Inicio Cartas a Ofelia Inolvidable Carmita, gran Amor de mi adolescencia

Inolvidable Carmita, gran Amor de mi adolescencia

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Foto: La Habana vista desde el Castillo de La Punta.

París, 29 agosto de 2019.

Mi inolvidable  Carmita:

Fuiste una de las más bellas historias de amor de mi adolescencia y juventud. Todo comenzó en la E.S.B. Felipe Poey, cuando yo estaba en noveno grado y tú en octavo, éramos unos niños.  Paseábamos por la Quinta de los Molinos tomados de las manos, íbamos a la fuente de los caracoles o al puentecito que daba a la calle. Te acompañaba hasta la esquina de tu casa, pues tus padres nunca hubieran aceptado nuestro flirt, puesto que eran burgueses de una clase acomodada y yo era un guajirito que acababa de llegar de Camajuaní con mis padres y hermano menor, sin un centavo en los bolsillos. Vivías en El Vedado, entonces elegante barrio habanero. Habías sido educada en El Sagrado Corazón de Jesús por las monjas de la congregación Esclavas del Sagrado Corazón, mientras que yo vivía en el barrio de Cayo Hueso, en un apartamento interior que parecía la celda de una cárcel, en la calle Aramburu N° 409.

Encontramos un pretexto para que yo pudiera entrar en tu casa: tú me ayudarías a estudiar el inglés, pues yo estaba – y aún lo estoy- muy flojo en esa asignatura. Eras la mejor del grupo, cantabas de memoria todas las canciones del long play Big 15 de Paul Anka: Crazy love, Lonely boy, Don’t  gamble with love, You are my destiny y sobre todo tu preferida – que se convertiría en nuestra canción-, era Put your head on my shoulder.

Es curioso como cada flirt de mi adolescencia y juventud esté vinculado a una canción.

Mientras “estudiábamos” en la mesa del comedor, tu madre- vigilante del faro o guarda espaldas y de todo lo demás- se abanicaba elegantemente sentada en un sillón en la terraza. Nos cogíamos de las manos por debajo del mantel. Sólo el tocar tu mano me provocaba una sensación hasta entonces desconocida. Me escribiste las letras de todas aquella canciones de Paul Anka y también la traducción al español.

Contigo fui a la primera fiesta de Quinces de mi vida y lograste que yo bailara contigo los tuyos. Con la complicidad de Teresita, tu gran amiga, que te iba a buscar a casa para ir al cine, podíamos ir juntos a los cercanos a tu casa: La Rampa, Radio Centro, Riviera, etc. Merendábamos en El Carmelo de 23 o en el de Calzada.

Le caí bien a  tu padre y fue él quien te dijo que me pidieras ser tu pareja en los Quince de tu prima Lourdes, que se celebrarían en el Copa Room del Hotel Riviera. Eso nos permitió vernos “oficialmente” en todos los ensayos y bailar durante toda la fiesta en el célebre cabaret.

Hasta que un día ocurrió lo que más tarde o temprano tendría que ocurrir: al despedirme en la puerta de tu casa, como te demorabas demasiado, tu madre salió y nos sorprendió in flagranti. Lo cual provocó en mi próxima visita “para estudiar inglés”, que tu padre me sonriera malicioso y tu madre me observara con desconfianza.

Pasé al Instituto José Martí de La Habana Vieja y tú te escapabas de la Secundaria y nos íbamos “al hueco del Payret”, como llamábamos a la cafetería que estaba en el sótano ese cine, al Club Intermezzo o a Cinecito. Fue en ese cine donde me entregaste un regalo: el long play de los Big 15 de Paul Anka. Ante mi sombro, me dijiste que te había llegado la salida del país con tus padres y que te irías el 22 de junio hacia Madrid. ¡Hace hoy exactamente cincuenta y cuatro años!

Nunca me habías dicho nada al respecto. Nos pusimos a llorar los dos. A partir de aquel día y durante las dos semanas que faltaban, nunca fuimos a clases, nos dedicábamos a pasear por el Parque de las Misiones, El Prado, íbamos al Wakamba o al Karabalí a merendar. Cada día nos despedíamos en la puerta de tu casa como si hubiera sido la última vez en la vida que nos fuéramos a ver.

El día 21de junio de 1965 fuimos al cine Astral de la calle Infanta y después de merendar en el Ten Cent de Galiano y después  al  Club Intermezzo. Al salir, fuimos caminando por el Malecón hasta la calle 23. Llegamos a la casa de tu tía (la tuya ya había sido sellada por la policía), pasadas las 12 de la noche. Tu madre me lanzó una mirada de odio, te cogió por el brazo violentamente y te hizo entrar. Tu padre me puso una mano en el hombro y me preguntó:

– Dime muchacho, pero dime la verdad… ¿Han hecho ustedes algo que no se debe de hacer?

– No entiendo. ¿Qué quiere decir?

– Algo más que lo de costumbre entre noviecitos.

– No se preocupe señor, no ha pasado nada. Usted puede dormir tranquilo. Dígaselo a su esposa.

Regresé a pie a casa. Ya nos habíamos mudado para una vieja casa en la calle Soledad N° 507. Mi madre que nunca se iba a dormir hasta que yo llegara, al verme los ojos rojos, me preguntó qué había pasado. Me limité a responderle:

– Carmita se va mañana para España.

Esa noche la pasé en blanco. Al amanecer me fui hacia el aeropuerto para poder despedirme de ti antes de que entraras a la “pecera”, como le llamaban a la aduana entonces.

Nuestra despedida fue inolvidable, nos besamos y abrazamos sin ningún recato delante de todos. Tu madre te llamaba insistiendo mientras que tu padre me abrazó y me dijo:

-Ten fe en Dios, algún día lograrás salir de este infierno. Te deseo mucha suerte.

Subí a la terraza y bajo un sol ardiente, esperé para verte subir la escalerilla del avión. Nos saludamos llorando. Tu madre no se dignó mirarme, mientras que tu padre me saludó sonriente con su brazo en alto que sostenía un sombrero Panamá.

Durante meses hubo un intercambio incesante de cartas entre nosotros. Las numerábamos para saber si se había perdido alguna, hasta que poco a poco se fueron espaciando y… así terminó aquella hermosa historia de amor adolescente.

¿Dónde estarás ahora?  ¿Qué habrás estudiado?  ¿Cuándo te casaste? ¿Cuántos hijos y nietos tendrás? Estas y tantas preguntas más quisiera hacerte si te encontrara. Pero no sé si algún día la podrás leer esta carta.

Te confieso que después tuve otras dos bellas historias de amor con chicas formidables, pero que también terminaron con sus idas de Cuba hacia Tierras de  Libertad.

Yo sólo pude escapar de la Isla del Dr. Castro y de su oligarquía roja hacia Francia,  el 21 de mayo de 1981 con mi esposa Marta- con la cual me casé el 27 de octubre de 1974-, y nuestro hijo Giancarlo de 4 años.

Te recuerdo con gran cariño y simpatía, ya que formas parte de mis más bellos recuerdos de adolescencia.

Un gran abrazo desde La Ciudad Luz,

Félix José Hernández.

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