Enrique Prieto Candás, cronista del desastre del 98 (I)

Memorias de un emigrante riosellano que se hizo escritor en Cuba y que llegó a la Alcaldía de Pinar del Río

 

Enrique Prieto, ya viudo, con sus hijos y su madre, María del Portal Candás, en una imagen tomada en Pinar del Río en 1907.

Toni Silva Enrique Prieto Candás (Ribadesella, 1856, Pinar del Río, 1928) fue uno de aquellos muchachos que, al cumplir los 15 años (y con ello librarse de entrar en quintas) cogían el petate, metían en él una camisa y una muda -para cuando llegaran a La Habana- y se embarcaban para la isla a probar fortuna. Atrás quedaban unos padres llorosos y endeudados, pues el pasaje era caro, pero era una inversión de futuro, una inversión en la criatura que dejaba el nido. O más bien una apuesta, pues el envite no siempre salía bien y el emigrado entonces se acababa diluyendo en la mediocridad o bien optaba por regresar a casa, como «Ramonzón de la Panera», el falso indiano caricaturizado en el folclore asturiano.
Enrique Prieto no regresó nunca, así que no podemos considerarlo «indiano», aunque sí que conoció allá las mieles del éxito, un éxito parecido al de Manuel Fernández Juncos, otro riosellano que destacó en la emigración por sus valores intelectuales y sociales, aunque en el caso de Enrique supo añadir también el éxito empresarial. Ambos tuvieron en común, además del origen, el haber emigrado muy jóvenes (Juncos tenía tan sólo 11 años cuando embarcó para Puerto Rico), el haber pasado por la explotación juvenil y el haber tenido la iniciativa de estudiar por su cuenta para formarse y poder mejorar su situación personal.
También hay paralelismo en el hecho de que ambos se apasionaron por la cultura, la escritura y por el periodismo, un arma que los dos utilizaron activamente para la defensa de la españolidad de sus respectivas islas de adopción, aunque mientras que Juncos, conspicuo masón, optó por la vía política del autonomismo, Enrique Prieto defendió siempre la españolidad pura de Cuba, una Cuba entendida por él como una más de las provincias hispanas y una españolidad asumida por él de manera rotunda, sin fisuras ni veleidades autonomistas. Por desgracia para ambos, ni una ni otra opción triunfaron, pues Cuba y Puerto Rico dejaron de ser españolas al mismo tiempo, cuando Estados Unidos declaró la guerra a España en 1898, destrozó a nuestra Armada (y destrozó también el estatus colonial español) y se engulló ambos territorios, además de los archipiélagos de Guam y Filipinas, en el Pacífico. Para España se ponía el sol y los restos del viejo imperio cambiaban de manos.
Enrique Prieto era hijo de una riosellana de la villa, María del Portal Prieto Celorio, hija a su vez de un natural de Berbes y de una riosellana. El vecindario llamaba «Portala» a María del Portal, y no debía ser considerado un mal apodo, pues incluso en los libros parroquiales consta como tal. Del padre de Enrique, José Antonio Prieto Martínez, sabemos poco más que el nombre y que era natural de Sebreño, pues en sus escritos no hay ni una sola mención a él ni a la rama familiar paterna, lo cual parece indicar la debilidad del vínculo. «Portala» falleció en 1910 en Pinar del Río, pues su hijo se la llevó con él a Cuba cuando ya tuvo allí una posición desahogada. Hay una foto de un grupo familiar en la que aparece ella ataviada a la usanza tradicional asturiana, con dengue y saya, pero con un abanico en la mano que parece ilustrar su escasa adaptación al sofocante clima de la isla.
Enrique Prieto, que en su adolescencia había trabajado como cobrador del paso en el puente de madera de la villa de Ribadesella, embarcó para la isla de Cuba en diciembre de 1871 en el «Habana», y contó aquella travesía en un artículo que se publicó en 1927 en el semanario riosellano La Atalaya. Aunque está contado 56 años después de los hechos, es un documento de primer orden para conocer las vicisitudes de un viaje en el emblemático bergantín, pues está narrado (y muy bien, pues Prieto fue un excelente escritor) por alguien que lo vivió en primera persona. Hay más datos sobre ese viaje en sus memorias, y ahí amplía la información contando cómo fue el desembarco en La Habana y cómo fueron sus primeros momentos en la capital cubana, con un timo incluido, a modo de bienvenida para incautos. Se ve que Enrique Prieto, ya avispado desde muchacho, aprendió la lección y espabiló pronto, aunque antes de poder llegar a una situación acomodada tuvo que sufrir el consabido viacrucis de explotación despiadada al que se vieron abocados los jóvenes emigrantes llegados a la isla. En principio iba a ir a trabajar con su tío Rufino Candás, hermano de su madre, que tenía un negocio de panadería y almacén en Batabanó, en la costa sur de la isla, pero los malos tratos espolearon su orgullo y lo impulsaron a buscarse la vida por su cuenta.
Pasó unos años como empleado de almacén, una experiencia que le serviría para conocer a fondo la injusticia, forjar su carácter y nutrirse de los argumentos que iba a utilizar tanto en artículos periodísticos, en los que defendía a los empleados del comercio, como en la creación de una sociedad de beneficencia, una especie de sindicato a través del cual se ofrecía al trabajador una cobertura social, cultural y sanitaria, todo un avance en aquella sociedad esclavista. Aunque después Enrique Prieto se hizo empresario, y de éxito, nunca olvidó su pasado y siempre trató con justicia no solamente a los subordinados, sino a las personas de toda clase y condición.
El punto de inflexión en su trayectoria laboral, y en su propia vida, fue cuando abandonó el comercio para ser sobrecargo en un buque de cabotaje del sur de la isla, empleo que aprovechó muy bien para, en ratos libres, estudiar Contabilidad y Teneduría de Libros. Tras una tormenta en la que casi naufraga el pailebot (por cierto, en medio de la galerna dice que se encomendó a la riosellana Virgen de Guía), tomó la decisión de dejar el oficio de marino y buscar ocupación como contable en Pinar del Río, ciudad en la que ya iba a residir el resto de su vida. Con el tiempo lo hicieron socio de la empresa en la que trabajaba como contable, aunque no se conformó con ello y se lanzó por su cuenta a los negocios, creando una empresa propia para la reventa de hoja de tabaco a los fabricantes de La Habana. Llegó a fundar en Pinar del Río su propia factoría tabaquera, «La Conquistadora», de vida efímera, y participó en otros negocios que revelaban su audacia empresarial; por ejemplo, fue copropietario de la primera compañía de electricidad de la provincia, que vendió más tarde.
El peor negocio que hizo fue la construcción de un salón de baile en las afueras de Pinar del Río, al que bautizó como «Las Brisas del Sella», en homenaje a su villa natal. No era un mal establecimiento, pues posiblemente fue el mejor de la ciudad, pero debido a su situación desprotegida (y a que su dueño, Enrique Prieto, era español y además alcalde) fue incendiado al año de su inauguración por las tropas de Maceo, el jefe de los independentistas en la provincia de Pinar del Río.
La entrada en política de Prieto, unos años atrás, se había debido a que los líderes conservadores (entre otros el avilesino Leopoldo González de Carvajal, I Marqués de Pinar del Río, potente industrial tabaquero y jefe de facto del partido) se habían fijado en su actividad social y en sus artículos de prensa, que habían empezado a aparecer primero en «El Mercurio» de Matanzas, en 1880, y después en otros periódicos de la isla. Pero el verdadero bautismo político de Enrique Prieto tuvo lugar en 1897 en el teatro de Pinar del Río, llamado entonces «Lope de Vega» y en la actualidad, restaurado, «Teatro Milanés». Allí se celebró un grandioso mitin, con el que la Unión Constitucional quería escenificar su fuerza y plantar cara a la política del Capitán General Sabas Marín, quien, en sintonía con el gobierno liberal de Sagasta, pretendía llevar adelante reformas en la administración de la isla, aunque sin llegar a la autonomía.
Los conservadores españoles de Cuba estaban muy quejosos por lo que consideraban traición del gobierno, al que acusaban de confraternizar con los autonomistas, los masones y los independentistas. En ese mitin, en el que participó la plana mayor de la UC, hicieron intervenir por sorpresa a Enrique Prieto, que hasta ese momento trabajaba desde la sombra en la «fontanería» del partido. Supo sobreponerse y tuvo una intervención tan brillante que le sirvió de trampolín para su carrera política, que le llevaría a ocupar durante los años previos a la guerra puestos de procurador síndico, diputado provincial, fiscal de distrito, vocal de varias comisiones municipales, concejal y alcalde en propiedad, la primera vez en 1889 y la segunda en 1895, ya en plena guerra.
Enrique Prieto accedió por última vez a la alcaldía de Pinar del Río el 13 de julio de 1895, cinco meses después del estallido de la guerra. y fue su empeño defender la españolidad de Cuba y no permitir los excesos de nadie contra nadie. Perdida la guerra y hasta su fallecimiento en 1928, asumió el liderazgo moral de quienes querían seguir siendo españoles en la provincia de Pinar del Río. Y sus aliados fueron los mismos que habían combatido ardientemente a España unos años antes: los propios cubanos, que ahora, bajo la implacable administración norteamericana, suspiraban por la verdadera independencia.

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