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La mujer en la independencia de Cuba

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Del autor

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Todo, absolutamente todo, se pactó y llevó por fuerza el visto bueno de la mujer cubana.

El grito español generalizado en la tropa vestida, lo mismo para el calor que el frío, de género llamado de rayadillo y alpargata, de que Cuba sería independiente pero tenía que sudar para ello, en el caso de la mujer cubana su sudor, su sacrificio, se evaporó de su frente y quedó, generalmente, en un olvido u omisión del estilo de lo denominado en la actualidad como machista, que llevó a que ninguna mujer, a diferencia de España donde las hubieron por designación divina y humana a ser reinas, en Cuba ninguna llegó a ser Presidente de la República ni en Armas ni después de Guáimaro cuando Cuba fue una República Popular Constitucionalista.
Por el Camagüey rebelde y en buena parte también puñetero por querer abarcar las primicias de todas las loas revolucionarias cubanas al claro estilo catalán actual, a las mujeres camagüeyanas cuando se fueron calentando los ánimos de los odios guerreros, les atribuye la crónica que fueron las primeras mujeres cubanas que ostentaron lucir con orgullo distintivos criollos que evitaran a simple vista cualquier error de que pudieran ser confundidas como mujeres españolas.
Ahora bien, el que crea que la mujer cubana, por fuera de  Mercedes Varona, de Borjita, de Mercedes Matamoros, Juana y Mercedes Mora, y algunas más que enumera con fervor la crónica vieja cubana y la moderna on-line de Ecured, descansó en ellas toda la aportación femenina a la Revolución y a la lucha de Independencia de Cuba, sinceramente creo que se equivoca y no conoce bien la isla de Cuba; un país donde claro y definido, al cambio que rigió y rige, una mujer cubana vale y se puede cambiar perfectamente por cien hombres cubanos en inquietud, apaño, valía social y empuje, y a lo mejor todavía sales perdiendo en el trueque supuesto.
Aunque Cuba hizo sus estudios de parvulario sentada en las sillas “cojas” de anea españolas, la realidad de lo bien que le venía al clero español la apariencia de modernidad y adelanto en su clásica fanfarria de progreso la presencia de una mujer en el sillón real español, en Cuba siempre hubo una seriedad social diferente a la española. Y por encima de la crónica o el cronicón apañado, está la realidad del día a día consecuente de esas mujeres cubanas valientes, que sin llegar ninguna a diputado o ministro, no les importó abandonar sus viviendas en los pueblos y ciudades, y junto a toda la familia ir a vivir a los cerros, antes que los soldados españoles, por claro temor hacia lo que representaban en el ánimo revolucionario la mujer cubana, se dio el caso de que las enclaustraran en sus propias casas clavándole las puertas y ventanas con fuertes maderos, para aislarlas de sus maridos y tratar de castigar su empuje revolucionario.
La realidad, por tanto, es, que por mucho que se intente espejear en la crónica o en el cronicón cubano que fulano de tal  llegó a general en jefe, a coronel, a comandante, o a presidente de la república, todo, absolutamente todo, se pactó y llevó por fuerza el visto bueno de la mujer cubana. Y no se quemó una casa, no se levantó nadie en armas en Camagüey, en Santiago, en Bayamo o Las Villas, hasta que la Bayamesa o la Conchita no sonaron por los campos cubanos solicitando permiso revolucionario de los hombres a las mujeres de su hermosa tierra.
Una tierra que precisamente por el tiempo que estuvo sentada en el parvulario español, le quedaron aquellas lecciones  de envidias y de injusticias sociales, no solo porque socialmente Cuba ha sido injusta a la hora de otorgarle el premio histórico de divulgación que se merece la mujer cubana, sino que incluso, toda la isla todavía tiene una deuda histórica pendiente para los que nos gusta y nos afanamos en la crónica, porque no nos han señalado claro y transparente quién o quienes fueron las personas que traicionaron a mi admirado Carlos Manuel de Céspedes, un cubano originario de raíz de Osuna, Sevilla, andaluz por tanto, familia que después de darle más de veinte vidas de gente de sus miembros a la causa de la revolución y la lucha conducente a la separación y regimiento propio de Cuba, se tuvo que enfrentar en desigual lucha final contra soldados españoles, porque fue delatado y señalado por alguien envidioso del respeto que había logrado un hombre extraordinario de talla y moralidad como lo fue el bayamés Céspedes.
El cubano, un excelente platicador, se puede llevar mi admiración como gente de principios; pero eso no quita que tienen asignaturas pendientes que en el caso de Céspedes en la investigación histórica por fuera de si fueron cinco soldados, un capitán y un sargento españoles los que sabían a la perfección donde estaba en franca desventaja de defensa Carlos Manuel de Céspedes, alguien delató el lugar de aguardo del señor primer presidente de la República de Cuba es espera de un permiso para intentar salir de un país que a nivel oficial ya, tan temprano, se lo comía a envidia.
A Cuba se le asignan y consideran tres fechas como iniciadoras de algo trascendental: el día 10 de Octubre de 1.886, donde los cubanos aprendieron a morir por Cuba; 24 de febrero de 1.895 aprendieron a morir por Cuba; 28 de Mayo 1.901, aprendiendo a arrastrar las cadenas que los Usa le pusieron.
Es de esperar que pronto surja una nueva fecha en la que se le adjudique a la mujer cubana el papel real, amplio, extenso y decisivo, que tuvo en la identidad cubana.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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Firmas

  1. DIGO
    Digo mulata de Cuba,
    y nombro
    una,
    cien,
    mil veces también
    a la mujer blanca
    cubana.
    Digo blanca
    y estoy nombrando
    a miles
    a la mulata de Cuba,
    y a todo el colorido
    de la mujer
    de la isla más verde
    y humana,
    de trópico encendido,
    de brisa definida
    y clara
    que fue
    y lo es,
    viento cortante
    de amor,
    por donde vuelan
    como alas
    los andares
    ondulantes,
    sensuales,
    de las mujeres de Cuba:
    de las cubanas,
    que tierra
    ni isla alguna
    iguala.
    Digo candor
    y me voy
    caminando
    provincias adelante,
    campos adelante
    por los pueblos,
    y las villas cubanas.
    Y cuando digo
    amor espérame
    que mañana
    cuando me despierte,
    durmiendo,
    o soñoliento
    en la cama,
    he compuesto
    el mejor verso
    de amor
    que pueda nacer
    de una ánima,
    créetelo,
    amor,
    porque estuve,
    anoche,
    y muchas otras
    madrugadas
    bebiendo la melaza
    de tu dulzura
    para hacerte un verso
    dulce,
    como el alma
    de la caña,
    que cuente
    la historia de amor,
    de aquel amor
    colonial,
    primerizo,
    platónico,
    pero al mismo tiempo
    intenso,
    que nació
    en La Habana,
    mientras el viento
    amable
    y la brisa alegre
    hacía mecer
    en complicidad
    el palmeral
    y la caña.
    Porque el amor,
    si tiene apellido,
    será,
    de mujer
    blanca o negra,
    pero de mujer
    cubana.

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