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La enseñanza de Abd Allah

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Las memorias de Abd Allah, el último rey zirí de Granada, depuesto por los almorávides y desterrado, es una de las crónicas medievales arábigas más apasionantes.

Permite asomarse al siglo IX y comprender mejor lo que fue todo aquello que llaman Al Ándalus. Los ziríes eran un clan bereber que vino a la Península desde la actual Argelia, pero que siempre estuvieron pensándose regresar a su patria africana. Sin embargo, como soldados de fortuna que eran, en la guerra de las taifas fueron reclamados por los vecinos de Elvira (Iliberris) para que los defendieran con sus espadas, pues los vecinos de Elvira habían quedado a la intemperie: eran aquellos de Elvira por aquel entonces una gran masa de judíos, más que cristianos al parecer, y tenían que buscar defensores. Fue así como el clan zirí se convirtió en una breve dinastía de reyezuelos de Granada, siendo los mismos ziríes los que instalaron a la población de Elvira en el actual emplazamiento que ocupa Granada, ellos fundaron la Granada que conocemos y fue buscando una mejor posición defensiva.

Abd Allah escribió estas memorias en su destierro. Las costumbres islámicas se habían relajado bastante: por ejemplo, el padre de Abd Allah bebía vino, se pillaba unas buenas curdas. Para darle al trinque iba como invitado a casa de un judío (estos sí pueden beber vino kosher) que cada día fue tomando más poder y que terminó envenenando al padre de Abd Allah. A ese judío acaparador de poder y dinero y envenenador del padre de Abd Allah, éste lo llama no pocas veces «puerco», acusándolo de intrigante, manipulador y cínico.

Una de las grandes enseñanzas que se extraen de esta obra es que, como pasó desde el 711 y sigue pasando en la actualidad, la fragilidad de un Estado en la península no puede recurrir a posibles aliados extraños. Los Ziríes terminaron expulsados de Granada y de España por los almorávides, a los que ellos mismos habían llamado para que vinieran en su ayuda. En la Península Ibérica ningún Estado (ni el visigodo, ni los islámicos; con Napoleón pasó lo mismo y, con los ingleses contra Napoleón pasó también -aunque estos lo hicieron subrepticiamente… Y ni la democracia actual será una excepción), ningún Estado -digo- sobre esta peculiar Península ha salido bien parado cuando se ha solicitado la intervención de supuestos aliados. O se crea un Estado robusto y autosuficiente o se está condenado a la servidumbre bajo la tiranía de otro: por mucho que hoy le llamen al «otro» socio y aliado.

Y otra vez, cuando a alguien se le ocurra hablar de la expulsión de los judíos en 1492 o de los moriscos a primeros del siglo XVII, recordémosle que en Al Ándalus, los bereberes destruyeron Medina Azahara, los ziríes fueron expulsados por los almorávides, a los almorávides los expulsaron los almohades… Y, entre almorávides y almohades, el abuelo de Averroes (Abu-l-Walid Muhammad ben Ahmad Ibn Muhammad, «el Abuelo») mandó deportar a los mozárabes. Y así: ¿para cuándo van a lamentar y rasgarse las vestiduras? ¿O es que sólo vale lamentar las expulsiones efectuadas por los cristianos?

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