Instituto Elcano: 'España tiene que definirse con Hispanoamérica'

El Real Instituto Elcano, publica su séptimo informe anual titulado “España en el mundo en 2019: perspectivas y desafíos”. Más allá del interés general del documento, habría que destacar la importante labor de síntesis y análisis que han conseguido los especialistas convocados para la redacción de este trabajo, coordinados por Ignacio Molina.

Sin embargo, no podemos dejar de manifestar nuestra perplejidad al no encontrar ninguna observación relacionada con el despertar de la Hispanidad. Un movimiento que no por marginal, es el síntoma de que algo se está moviendo en nuestras sociedades a ambos lados del Atlántico. Se echa en falta dentro de este escrito, la vinculación que ya han probado de sobra historiadores acreditados como María Elvira Roca, entre la imagen de España en el Exterior y la Leyenda Negra, al margen de otros factores como el problema catalán o la solvencia de la economía.

En fin, lamentamos que se siga utilizando el término América Latina para referirnos desde España hacia el continente iberoamericano. No porque esté errado. A fin de cuentas, también refleja una realidad conceptual, pero consideramos que en esta batalla, las palabras tienen un sentido y transmiten un mensaje. Ser latinos nos acerca a Roma y eso no está nada mal. Sin embargo, el nombre propio, acuñado por la academia francesa, nos aleja de Hispania, de Iberia, y eso, cuando se pretende ganar prestigio e influencia en aquel continente, como lo declara el informe, se vuelve un sinsentido. Por esa razón hemos sustituido un concepto por otro y esperamos que el año próximo no se perpetúe el mismo error.

Hispanoamérica

A lo largo de 2018 se han producido importantes cambios políticos en Hispanoamérica que ya están condicionando los equilibrios regionales y los alineamientos internacionales en y con la región. Junto a los resultados electorales de los seis comicios presidenciales celebrados hay que agregar los relevos en los gobiernos de Perú, tras la renuncia de un asediado Pedro Pablo Kuczynski, y Cuba después del retiro parcial de Raúl Castro, que retiene en sus manos la Secretaría General del Partido Comunista.

De esta ecuación no se pueden excluir las graves crisis políticas, con efectos humanitarios y migratorios, de Venezuela y Nicaragua. Ambas responden al mismo patrón autoritario y represivo de sus gobiernos, aunque por su magnitud el primer caso es el que provoca mayor inquietud en toda la región. La evolución del enfrentamiento entre el gobierno y la oposición se ha agudizado tras el comienzo del segundo mandato de Nicolás Maduro, considerado ilegítimo tanto por buena parte de la comunidad internacional como por la Asamblea Legislativa venezolana, que en enero promovió a su presidente Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. Las repetidas tomas de posición de los países vinculados
al Grupo de Lima, las votaciones en la Organización de Estados Americanos (OEA) y la reacción de la UE, con España, Francia y Alemania a la cabeza, han internacionalizado un conflicto cuyo desenlace sigue siendo incierto, pero con la posibilidad de que el deterioro de la situación se agrave por momentos.

La cuestión central en esta coyuntura cambiante, especialmente tras el comienzo de los mandatos de Andrés Manuel López Obrador, en México, y de Jair Bolsonaro, en Brasil, es qué debe hacer España y cómo debe actuar en un contexto tan fragmentado. Es evidente que en una situación tan volátil es imposible alcanzar consensos regionales sobre temas multilaterales, lo que hace prácticamente imposible tener estrategias globales que se adapten a semejante realidad. De ahí que sea más necesario que nunca potenciar las relaciones bilaterales, especialmente con los países más importantes (tanto por su peso regional como por el interés que puedan tener para los intereses españoles). Esto debe hacerse sin olvidar la política iberoamericana, aunque sin subordinar las relaciones bilaterales a la agenda de las Cumbres. Pese a ello, la celebración de la próxima Cumbre Iberoamericana de 2020 en Andorra es un desafío importante para la diplomacia española, a la que habrá que responder de forma eficaz.

En semejante coyuntura también destaca una presencia cada vez más intensa, e incluso agresiva, de actores extrarregionales, como China y Rusia, e incluso no deben olvidarse los efectos desestabilizadores de la errática política hemisférica y global de la Administración Trump. Por eso, si España quiere defender de la mejor forma posible sus cuantiosos y diversos intereses de todo tipo en Hispanoamérica debe comenzar a comprometerse de una forma cada vez más activa tanto con sus tradicionales socios latinoamericanos como con los gobiernos europeos. No se puede intentar vender la idea de que Hispanoamérica interesa sin traducir este interés en hechos concretos. No se puede proclamar una gran sintonía, por ejemplo, con la Alianza del Pacífico, sin respetar la toma de posición de sus gobiernos. Después de décadas de pedir un mayor compromiso de los países y las sociedades latinoamericanas en los asuntos regionales, olvidando por fin las obsoletas teorías de la no injerencia en los asuntos internos de terceros países, es hora de respaldar esas actitudes con hechos concretos.

Lo mismo se puede decir en relación a la política de la UE hacia Hispanoamérica. El gobierno español puede impulsar cualquier tipo de iniciativas hacia la región, bajo la exigencia de mantener la coherencia con los postulados europeos, comenzando por la defensa a ultranza de la democracia representativa. Venezuela, Nicaragua e incluso Cuba serán temas recurrentes a lo largo de este año. Ahora bien, una vez que las instituciones decidan impulsar un determinado rumbo de acción al respecto, España debe ser su principal valedor, aunque no satisfaga totalmente las posturas iniciales. Esa es la única forma, actuando desde dentro y en total sintonía con el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), en que se puede incrementar la influencia española tanto en Bruselas como entre los gobiernos europeos.

Con el fin de evitar transformaciones bruscas en las posturas adoptadas en los casos más polémicos, como suele ocurrir con los cambios de gobierno en Madrid, es necesario alcanzar consensos lo más amplios posibles en todo lo relativo a las políticas hacia Hispanoamérica. Hasta ahora se había logrado mantener buenas relaciones con todos los gobiernos con independencia del color político de quien gobernara a ambos lados del Atlántico. Es importante seguir manteniendo esa tradición. La visita del presidente de gobierno Pedro Sánchez a Colombia y su encuentro con Iván Duque es un ejemplo muy rescatable. La búsqueda de consensos también debería incluir el papel que se le quiere reservar al jefe del Estado.

La presencia del Rey Felipe VI en la toma de posesión de López Obrador fue un mensaje potente en la dirección adecuada. Sin embargo, esto no ocurrió en la inauguración del mandato de Bolsonaro, al estimarse conveniente que no acudiera. Dada la importancia de Brasil para España, por ser el destino de las mayores inversiones españolas hacia Hispanoamérica, como el hecho de que comienza una época totalmente distinta a la anterior, quizá se hubiera requerido una presencia al más alto nivel. Es obvio que el Rey no puede participar en todas las tomas de posesión que tienen lugar en el continente, como hacía cuando era Príncipe, pero debería haber una selección más exigente al respecto de forma que España esté bien representada.

En suma, España está en condiciones de aumentar su presencia e influencia en Hispanoamérica, pero esto exige definirse. Es verdad que es más cómodo no hacerlo. Sin embargo, en un momento como el actual, con las múltiples transformaciones que están teniendo lugar en el continente, no hay más remedio que hacerlo. Elegir es tomar partido y, a la vez, implica perder cosas y afectar intereses concretos. Sin embargo, es mucho más lo que se puede ganar si se actúa con cabeza.

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