La ciencia en España

En Francia, en los Estados Unidos y en Inglaterra se publican por docenas las revistas científicas más o menos acreditadas, en las que se da cuenta de los más insignificantes trabajos de observación inductiva. En ellas, entre alguna que otra disertación formal y provechosa, se publican Infinidad de exageraciones y vaciedades sin fundamento serio; pero a la larga todo eco contribuye a formar el reclamo científico del país y de las corporaciones académicas.

En España no saben darse bombo los hombres de ciencia. Las academias científicas no suenan, no meten ruido, no se dan importancia como se la dan las del resto de Europa y América. Por otro lado, el caudal científico de nuestra patria nos lo arrebatan los historiadores y cronistas extranjeros, y no faltan españoles que por abandono contribuyen a ese despojo que se nos hace día tras día.

Ahí está la invención de los motores de vapor, la cual públicamente consta que es debida a un español, Blasco de Garay; y no obstante se atribuye esa gloria a un francés y a un norteamericano: Papin y Fulton.

Estos dos sabios tienen estatuas erigidas en sus respectivos países, y en contraste de eso, el nombre de Blasco de Garay apenas si lo recuerdan una docena de españoles.

A mediados del siglo XVI, el matemático portugués Pedro Núñez inventó una reglita de medir fracciones, instrumento de universal aplicación e indispensable en las operaciones de cálculo gráfico.

Los sabios de la época honraron este útil instrumento dándole en latín el nombre de si inventor: nonius.

Al cabo de un siglo lo vulgarizó un francés llamado Vernier, y ahora todo el mundo, hasta los diccionarios españoles, llaman vernier al pequeño aparato que se usa en los niveles, teodolitos, pantómetros y demás instrumentos de precisión.

Y, para colmo de desdichas, en un libro francés hemos leído la especia de que Núñez se apropió el invento do Vernier; cosa que, en rigor, sólo pudo haberlo hecho Núñez en el otro mundo; porque Núñez murió en 1577 tres años antes de que Vernier naciera.

El mundo civilizado debe a los españoles el uso de la quinina, ese medicamento que tantas víctimas rescata de la muerte. También introdujeron los españoles el uso del chocolate, alimento que ha merecido el nombre de Teobroma, “manjar de los dioses”. Estas glorias de España apenas son nombradas. En cambio, un tal Parmentier vulgarizó en Francia el uso de las patatas y goza de renombre universal.

No se sabe quién inventó la sopa de ajos, pero el hecho de haberse olvidado su nombre permite asegurar que fue un español. Si hubiese sido francés, sería hoy más famoso que el Merlín de las historias.

Nosotros los españoles no apreciamos a nuestra gente. ¿No fueron los ingleses los que nos descubrieron a Cervantes?

El tabaco también lo dieron a conocer en Europa los españoles. Luego vino y lo recomendó un tal Mr. Nicot y poco ha faltado para que ese mortal monopolice el nombre de esa rica hoja que ya muchos españoles llaman nicotiana.                „

Otro título de gloria inmortal quieren arrebatar a España Ios extranjeros: el descubrimiento de la circulación de la sangre, que se realizó por el médico aragonés Miguel Servet, quemado vivo por la inquisición protestante en 1553.

Los ingleses pretendan que fue Harvey quien inició ese trascendentalísimo adelanto de la fisiología y aprovecharon para ello la ocasión de haber sido quemado públicamente en Ginebra el libro de Servet “Christianismi restitutio” donde el sabio español apuntó de un modo claro y explícito la teoría de la circulación da la sangre.

Pero los ejemplares del libro excomulgado por Calvino no desaparecieran todos, quedaron varios, y uno de ellos se guardaba hace un siglo en la biblioteca del Landgrave de Hesse Cassel, de donde pasó a manos del duque de la Vallière. Después se hicieron nuevas ediciones.

El gran quid del citado descubrimiento era el traspaso de la sangre desde las arterias a las venas, para volver de estas al punto de partida. Antes se creía que la sangre ondulaba en vaivenes desde el corazón a las venas ramificándose por todo el cuerpo. Se suponía que las arterias llevaban aire fresco de los pulmones al corazón, y Miguel Servet reveló al mundo el misterio fisiológico de la circulación de la sangre, diciendo que el líquido vital se trasvasa del corazón a las arterias y de este a las venas, volviendo al corazón para repartir el movimiento circular.

Servet escribió que: la sangre se ramifica por todo el cuerpo por anastomosis (unión de las ramas venosas por sus extremidades) y fue el primero en utilizar esta palabra técnica para explicar la comunicación de las venas con las arterias. El texto latino de Servet dice así: “Vitalis est spiritus qui por anostomoses ab arteriis comunicatur venis in quibus dicitur naturalis. Nam arteria militur jucta verre per ipsius fractus umbilicum…».

A continuación manifiesta, que la sangre va del ventrículo derechos a los pulmones, que estos la purifican:  al pasar al ventrículo, izquierdo.

Poco más tarde Servet fue quemado vivo en Ginebra por orden de Calvino. Años después los médicos italianos Columbus, Cesalpino y Aquapendenta analizaron la nueva teoría fisiológica, descubrieron las válvulas de las venas y en 1619 apareció Harvey, el cual perfeccionó los estudios anteriores, adicionó y completó las ideas apuntadas por Servet, y se llevó la fama que el verdadero descubridor merecía.

En España, apenas si se ocupó nadie de Servet; y no fue “culpa del tiempo», como diría el poeta, sino de la idiosincrasia de nuestro pueblo. No hace muchos años hemos visto al gobierno español prohibir la vacuna anticolérica del doctor Ferrán, por sugestiones del médico francés Mr. Bronardel, el cual vino a España expresamente para desacreditar al microbiologista español, discípulo de Pasteur.

La Academia de Ciencias de París menospreció los trabajos del Dr. Ferrán sobre el bacilo del cólera, y seis años después prestaba oídos a mu médico ruso, el Dr. Gamaleia, que presentó como suyos los descubrimientos hechos por Ferrán,

Toda esto sucede en España porque en nuestro país nadie se ocupa en dar vida, publicidad y realce a los trabajos científicos. Quienes pueden y deben hacerlo prefieren gastar millones en negocios de política y en compromisos de yernocracia.

Mientras en nuestra patria no se imite a los demás Estados, haciéndose el reclamo de todo lo que puede dar Iustre a la nación, el caudal científico que poseemos caerá en el olvido, o nos lo arrebatarán los extranjeros. Protéjase a los hombres de estudio; pero a los que lo sean de verdad, y recibirán el estímulo necesario, y la ciencia española irradiará sus modestos resplandores hoy ofuscados por la indiferencia.

DLM, 16/05/1900

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