Esas anécdotas criollas

Decíamos ayer que un servidor tiene ciertos imanes:

En fin, para todo tipo de situaciones peculiares…

Me pongo a recordar en una gota del océano de mi anecdotario referente a mis años en Lima, y evoco ya en mis últimos tiempos de indiano, cuando por fin una empresa me pagó por las traducciones (luego de esperar una… semana) y me permití el lujo de comerme un cebichito y un tacu-tacu, todo ello regado con cerveza Pilsen, antes de volver al trabajo. Era un día de calor y estaba pensando en aquella época que últimamente traducía más cómodamente del español al portugués que al contrario, porque voy como más libre, pensando cómo se sentía Álvaro Cunqueiro al escribir en gallego; mientras que cuando traduzco hacia el lado de Cervantes, no me gusta nada y me entran mil manías dizque perfeccionistas. En fin, así me fui andando pensativo a un restaurante criollo cerca de donde vivía, de castizo nombre «Manolo», donde ya me conocían. Pero uno de los meseros era nuevo. Para no variar en la Lima de los últimos tiempos, venezolano. Le dije que quería cebiche y tacu-tacu, pero me dijo que el cebiche no se incluía en el menú. A su vez, la dueña del restaurante me reforzaba aquello, explicándome que desde los huaycos, el precio del limón había subido bastante, y que si antes estaba a 4 soles el kilo, en ese momento estaba a 18, por lo que el sábado en el menú ofrecían tiradito, que es parecido. Entre una cosa y otra, nunca había probado el tiradito, y mi fuero interno me dijo que bueno, siempre hay una primera vez. Entonces le dije al venezolano que un tiradito, mas cuando le fui a pedir el segundo plato me pidió el favor de que esperase un momento. Ya, vale. Llegó de nuevo y le insistí que un tacu-tacu con lomo saltado. Y de paso, una Pilsen. Pero se lo digo en «andalú», oséase, «Pirsen». Y el tipo me sonríe. Al poco, me puso por delante el tiradito con su correspondiente canchita serrana. Fui al lío y puse a trabajar el diente. Y en eso que al poco me llega el tacu-tacu, y le digo que no se olvide de la «Pirsen». Y me mira extrañado y me dice: 

-¿Perdón?

Y yo:

-«Pirsen». Una cervecita, que estoy seco.

El tipo, alto, moreno y tatuado, me miraba como el que ha descubierto un gran acertijo, espetándome:

-¡Ah! ¡Yo había entendido que una «pizza»!

Me entró la risa y le dije:

-Coño, te habrás pensado que estoy loco.

Y me respondió:

-No, no, lo que he pensado es que estabas de burla, como de broma. 

-¿Pero una pizza?

-Sí… De repente pensé, qué se yo, una pizza de pescado o de marisco, como broma… 

Y en eso cruzamos algunas palabras más y, como viendo pasar una bola enorme de pasto seco, divisamos cómo el resto de los comensales nos miraban a un servidor y al venezolano como si fuéramos de otra galaxia, como diciendo: ¿Pero qué es eso de que un comensal y un mozo hablen así por las huevas? Pues no es común en Lima ni en otros pagos peruanos tener conversaciones así con las puras de cliente a mesero y un larguísimo etcétera, pero se conoce que a los andaluces y a los que tienen el Caribe de cerca eso nos resbala. Y nada, allí seguí meneando el bigote; corroborando por lo demás que esto de la hispanidad no es sólo una floritura teórica, sino una realidad de tomo y lomo que, cual toro por los cuernos, debemos agarrar de una buena vez de abajo a arriba y así afirmarnos con orgullo propio en los tiempos de la globalización.

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