generaciones de médicos que cual morcillas lanzan sobre nosotros… y los infelices venezolanos, las facultades de medicina de este país.