La agricultura necesita un cambio de mentalidad

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José Gabriel Barrenechea.

La agricultura industrial en Cuba, en inmensas unidades productivas insertas dentro de un Estado supercentralizado, que administraba, o pretendía administrar minuciosamente los recursos, y las vidas de sus súbditos, tuvo su época de gloria en los ochenta del siglo pasado, y en la agroindustria azucarera su máximo exponente. Coincide por tanto con el apogeo del Estado Castrista.

Dependía de un mercado que estuviera dispuesto a pagar por nuestros productos precios muy superiores a los del Mercado Internacional, y al mismo tiempo proporcionarnos recursos como maquinaria agrícola, elementos de regadíos, combustibles, herbicidas, plaguicidas, fertilizantes y transferencia de tecnología casi de gratis.

Dependía de la existencia de un mercado dispuesto a absorber los increíbles niveles de derroche que generaba este modelo agrícola en un país sin la imprescindible cultura para su manejo, o sea, de que la URSS nos comprara el azúcar a 600 y 700 dólares la tonelada, cuando en el Mercado Internacional no subía de los 120, y a su vez nos vendiera el petróleo hasta a tres veces por debajo de lo que se pagaba por él en ese tiempo.

Ese modelo agrícola colapsó con la desaparición del mercado soviético (el CAME), aunque por su perfecta adecuación al sistema político centralizado, autoritario y piramidal, nunca ha sido descartado por el estamento gobernante cubano, cual cabría haberse hecho desde un punto de vista puramente económico.

Ese modelo tan afín al sistema de propiedad estatal es visto por el estamento gobernante como el que se debe reimponer a plena capacidad en cuanto el país consiga volver a sus condiciones “normales”, ya que sobre el mismo pueden ejercer de manera óptima el tipo de dominación sobre la sociedad cubana al que solo se conforman. Por lo que no se debe experimentar con otros modelos, por demás peligrosos para el sistema político al tender a empoderar a los de abajo, ya que en definitiva solo vivimos en un periodo que antes o después será felizmente superado.

En consecuencia la permanencia de ese modelo económico como objetivo político ideal de una élite satisfecha ha impedido que la agricultura cubana busque adaptarse de manera realista a su contexto y a la cultura del país.

Ha impedido, por tanto, que la agricultura cubana transite hacía un modelo productivo más afín a nuestros escasos recursos, y más en sintonía con la cultura profundamente individualista del productor cubano promedio.

Y cual no cabía esperarse más, esa subordinación de nuestra agricultura a los intereses de una élite sociolista ha mantenido al consumo alimenticio del cubano atado a la importación de productos de otras agriculturas nacionales. En un país que paradójicamente cuenta con casi 90 mil caballerías de tierras de excelente calidad, y varios cientos de miles de calidad algo inferior y de pastizales, para alimentar a poco más de 11 millones de habitantes.

Ese modelo industrial, que sin duda le resulta tan necesario al tipo de dominación sobre nosotros con el que solo se conforma la élite poscastrista, heredera continuista del Castrismo, es sin duda ya inviable. Porque para ello esa élite debería encontrar un nuevo mercado que garantizara los niveles de despilfarro que un modelo de agricultura industrial, administrada por un Estado supercentralizado, siempre tendrá en Cuba, a resultas de nuestra inadecuación cultural a semejante tipo de relaciones productivas. Algo muy improbable, dada la realidad de que no creemos que se den dos URSS’s en esta misma era geológica.

Es cierto que se podría volver al modelo agrícola industrial si el Estado permitiera, y estimulara, la libre inversión del gran capital internacional en nuestra agricultura; si se permitiera y estimulara la compra de enormes lotes de tierra y recursos agropecuarios a ese capital. Mas tal transacción es seguro que no va a garantizar ningún beneficio a las grandes mayorías nacionales, ni la soberanía alimentaria, y tampoco la explotación responsable de nuestros recursos, ni mucho menos el manejo correcto de nuestro medio ambiente. Por fortuna tampoco facilitaría el que el Estado pudiese sostener ese control absoluto sobre la sociedad cubana con el que solo transige, por lo que no debemos preocuparnos de esa posibilidad: al menos por esta vez el afán totalitario, egoísta, del estamento superior castrista resulta en algo bueno, al menos para nuestro provecho.

Solo comenzaremos a caminar por el camino correcto cuando abandonamos definitivamente el modelo agrícola industrial desde grandes unidades productivas administradas por la burocracia sociolista del supercentralizado Estado poscastrista, y vayamos hacia uno basado en la pequeña y mediana propiedad agrícola.

Algo que solo conseguiremos superar, sin embargo, el día que consigamos librarnos de la mentalidad nostálgica de 1984 que es inseparable de las ególatras mentes del estamento gobernante cubano.

Y es que ahí tienen al compañero Díaz-Canel, soñando con construir fábricas de elementos para regadíos o para fertilizantes, sin dinero, ni crédito para comprar los alimentos del día a día. Unas fábricas cuyas producciones en última instancia no nos servirán para aliviar el hambre de este año, ni del que viene… claro, nunca será su hambre. Por eso puede soñar, porque para él, en lo personal, no cuesta nada.

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