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La ruptura democrática / 3

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La falsa ilusión de la unidad de la oposición permitió el fracaso de la ruptura democrática en favor de la reforma, argumenta el autor en esta tercera parte de su trabajo. En ella estudia la persuasión de la oposición para admitir la vía de la reforma y analiza, en primer lugar, el papel jugado por el PCE y su aceptación del proceso reformista, y finalmente la actitud del PSOE.

 
Antonio García Trevijano es abogado.
Explicada la causa y el mecanismo de la persuasión de las masas a favor de la reforma, estamos en condiciones de comprender mejor la persuasión de los dirigentes de los partidos democráticos, que ha sido mucho más compleja.Decir que lo que persuadió al líder del partido comunista fue la legalización de su partido, y que lo que persuadió al equipo dirigente del PSOE fue el sistema proporcional con listas cerradas, es caer en la circularidad del razonamiento que estoy tratando de evitar. Este razonamiento tautológico hay que romperlo planteando ya la auténtica cuestión: ¿Por qué pensaron los dirigentes del PSOE y del partido comunista que sus respectivos partidos ganarían más con el método de la reforma rupturista que con el de la ruptura democrática?
Unos y otros tenían el suficiente conocimiento político para saber que el modo de alcanzarla condiciona la naturaleza y la autenticidad de la democracia, y que ésta sería incompleta y de orden subalterno si se alcanzaba por la vía de la reforma. Es claro también que unos y otros actuaron por patriotismo de partido. Pero existe el hecho indiscutible de que para pactar y para justificar el pacto con quienes antes los habían reprimido cambiaron tan radicalmente sus ideas como en el otro bando habían hecho sus antiguos represores. El claro oportunismo de este cambio repentino hay que explicarlo, en concreto, contestando a la siguiente especificación de la cuestión planteada: ¿Por qué creyeron que sus respectivos partidos ganarían más con un poder subalterno y aparente, logrado fácilmente a través de la reforma, que con un poder autónomo y real a través de la menos fácil ruptura?
Las explicaciones del género «más vale pájaro en mano» pueden ser válidas, con ciertas restricciones, para el partido comunista, pero no para el PSOE, que no necesitándolo fue el primero en decidir acogerse a la oferta de Fraga de pasar por su ventanilla, cosa que no llegó a realizar porque le sorprendió la caída del Gobierno Arias.
Unidad de la oposición
La realidad fue que los dirigentes del partido comunista, desde comienzos de 1976, no tenían más obsesión que la de establecer la unidad con el PSOE, y frenar las movilizaciones populares, al precio que fuese, incluso al precio de abandonar la Junta Democrática si no lográbamos la fusión con la Plataforma. Lograda la unidad de la oposición, dentro de lo que se llamó popularmente platajunta, el partido comunista se alineaba indefectiblemente sobre las posiciones del PSOE, y era cada vez más evidente que estas posiciones consistían simplemente en retirar una tras otra las reivindicaciones de la oposición que obstaculizaban un posible pacto con el Gobierno. El arrinconamiento de la ruptura democrática comenzó al día siguiente de la constitución de la platajunta.
El PSOE necesitó esta plataforma unitaria para negociar con el Gobierno desde una posición de fuerza popular, de la que carecía su partido de cuadros. Iniciado el diálogo pactista, la organización unitaria de la oposición era, más que inútil, un estorbo. Para le negociación de pasillos era mejor la comisión de los nueve. Y dentro de esta comisión de personas el PSOE tenía las manos libres. La transición podía ser pactada ya entre dos personas. Y es lo que sucedió. La política española se reduce a partir de entonces al puro tacticismo del presidente del Gobierno y del pequeño equipo dirigente del PSOE para la conquista del poder gubernamental a través de unas elecciones generales, como si se tratara de una simple crisis de Gobierno, mientras el Estado y la economía se hundían en la crisis de todas sus instituciones.
Autopersuasión del PCE
Los dirigentes de la oposición no fueron persuadidos, como se dice públicamente, por las concesiones que les hizo el presidente Suárez. Al pacto acudieron ya convencidos de la superioridad de la reforma. Las negociaciones se limitaron a temas de pura intendencia. El partido comunista se autopersuadió a favor de la vía reformista, no porque la considerase más ventajosa que la ruptura, sino porque la estimó vital para sus intereses de partido. Convencido de que el PSOE había decidido ya el rechazo de la ruptura y el pacto con el régimen franquista, consideró catastrófica para la supervivencia del partido comunista la perspectiva de unas elecciones generales con la participación del PSOE y con la exclusión del partido de la legalidad. Por ello renuncia desde entonces a una política propia y sigue la del PSOE, a quien intenta sobrepasar en sus gestos con el Gobierno Suárez y con la Monarquía.
Los dirigentes del partido comunista olvidaron las lecciones de la historia. En las crisis políticas, los defensores de la ruptura se distinguen de los reformistas por la tenacidad con que se resisten a ser asimilados por el régimen reformado. La tenacidad de decir simplemente no a la legalización del partido, sin las demás condiciones exigidas para la ruptura democrática, hubiese bastado para que la reforma, incluso con la participación del PSOE, no hubiese alcanzado la legitimación democrática que necesitaba. En este aspecto, el presidente Suárez, al legalizar al partido comunista antes de las elecciones, supo valorar mejor que los dirigentes del partido comunista el carácter absolutamente necesario de la participación de este partido para la legitimación de la reforma.
Nos queda, finalmente, por explicar el camino de Damasco que convirtió al PSOE a la reforma. Hasta ahora me he basado exclusivamente en hechos históricos, desnudos de interpretación, que cualquier historiador honesto puede comprobar. Pero, desgraciadamente, este punto sobre la conversión del PSOE no puedo apoyarlo sobre bases tan firmes. Por ello expreso sólo una opinión, fundada naturalmente en informaciones y razones objetivas.
Creo que la conversión del PSOE se debió exclusivamente a un factor internacional. En el otofío de 1975, el Gobierno norteamericano expresó al Gobierno socialista alemán, a los demás Gobiernos europeos y al Gobierno español su preocupación por evitar que en España los acontecimientos políticos evolucionasen como en Portugal, donde la revolución liberal de abril había conducido al Gobierno comunista de otoño. El medio adecuado para asegurar la estabilidad de la futura democracia española, ajuicio del Gobierno socialdemócrata alemán, era conseguir un pacto entre el régimen y el PSOE, que excluyese al partido comunista. El PSOE debería seguir la misma evolución que la socialdemocracia alemana. Un tiempo en la oposición, o participando en un Gobierno de coalición, y luego la conquista de¡ poder gubernamental. El PSOE cumplió su rol internacional consiguiendo en España la hegemonía política a través de su adhesión al proyecto reformista del último Gobierno de la dictadura franquista.
Explicada ya la vía de la persuasión, podemos plantear las últimas cuestiones: ¿Por qué el presidente Suárez pudo transformar con tanta facilidad la reforma de las instituciones que lo legitimaban en una ruptura parcial de las mismas? ¿Por qué unos pocos dirigentes del PSOE pudieron utilizar con tanta facilidad la autorruptura parcial del régimen autoritario, para dar a su partido la hegemonía política en la sociedad civil y la burocracia en el Estado?
La ruptura de Suárez
La acción del presidente Suárez fue elemental y torpe, pero no carente de valor y de audacia. Las instituciones sobre las que se asentaba estaban muertas, pero le daban el poder de un principio, el de la legalidad. Utilizó esta legalidad, con el concurso de la legitimidad democrática de la oposición, para ir extendiendo poco a poco las correspondientes actas de defunción de las instituciones políticas del régimen. También poco a poco pagó a la oposición el precio de su colaboración concediéndole todas sus reivindicaciones de intendencia.
La elementalidad de la acción política del presidente Suárez y, pese a ella, su éxito en la destrucción de casi todas las instituciones políticas del franquismo constituyen la demostración histórica irrefutable de que el proyecto de la ruptura democrática de la oposición era objetivamente realizable.
La torpeza táctica de Suárez con los partidarios del antiguo régimen, con los notables de su propio partido, con los dirigentes del PSOE, con los problemas autonómicos y con los empresarios, es decir, su torpeza frente a todos, salvo con la Monarquía y con el partido comunista, le incapacitaron para gobernar, y fue forzado a una misteriosa dimisión, preludio del 23 de febrero, que nunca ha querido explicar.
La acción del pequeño equipo dirigente del PSOE ha sido tortuosa y timorata, pero muy hábil. Aprovechando una a una todas las torpezas del Gobierno Suárez y del que le sucedió, y liquidada la Democracia Cristiana por su adhesión a la reforma, el PSOE pudo, sin competencia por la izquierda, dada la absurda derechización del partido comunista, heredar la mayor parte del electorado de centro, conquistando así, con el voto de la izquierda, la hegemonía política y, a través de ella, la burocracia del Estado.
El éxito electoral del PSOE se debe a que su conducta durante la transición ha sido casi exclusivamente orientada a esta finalidad: desacreditar cualquier alternativa electoral que no fuese la de Fraga o Felipe.
En cuanto a la técnica empleada para quedarse solo, como única alternativa democrática de Gobierno, su habilidad ha consistido, como el filósofo Khun dijo de la habilidad de los científicos normales, «en ir regularmente seleccionando aquellos problemas que podían resolverse con las técnicas conceptuales e instrumentales vecinas de las practicadas en el régimen anterior».
Conclusión
La causa del fracaso de la ruptura democrática fue un factor internacional que operó como factor nacional a través de la conversión del PSOE. Al comienzo de la transición, la opinión fue manipulada por los reformistas para situarla ante una sola posibilidad de elección: continuismo del régimen o reforma liberal del mismo. Al final de la transición, la opinión se encuentra de nuevo manipulada ante una sola posibilidad de elección: Felipe o Fraga. A esto ha conducido, y en esto ha consistido, la transición política española.

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