«La Guerra de Independencia fue una catástrofe. En 1808, a pesar de las deficiencias, España era un país lleno de promesas; en 1814, se había convertido en un campo de ruinas. Los beligerantes a menudo practicaron la táctica de tierra quemada, tanto los guerrilleros y los ingleses como los franceses. Incluso el novelista Pérez Galdós insinuó que los ingleses habían destruido deliberadamente las fábricas textiles para eliminar eventuales competidores. La ganadería (ovejas, bovinos, caballos) sufrió unas pérdidas terribles y no recuperó la importancia que había tenido con anterioridad a 1808. Casi todos los puentes sobre el Tajo y el Ebro habían sido destruidos; el puente de Mérida, sobre el Guadiana, seguía todavía derruido en 1835. El comercio y la industria estaban paralizados. He aquí el caso de Cataluña estudiado por Pierre Vilar. Entre 1807 y 1815, el tráfico, reducido a las operaciones clandestinas de quienes trataban de burlar el bloqueo, cayó casi a cero y solo se recuperó a partir de 1830. En el resto de España, la recuperación fue mucho más tardía. Circunstancia agravante, el fin de la Guerra de Independencia coincidió con el principio de una depresión europea. La coyuntura había sido favorable para España en el siglo XVIII; en 1814, iba en contra de la reconstrucción.»
–Joseph Pérez, «Historia de España», Ed. Crítica.
*Informado por el historiador argentino Nicolás Duré