Oigo a la chica estupenda del telediario. Muy monona ella. De belleza y juventud insultante. Y me desea que tenga un fin de semana excesivamente feliz. Y yo me quedo pensando. Por lo visto ya no basta con ser feliz o muy feliz. Ahora hay que ser excesivamente feliz como una lombriz. O como un drogata alucinado viajando por la esfera celeste. No, mi querida telepresentadora, tan bella y tan monona. Todo lo que es excesivo es malo. Todo lo demasiado es negativo. Todo lo que se pasa de la medida se desborda. Ya es suficiente con ser simplemente feliz. Y a mí, para serlo, me basta con ir al baño al levantarme. No es que la felicidad consista en hacer caca por la mañana temprano y estar al corriente, como decían las comadres de antaño. Pero el día que me fallan los reflejos peristálticos matinales la paso mal, pero muy mal, como quien no acaba de encontrar la luz de su camino. Pues mira por dónde. La felicidad se define por reducción negativa. No sabemos muchas veces cuándo somos felices, pero sí cuándo y por qué no lo somos. Anjá.