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La comida y el imperio

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Los imperios y la comida van de la mano. No se sabe de ningún imperio que no potencie su gastronomía.

El centro de irradiación del cambio siempre lo nuclea la cultura; De ahí que lo más lejano en el ánimo del mandamás de la tortilla francesa en la cabeza a modo de peluca que nuclea los Usas, sea el potenciarla; y, seguro que seguirá con lo que hasta ahora en lo económico a gente de su pelaje le ha ido de puta madre: ponerse  la mano en el lugar del corazón en gesto de constricción, y con la otra seguir contando dividendos de origen diverso.
No tengo edad para haber vivido bajo otro imperio que el franquista y el Usa, y sus ramaleras son idénticas, aunque las hilaturas de su confección sean de diferente material.
El franquismo, que ha ocupado la mayor parte de mi tiempo existencial, fue un imperio ubicado lo bueno “más allá de las estrellas”, y aquí en la tierra, en España, nos dejaron a todos limpios de colesterol porque la carne, de la que dice cierta ciencia que es la potenciadora del cerebro en los humanos, con el franquismo era un lujo que solo estaba al alcance de las camisas azules y los bigotes a lo de carril de hormiga.
Ahora dicen los sabios tertulianos en los medios en su condición de nuevos apóstoles de la expansión de la fe y el progreso, que tal carencia comestible de carne fue la causa por la que el dictador murió de viejo en la cama, porque faltó cerebro para darle un golpe de estado.
El otro imperio que he conocido y también sigo sufriendo, el Usa, engendrador de las hamburguesas, que parece ser que es una carne que solo genera grasa, y que da hasta repelús verla anunciada en los carteles, están, en cierto modo ambos imperios conectados en eso de la carne, porque con el franquismo, al igual que ahora, hubieron épocas en las que hasta los gatos españoles tuvieron una merma existencial de mucho cuidado por la admiración comercial que despertaba su paso, y a lo mejor de tales carnes desaparecidas, vinieron estos amores en los españoles herederos de aquel imperio y de aquellos guisos, de “arañar en el dinero público”.
Los imperios y la comida van de la mano. No se sabe de ningún imperio que no potencie su gastronomía; por eso quizá la Unión Europea, el eje franco-alemán no triunfará nunca porque todavía no ha aportado al sistema nada para comer que sea el símbolo de su posible imperio por venir, que desaparecerá cuando  los rusos se cansen de su silencio y de la tremenda idiotez que significa que las hamburguesas gringas, grasientas y hechas con vaya usted a saber qué tipo de carne, sean desplazadas por la ensaladilla rusa, más sana y gustosa, y mucho más europea y continental.
Tiene tanto que ver la comida con el imperio, con la idea imperial, que para acojonar a los pueblos invadidos, las gentes invasoras de varias procedencias geográficas, utilizaron el mismo truco para meter en cintura y llenar de miedo a los originarios del lugar donde llegaban a conquistar, mediante el truco de poner a cocer un muerto de los nativos, y, en olla aparte, un ciervo del mismo peso carnal, por ejemplo.
Los invasores imperialistas, a la hora de comer se ponían a la vista de los naturales y se zampaban con entusiasmo la carne que había en la olla que, para los nativos era a todos los efectos carne de un paisano guisado; cuando en realidad no lo era; pero el hecho de que los invasores, los imperialistas, eran capaces de comer con entusiasmo carne humana, en ciertas regiones era un motivo para tenerles miedo y respetarlos más.
Recientemente escribía que sin pensadores y sin escritores no puede haber evolución de ideas, y, por lo tanto, nada cambia y las civilizaciones se apagan y se agotan por falta de cultura; no así la griega o helénica, que no impuso alimento alguno, y que todavía perdura de la manera más beneficiosa para todos nosotros porque nos permite discernir dónde está un civilización que genera grasa a lo Usa, y dónde otra, la franquista, que lo mucho que colea se ha confiado y tiene a sus santos barones metidos en presido al por mayor y con esperanza de aumento.
Tanto los Usas como los franquistas, están en periodo de extinción; pero, como buenos imperialistas no se van a ir con las manos vacías. Y los unos, los Usas, se va a meter en su refugio lejano geográficamente de nosotros, y vamos a saber de ellos lo mismo que sabemos de Brasil que es nada, y de los franquistas que estaban convencidos de un destino en lo universal hecho con nudos a modo de alfombras para que durase, casi al unísono, colegas en el tiempo van a desaparecer ambos a la vez, habiendo destrozado los unos a más de medio mundo y solo agrandando las tallas de la ropa, y los otros a no ver gatos por los tejados españoles.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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  1. UNO SOLO, NO ES NADA
    Uno sólo no es nada.
    Han sido
    y ¿serán?
    cientos,
    miles:
    militarotes y civiles,
    y dinero;
    mucho dinero.
    Y no importa la vejez
    ni la próstata,
    ni que el pueblo
    camine descalzo
    y desarmado.
    La muerte no vendrá nunca
    al que ya esté muerto.
    Y en la multinacional,
    se sabe,
    lo saben,
    y la paren muerta,
    sin tripas,
    sin entraña,
    para que de ella viva
    el traidor de los traidores,
    junto a muchos,
    más de la cuenta,
    a su lado,
    como desplumados buitres
    revoloteando
    al olor del dinero
    y lo que encierra
    el agua bendita
    que moja al que mata,
    porque tiene el arma
    que apunta al pueblo,
    en la hora maldita
    que el botón dorado,
    la gorra de plato,
    la púrpura sotana
    indiferentes comen
    en cualquier plato
    aunque de sangre
    esté lleno,
    a rebosar manchado.
    Un hombre solo
    no es nada
    ¿Pero cuántos quedan ahora
    de los que escondidos
    le dan comida,
    mesa y muerte servida?
    ¿Cuántos quedan?
    y, ¿hasta cuándo?

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