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La “compañera” Lulo acaba de fallecer en Cuba

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París, 30 de octubre de 2022.

Querida Ofelia,

Nosotros fuimos hace poco a la fiesta del International Paris Hilton, como siempre con un buffet de alta calidad, este año fue todo a base de mariscos, alta repostería, vinos de Burdeos y de Sancerre, Champagne, etc. La orquesta tocaba al estilo disco, o sea, con la música de los años setenta: Travolta y Cía. Al final como siempre, tuvo lugar la tómbola, con más de cincuenta premios, aunque no nos sacamos nada. En 25 años que llevamos yendo, solo nos sacamos un premio que fue una semana en el Noga Hilton de Cannes, con viaje en avión y pensión completa.

Yo no corro el riesgo de sacarme algo puesto que no compro ningún tipo de billetes de loto, lotería, ni de tantos juegos más que hay en este país. Recuerdo que en Montecarlo fui a jugar un dólar en una máquina traga perras, lógicamente lo perdí y me dije: ya puedo decir que jugué en Mónaco. Lo mismo hice en Atlantic City, en Luzor (Egipto) y en el Casino de Deauville en Normandía.

Cada vez que participo a una rifa me acuerdo de mi tía Felicidad y de su hija Lulo. Ellas vivían en el batey de un ingenio llamado El Fe, el que perdió la fe, pues ahora tiene un nombre de mártir.

Pues bien, a mí me gustaba ir a casa de Felicidad, pues ella tenía un zoológico de cristal en una mesa redonda en su sala y una cocina esmaltada de gas (para mí un gran lujo en aquella época), donde mi prima Josefina hacía deliciosos «cakes».

Bueno, mi querida tía Felicidad cambiaba de religión como de vestido, había sido: católica, apostólica y…cubana, metodista, presbiteriana, pentecostés, bautista, adventista (no sé si durante siete días). En todo caso, para no cansarte, estaba pasándome el domingo allá y mientras esperaba que Josefina tuviera la brillante idea de hacer el «cake», Felicidad propuso a mi prima Lulo (no confundir con la simpática niña de los dibujos animados), que me llevara al culto. Así lo hizo y al final del sermón, el pastor llevó a todos los niños al jardín. Yo tendría unos siete u ocho años, hubo una rifa de un juguete y para mala suerte, fui yo él que lo gané y me vi con un paquete de regalo en las manos con cintas y moña como en las películas americanas.

El pastor preguntó quién era yo y como no me conocía, me quitaron el juguete, el cual fue rifado de nuevo. Para mí fue una injusticia tan grande, que ese día decidí no participar a más ninguna rifa en mi vida. Mi prima Lulo me dijo que no tenía importancia que ella me compraría un regalo. Hoy, 64 años después, aún lo estoy esperando.

Lulo era la mujer más limpia que ojos humanos vieran, tan era así que cuando dio a la luz un bello bebé, lo transportaba en una caja de plástico transparente y quería que mi abuela Aurelia -la que había criado a 12 hijos- se lavara las manos antes de tocarlo.

A su casa también iba a menudo mi prima Luisita. Me la encontraría varias décadas después en la espléndida Roma. Luisita paseaba conmigo por la Vía Condotti, una calle repleta de tiendas de lujo y me dijo que así mismo estaba La Habana, que había de todo en abundancia como en Roma.

Ante mi asombro -y el de mis oídos-, mi prima me hizo todo un discurso sobre el alto nivel de vida del pueblo cubano, como si yo fuera E.T., o acabara de llegar de Marte. Había dado la casualidad de que en el aeropuerto Charles De Gaulle de París, había comprado el periódico español El País -considerado por muchos como uno de los mejores del Mundo Hispánico- y en él aparecía la tristísima historia de la masacre ocurrida días antes frente a la capital cubana en el Remolcador 13 de marzo. Ella me dijo que todo era falso que ese era un periódico gusano. Teresa mi prima -que es muy prudente- me había aconsejado que nunca la contradijera porque le podía dar un ataquito, pero yo perdí los estribos y le dije todo lo que pensaba al respecto.

¿Por qué cuento todo esto? En realidad me vino a la mente porque me acaba de llegar la noticia desde Cuba que Lulo falleció ayer.

Mi prima Lulo en enero del ya lejano 1959 se volvió revolucionaria a tal punto que se puso una falda negra y una blusa roja y pasaba por la acera de mi modesto hogar en Camajuaní, dando gritos de: ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva la Revolución! Felicidad y Lulo querían fusilar a todo el mundo, incluso hasta a mi padre al que llamaban: “el esbirro”. A mi hermano de 4 años y a mí nos llamaban “los esbirritos”.

La madre de Venancio, un campesino que había sido asesinado, vino a mi hogar a informar a mi madre que Lulo y Felicidad habían ido varias veces a su casa para convencerla de que acusaran a mi padre por haber asesinado a su hijo. Ella agradecía que mi padre fuera el encargado de las investigaciones para lograr encontrar al asesino. Tuvimos la suerte enorme de que la familia de Venancio era honesta y no les interesaba aprovecharse de la muerte del joven campesino para convertirse en familiares de un mártir de la Revolución.

Si ello hubiera ocurrido, mi padre hubiera sido fusilado y tanto mi hermano como yo huérfanos.

Recuerdo que yo estaba en casa de mi abuela materna Doña Aurelia (tenía 9 años), cuando llegaron de visita Felicidad y Lulo. Me fui para el primer cuarto pues ya no las soportaba. Al poco rato llegó mi querida tía Luga, la cual les preguntó: ¿Pero díganme, cuál es el problema de ustedes dos con Ofelia y Amado? Lulo respondió: ¡Que él es un asesino!

Tuvimos que marcharnos de Camajuaní hacia La Habana a inicios de febrero de 1959. La fortuna personal de mis padres era solo de 45 pesos. Fuimos hospedados por mis queridos primos Fifo (que en paz descanse) y Delsa y por toda la familia.

Pero bueno, Felicidad debe de estar ahora en el cielo, o quizá en otro lugar, solo Dios lo sabe. Allá debe de ser la presidenta o a lo mejor la de vigilancia del CDR, en el caso de que existan.

En cuanto a Lulo, me imagino que su ataúd debe de haber estado cubierto con una bandera roja con la hoz y el martillo. Espero que haya tenido el tiempo de confesarse y pedirle perdón a Dios por todo el mal que trató de hacer a mis padres. Solo Él podrá juzgarla y perdonarla o condenarla a arder en el Infierno por la eternidad.

Un gran abrazo desde estas lejanas tierras allende los mares,

Félix José Hernández.

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