La Carta Autonómica interesa cada vez más a los puertorriqueños

El dilema de cada 120 años, por: Rafael Torrech San Inocencio

Parece que nuestra historia política se sacude en ciclos de 120 años. Cada uno ha determinado la trayectoria del país, ya sea por acciones externas o por iniciativas propias. En cada caso los puertorriqueños hemos actuado de forma distinta con diferentes resultados. Ante una nueva encrucijada en 2017, el dilema es cómo habremos de reaccionar esta vez.
Hace 120 años España aprobó la Carta Autonómica de 1897. Un documento de avanzada, que muchos consideran el mayor grado de autonomía y autogobierno jamás otorgado a los puertorriqueños. Tanto así, que el alcance de sus disposiciones excedió las expectativas de los más radicales autonomistas puertorriqueños de la época.
Esta autonomía no fue diseñada sólo para Puerto Rico. Sus autores gestaron una fórmula para convencer a los revolucionarios cubanos de cesar en su afán de independencia. En función de su riqueza azucarera, España necesitaba más de Cuba que lo que Cuba necesitaba de España. Los cubanos rechazaron la Carta Autonómica y continuaron la guerra hacia de independencia.
En Puerto Rico, la Carta Autonómica se implantó a medias, ahogada en suspicacias de caciquismo local, hasta la eventual invasión militar estadounidense. Los poderes obtenidos podrían ser enmendados, ya que la Carta Autonómica nunca fue aprobada por las Cortes Españolas. Aguaje o no, se convirtió en una especie de paraíso perdido que influenció por décadas a nuestra política local.
Unos 120 años antes de la Carta Autonómica, otro acontecimiento mucho menos conocido fue fundamental en nuestra historia. En 1778 la Corona Española otorgó plenos derechos de propiedad a los terratenientes locales. Por más de veinte años, los hacendados criollos pulsearon por validar sus borrosos títulos de propiedad, para desarrollar sus tierras plenamente y ejecutar libremente herencias y otras transacciones financieras.
El entonces gobernador Miguel de Muesas fue un crucial intermediario. Animado por una filosofía ilustrada, buscaba reducir el contrabando y aumentar la producción y la exportación. Muesas gestó un genial quid por quo con los criollos: implantar impuestos que allegaran recursos para sostener el gobierno y la milicia a cambio de interceder para que lograran sus títulos de propiedad y aumentaran la producción legal para consumo interno y para exportación.
En pocos años, la población y la producción aumentaron y se diversificaron. En un Puerto Rico de poco más de 80,000 habitantes, el acuerdo generó la primera bonanza de económica del país. Al igual que otros historiadores, considero que la gesta por la titularidad de la tierra en la década de 1770 fue la primera manifestación de un ánimo y una identidad nacional, separada de España, donde los puertorriqueños no negociaron como españoles, sino como nacionales comprometidos con el desarrollo económico de su isla.
Hoy, 120 años después de la Carta Autonómica y 240 años desde el logro de la titularidad de la tierra, Puerto Rico se enfrenta nuevamente a un dilema fundamental: ¿somos económicamente parte de Estados Unidos o somos algo aparte? Este dilema puede ser el augurio de un nuevo cambio fundamental en la relación política de Puerto Rico y los Estados Unidos.
Pero la maestra historia devela otro dilema fundamental: ¿reaccionaremos como en 1897 a las iniciativas de la metrópolis, o negociaremos asertivamente nuestras propias alternativas de desarrollo económico como en 1778? ¿Pediremos ilusoriamente lo que queremos o estaremos dispuestos a ceder y negociar? De ese particular dilema, que parece repetirse cada 120 años, depende básicamente el futuro del país.
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