Fábula del humano y el parásito

José Gabriel Barrenechea.

Hay el habitante de la Última Frontera, lejos del Núcleo Civilizado, atiborrado de reglas y regulaciones de convivencia, cuyo ideal de vida es el tener un cacho de mundo salvaje que personalmente domesticar, en solitario, por su cuenta, sin la intervención de la Sociedad. Es el señor feudal que lo que quiere es tomar las decisiones que importan, las que enfrentan al Humano con el medio hostil, no que nadie las tomé por él. El humano de verdad, reacio a lo que dicta el sentido común, simple y llanamente porque a su alrededor no hay la suficiente cantidad de gente para armar uno de esos simplistas agregados de lugares comunes y tópicos. El verdadero Libre.

Frente a este encontramos al individuo, si es que desde la perspectiva anterior cabe darle ese carácter de especificidad, que medra en el Núcleo ya Civilizado. En ese por lo general tranquilo espacio, muy humanizado, en que el medio sólo irrumpe de vez en cuando, en la forma de algún meteoro, tormenta, terremoto, epidemia… y en que las decisiones respecto a ese medio generalmente ordenado, o incluso con respecto a los más insignificantes aspectos de vida privada, son tomados en otra parte, por otros y no por el “individuo”. En los estados totalitarios por los especialistas en el gobierno de lo humano; pero además, en estos y en las “sociedades libres”, por algo peor, por la opinión de la mayoría convertida en ese esperpento tiránico, el sentido común, lo que todos creen y yo no me atrevo a cuestionar para no dejar de pertenecer, para no convertirme en el Otro.

Por tanto, el “individuo”, tanto en los estados totalitarios como en las sociedades libres vive en una concha cultural que él no ha construido, en un refugio dentro de un medio humanizado que existía antes de él nacer, en un corral apartado lo más posible del medio y de las realidades de la verdadera vida. En el cual corral recibe o las “prestaciones sociales” del estado totalitario, o consume “libremente” lo que la sociedad le impone como lo suficiente para ser alguien. A salvo de lo que en realidad importa: las contingencias que al individuo le enfrenta su medio, ese a domesticar.

Este segundo humano es un parásito. Alguien que vive de ese espacio humanizado, concha de seguridad que tras de sí van dejando los pioneros de la Última Frontera. Quienes humanizan al medio no por algún elevado ideal social, sino al ser simplemente ellos mismos, al vivir, o sea, ser libres (vivir versus medrar).

No dejan tras de sí espacio humanizado para el parásito, no. Solo lo han construido en su enfrentamiento diario al medio, y al seguir adelante, más que escapando de la horda de parásitos que los siguen, al buscar nuevo medio virgen en que vivir libres, aquellos han aprovechado y se han hecho con el control de ese medio falso.

En 1492, La Conquista del Paraíso, de Ridley Scott, hay una escena que representa con suma eficacia está verdad; tanto que quizás a ello debiera su escaso éxito la película entre las masas bovinas. Colón-Depardieu en el filme, se encuentra en Palacio con su archienemigo, Armand Assante, un encumbrado noble español muy bien insertado en la sociedad de su época, respetuoso del qué dirán y de todas las convenciones. Este le enrostra a Colón que vive en las nubes, que no sea iluso y quiera mirar siempre más allá del horizonte, que detenga en cambio su mirada en la realidad, en esos palacios, caminos e iglesias que son el Núcleo humanizado de la sociedad de su tiempo. A lo cual Colón le responde: “Pero todo eso en que hombres como tú ahora se encumbran satisfechos está ahí sólo porque antes estuvo en los sueños de hombres como yo, fascinados por el horizonte”.

Para quienes la Libertad es la única naturaleza humana, no es cuestión de deber el que tengamos que elevar siempre nuestro dedo ante las cuatro idioteces que cree el parásito y con las cuales se amalgama la opinión general (no siempre son idioteces), si no que simple y llanamente no alcanzamos a vivir más que de esa manera. No es que debamos pensar con cabeza propia, si no que nuestra vida es precisamente el pensar con cabeza propia, el poner en duda toda esa armazón de tópicos y lugares comunes a nuestro alrededor, y tener colgada la mirada del horizonte, en la curiosidad insaciable de averiguar qué hay detrás de las Cosas.

La verdadera Libertad es la que se vive al intentar enfrentar sin mediaciones a la infinitamente compleja naturaleza de las cosas. No al aceptar la simplificación cultural, para consumo del parásito satisfecho, en medio de ese medio humanizado que otros le allegaron. No al aceptar a la cultura como una concha de seguridad irreal, como nos demuestran las frecuentes irrupciones del Caos en ella, como nos advierte esta última Plaga, sino como un inmenso repertorio de soluciones a valorar en privado en medio de nuestra circunstancia, que nos han legado aquellos de nuestros ancestros que asumieron una actitud semejante, libre, ante lo que les tocó vivir. Porque sin lugar a dudas los parásitos, por definición, nunca han legado nada de utilidad cultural…

Sólo hay Libertad más allá de las zonas de alta humanización, donde impera el sentido común. Solo hay Libertad donde los verdaderos humanos enfrentan al medio salvaje y lo domestican, ellos solos, sin más apoyo que su criterio, una inteligencia abierta a lo infinito, y el inmenso bagaje de soluciones críticamente asumidas que les han legado quienes antes también vivieron libres… solo para seguir adelante.

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