Honor y gloria a los vapores

Unos veinte vapores más o menos, unas veces en doce días y otras en un mes de calendario, ponían en comunicación los puertos españoles con los de la isla de Cuba

En muchas de sus cubiertas, la sorpresa de su volumen a flote, causó honda admiración y recuerdo para todas sus vidas a infinidad de aquellos mozos que marcharon obligados a la guerra de Madrid contra Cuba, o más bien la guerra de los avales mercantiles de una España endeudada hasta las cejas, como ahora, con el sistema económico de puñalada por peseta para el pueblo, y peseta al bolsillo para el mando, también como ahora, pero en euros.
Aquellos vapores, propulsados por máquinas alternativas, cuyos nombres apenas nos suenan a los que nos interesan aquellos avatares, que nos hicieron a nosotros nación con menos tertulianos, y a Cuba isla referente mundial a pesar de su escasa geografía, llevaron, por nombrar algunos de ellos en sus popas y amuras, los nombres pintados o grabados a hierro de Isla de Panay, León XIII, Isla de Luzón, Covadonga, San Ignacio de Loyola, Ciudad de Cádiz, Montevideo, Alicante, San Francisco de Asís, Juan Forcas, Miguel Gallart, Isla de Cebú, Isla de Mindanao, Gran Antilla, más algunos extranjeros como el Santiago de Lafitte, o el Carolina, que se sumaran a un total de unos veinte vapores más o menos, que, ola tras ola, unas veces en doce días y otras en un mes de calendario, ponían en comunicación los puertos españoles con los de la isla de Cuba.
Pero, en esta España aficionada a las cifras apañadas, a las cifras amañadas siempre bajo el imperativo de que al pueblo la verdad le hace daños, y lo mejor para su salud es decirles solo mentiras, nos cuenta la crónica que desde el año de 1895 hasta el año de 1.898, se trasportaron a la isla de Cuba a cumplir con su obligación patria más de doscientos mil soldados de alpargata, amén de los de zapato y bota.
Como cifra de peninsulares e isleños presentes en la isla de Cuba preparados para la guerra grande, ateniéndonos a lo que anota la crónica metropolitana, entre dudas, más dudas, y escaso control de nóminas y pagos parece haber una repetición de que unos 220.000 soldados en total fueron los que estuvieron pisando el suelo cubano. Lo cual, con la contemplación de los vapores que los tuvieron que transportar nos deja un tanto perplejos, porque aquellos vapores, mistos de carga y pasaje en sus arqueos, por lo general y en el mejor de los casos no superaban el número de los mil cien pasajeros. Y suponiendo esta cifra colosal de mil cien pasajeros por vapor, divididos por doscientos veinte mil soldados transportados, arroja una cifra de doscientos viajes para los citados vapores.
Doscientos viajes divididos entre los veinte vapores que en total se puede con generosidad estimar, nos da como cifra que cada vapor tuvo que realizar diez viajes cargado de soldados para completar el contingente de tropas estacionadas en la isla. Cifras del todo difíciles de aceptar, pero que tuvieron que tener su molla y sustancia en su momento en favor de algunos bolsillos, supuesto que cuando con cierta seriedad algunos investigadores han querido profundizar en los hechos solo han llegado a la conclusión de que nada cuadra al modo habitual a cómo tienen que cuadrar manejando unos cuadros de gentes que, como todos cobraban, aunque fueran verdaderas limosnas por parte del Estado Español, todo, viendo estadillos de pago, debería de cuadrar casi a la perfección, al margen de que una breve entrada a los movimientos portuarios de buques en aquellos años, nos puede aportar una pista valedera.
Porque si se entra en detalles, la crónica da como cifras oficiales no llega a los dos mil efectivos caídos o muertos en acción de guerra, y una cantidad equivalente a la mitad de los muertos fueron los heridos con diversa suerte posterior los que publicita la citada crónica. Ahora bien, donde la cosa comienza a complicarse es cuando gentes españolas, procedentes de lugares peninsulares de vida nada fácil por condicionantes climáticas extremas en frío y en calor, escasa o nula higiene y calidad de vida, en la isla del Caribe que ya a las tripulaciones de las flotas que pasaban los inviernos en La Habana había que ponerles perradas para que no abandonaran los navíos y se quedaran a vivir en aquel lugar, pasara de golpe en el dicho sanitario del ejército español a ser una tierra malsana, inhóspita para muchos de los españoles, la mayoría de los cuales ni aquí en su tierra, y lo que es peor, allí en Cuba, a donde los enviaron a la fuerza, llegaron a comer tres comidas diarias.
La Cuba que pudo perfectamente resolverse por la vía política aceptada por muchos de ser una provincia más de España como lo eran las Canarias o Las Baleares, se quiso resolver con el fusil y las balas en comandita con unas raciones de boca donde ni los garbanzos ni el tocino, apenas pan y galleta marinera, fueron todo lo que una tropa, que quisieron alimentarla solo de disciplina, sucumbieron en masa en una tierra, como si Cuba no fuera y lo es tan o más apta para la vida que España.
Pero un garbanzo no se puede distribuir en tajadas entre la tropa como si fuera un melón. Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis

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