La leyenda rosa liberal española del XIX

Hay quien se queja de la leyenda rosa acerca de las independencias americanas y eso está muy bien. Pero lo que no es de recibo es que se suscriba una leyenda rosa sobre el siglo XIX ibérico que, para más inri, mantienen por igual liberales y comunistas. Y es que cuando veo ciertos escritos sobre Riego, un traidor que impidió que una gran expedición peninsular fuera a ayudar a los realistas americanos que resistían contra viento y marea, bueno, ¿entonces, de qué se quejan frente a Bolívar y compañía, si más hay que agradecerle las independencias a Riego, tal y como sentenció Alan García en su libro “Pizarro, el rey de la baraja”?

De la alianza entre liberales peninsulares y criollos para separar América habría mucho que hablar también…

Uno va paseando por Granada y hay continuamente referencias a Mariana Pineda y a la “ciudad liberal”; sin embargo, ni una sola referencia al general carlista Carlos Calderón, quien fue el que inspiró a Valle-Inclán la figura del marqués de Bradomín. Porque claro, hay que decir que el carlismo fue una cosa de “reaccionarios vascos y navarros” y que Morón de la Frontera, La Puebla de Cazalla o Jaén fueran plazas carlistas, y que el carlismo no naciera ni en Vascongadas ni en Navarra sino en Talavera de la Reina, pues rompe el relato fácil; relato fácil que además, sitúa al carlismo histórico en su contexto contrarrevolucionario europeo, donde también concurrieron los jacobitas británicos, los chuanes franceses, los miguelistas portugueses, los brigantes napolitanos o incluso la Sönderbund suiza. De hecho, hubo relación entre ellos, pues en la Primera Guerra Carlista (la de 1833 a 1840-41) muchos exiliados franceses y portugueses combatieron en la causa de un Don Carlos que tenía partidarios por toda España; así como en la Tercera Guerra Carlista, gracias a la donaciones de los jacobitas, los carlistas compraron una batería de artillería.

En la mentada Primera Guerra Carlista, además, combatió Leandro Castilla, realista peruano que se negó a reconocer la república y continuó su lucha en la Península. Estuvo con los últimos defensores de Morella, bastión del general carlista Cabrera, antes de pasar al exilio.

Asimismo, es muy socorrido culpar al carlismo de los separatismos, pero lo cierto es que las doctrinas separatistas antiespañolas beben mucho más y mejor de las fuentes liberales, empezando por el “derecho de autodeterminación” y toda la munición romántica que acabaría engendrando los nacionalismos.

Muchos se lamentan de la ley de memoria histórica, pero con razón la izquierda siempre va con muchos pasos por delante.

Si la defensa ante las políticas postmarxistas/woke son estas visiones monolíticas/idolátricas/rosas, a imagen y semejanza del culto bolivariano o sanmartiniano, reitero, ¿luego de qué se quejan?

Porque no fueron los carlistas quienes utilizaron la leyenda negra (anti)española, fueron los propios liberales, sean del signo que sean. Castelar diciendo que el imperio español era un inmenso sudario de sangre o Cánovas diciendo que españoles son quienes no pueden ser otra cosa son apenas dos ilustrativos ejemplos de toda esta onda que, al igual que los nacionalismos republicanos hispanoamericanos, tuvieron en el Antiguo Régimen hispánico su chivo expiatorio para pretender limpiar sus culpas presentes. Y hasta hoy les funciona, siendo que medios de comunicación estadounidenses, rusos, chinos, iraníes o alemanes continúan con la leyenda negra como arma política moderna, mientras que en la España postmoderna se les sigue dando munición de sobra.

Y todo esto de la “memoria histórica” no empezó con Zapatero. No me sean hipócritas tirios y troyanos, porque esto empezó mucho antes. La visión rosa/monolítica del XIX español que comparten desde liberales a comunistas debería hacer pensar a más de uno, pero igual esto es mucho pedir.

P.D.: Y eso por no hablar del papel de la España liberal en 1898…

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